Las JMJ y Taizé

Ya se habla de la gran convocatoria, todavía ecuménica, que el próximo año reunirá con el Papa, en Madrid, a cientos de miles de jóvenes procedentes de todo el mundo. Benedicto XVI ha anunciado la necesidad de algunos cambios. Principales y más visibles son que ya no toman los conciertos de rock-pop un protagonismo absurdo en acto religioso donde deben primar sus jornadas de oración. El Papa quiere que la JMJ fomente actitudes de piedad y devoción, antes semi-ignorados, gracias a un ejército de guías religiosos y confesores. Ya en la jornada de Colonia el escándalo del reparto de la comunión fue tan grosero que en Madrid creo no se repetirá.

Echemos una mirada a los orígenes.

Justamente, el 16 de agosto se cumplió el quinto aniversario de la muerte del fundador de la Comunidad de Taizé, Hermano Roger, que tanto ayudó al ecumenismo del Concilio Vaticano II. Murió tal día del 2005 a manos de una rumana de 36 años llamada Luminita Ruxandra, que le degolló delante de 2500 horrorizados peregrinos. Los progresistas se apresuraron a sugirir con aviesa doblez: «[...] hay quienes comparan la muerte del Hermano Roger con la de otros hombres de paz como Luther King, Foucauld, Romero, Gandhi...» (cfr. Vida Nueva, núm. 2487).

Roger Schutz-Marsauche nació en Provence (Suiza) hijo de un pastor protestante reformado y de madre francesa, también protestante y nieta de judíos. En 1940, cuando tenía 25 años, compró una casa a pocos kilómetros de Cluny que, por su cercanía a la divisoria con la Francia de Vichy, le permitió dar refugio a algunos fugitivos de la GESTAPO.

En 1949 y con unos pocos seguidores protestantes fundó la Comunidad Ecuménica de Taizé. Fue diez años más tarde que se aceleró su crecimiento, tanto en terrenos como en peregrinos e instalaciones hasta lograr, particularmente con Juan Pablo II, el complejo hoy conocido y con la redonda cifra de 100 monjes, de ellos un tercio católicos.

El experimento del Hermano Roger atrajo enseguida la atención del Cardenal de

Venecia, Mons. Roncalli
quien, llegado a Papa Juan XXIII, le nombró "observador" del Concilio Vaticano II. Aunque luego Pablo VI les acompañó de nuevos observadores procedentes de otras confesiones, los hermanos de Taizé contaron entre los más destacados.

La residencia que durante el Concilio se les asignó a los de Taizé era visitada con frecuencia por otros padres conciliares, entusiasmados con la orientación aperturista de los papas Juan XXIII y Pablo VI hacia los “hermanos separados”. Alrededor de 1962 Roger Schutz y Karol Wojtyla iniciaron una estrecha amistad por coincidir ambos regularmente a rezar antes de las sesiones conciliares. Amistad que se mantuvo en regulares reuniones durante el pontificado de Juan Pablo II, según parece, ahora reeditadas entre el Hermano Alois y el Papa Benedicto XVI.

Se inician las jornadas mundiales de juventud.

En 1979 el Hermano Roger empezó a organizar en Taizé los encuentros internacionales de juventud a los que llamó “Caminos de esperanza”. (Esto de la Esperanza tan destacada sobre la Fe y la Caridad habrá que tratarlo en alguna próxima ocasión.) Taizé aportó, más tarde, buena cantidad de participantes a los actos multitudinarios de los viajes de Juan Pablo II a los que no tardaron en sumarse con fuerte protagonismo - que se lo pregunten a nuestro Cardenal Arzobispo - los Neocatecumenales de Kiko y Carmen.

Mientras los dirigentes de Taizé trabajaban en Roma, la Comunidad se esmeraba por extender “la nueva doctrina del nuevo ecumenismo” financiando nuevas versiones de los Evangelios que ellos distribuían por el mundo y el mismo Hermano Roger llevaba en sus viajes. En una visita a Chile donó un importante número de cajas al Vicario de la Zona Sur, Monseñor Manuel Larraín, lo cual éste agradeció regalando al famoso protestante su anillo episcopal, sagrado símbolo de autoridad apostólica que la extrema humildad de los nuevos obispos suele menospreciar. [Nos preguntamos si, por ejemplo, un casado regalaría su alianza aun ignorando que podría interpretarse como ruptura del vínculo conyugal.] Grupos de católicos chilenos protestaron este gesto como implícita aprobación a las herejías luterano-calvinistas que se amparan en la comunidad de Taizé.

Tres años antes, el Hermano Roger había expresado a través de un boletín doméstico (Taizé, 1976) el porqué de estos acercamientos entre la herejía de antaño y la fe católica de siempre: «Para un protestante el pertenecer a la Iglesia visible está en el orden de la fe, aun si se excluyen algunos aspectos institucionales.» Aspectos institucionales que incluyen la jurisdicción con San Pedro. «En este sentido, si un protestante está convencido de que la Iglesia Católica, siguiendo el Concilio Vaticano II, redescubrió su conformidad con la Iglesia Apostólica [esto es que recíprocamente la Iglesia Católica “se re-descubre” protestante], él puede considerarse a sí mismo miembro de esa iglesia sin necesidad de renunciar a su antigua comunidad. » [Es decir, la protestante es la verdadera fe apostólica.] He aquí el error de la metamorfosis hacia los “hermanos separados” pues que no vuelven con la humildad - la de fondo - del hijo pródigo, sino marcando que es la Iglesia Católica la que retorna al redil originario en ellos representado.

El nuevo ecumenismo de Taizé creció sobre bases sensibles - peregrinos de diversas convicciones, velitas en la noche, asambleas en el césped, teología globalizadora, la paz y el amor -, y reinterpretó mandatos evangélicos. Así: «Amaos los unos a los otros», sólo en cuanto apertura a todos los hombres y no por fruto de lealtad al Evangelio, como manda en su ocultada continuación: «...como yo os he amado.» (Jn 15, 9 y 12).

Porque este amor de que hablaba Jesús se opone a los sentimentalismos de moda; totalmente contrario a la histeria de masas tan bien definida por Karl Jung. Oposición poco asimilable por el nuevo ecumenismo.

Está enseñado por Jesús, Señor y Salvador Nuestro: «Dos estarán en un mismo lecho, uno se salvará y otro se condenará...» (Lc 17, 34) Jesús no nos enseña la fraternidad humana del lema masónico: Libertad, Igualdad, Fraternidad, sino la unión por una misma y sola fe, por el amor incondicional a Él mismo y - con Él y en Él - al Padre y al prójimo. Al Dios Trinidad que no nos mostró jamás el Antiguo Testamento, con toda su “primogenitura”, y que los católicos tenemos la suerte de conocer y el deber de servir. Él es así, por eso, la piedra que cuando “los arquitectos” la desechan arruinan todo el edificio. (Mc 12, 10; Hch 4, 12; Ef 2, 20). Sólo el falso ecumenismo juanpablista pudo atreverse a mercadear con esta realidad.

El Hermano Roger definió la unidad por él deseada con estas palabras: «¿La unidad no es amar a nuestros hermanos aun separados de nosotros, y que quisiéramos que viviesen en nuestra casa…? La unidad entre las iglesias de hoy existirá cuando renunciemos a las actitudes que nos dividen, siendo fieles únicamente a la fe fundamental que nos salva.» (La Croix, enero 1984). Frase coincidente con Juan XXIII al convocar el Concilio: «Son más las cosas que nos unen que las que nos separan». Pero sobre las vaguedades acarameladas deben prevalecer las realidades concretas. ¿Qué se entiende por fe fundamental? ¿La fe en un Dios esencial y el mismo para todos? ¿La historicidad de Jesús? ¿Que los Mandamientos del Sinaí se resumen en los dos evangélicos...?

Desgraciadamente, las imprecisiones trajeron gran confusión a toda la Iglesia que por favorecer el acercamiento soslayó el origen errado del protestantismo. Lamentando el cisma – “Hermanos Separados” - se ocultó la esencia trágica de la herejía protestante; una herejía totalitaria, superior a todas las anteriores, que redujo de un trazo los sacramentos, borró los dogmas, derribó los santos, desacralizó la misa y negó al Papa la cátedra y las llaves. (cfr. Las grandes herejías, Hilaire Belloc). Bastó que el “Nuncio-Papa Bueno” llamara a los protestantes “hermanos separados” para que la fe secular definida en Trento se sumiera en un campeonato revisionista de todos sus esquemas de modo que, a cuatrocientos años de distancia, aquellos padres conciliares - mentes egregias y espíritus gigantes -, para muchos aparecen hoy como torvos obcecados, fachas y cavernícolas.

En esta fecha aniversario deseemos que el Hermano Roger sea acogido en Dios por la sinceridad de sus deseos, cédula certera de nuestro seguimiento de Cristo.

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