Más reflexiones acerca de la pobreza - VI : ¿Es un castigo el trabajo? ®



(Tres minutos)

No me refiero a la suerte o desgracia de tener o no un empleo sino de la condición creadora del trabajo, en sí mismo. Adelantemos que, en mi opinión, el trabajo es una gran medicina contra la pobreza. Especialmente contra la pobreza de carácter, fuente de todas las pobrezas. El trabajo evita la oxidación del alma y del cuerpo y nos aparta de preocupaciones frívolas. Las obligaciones de jornada, las responsabilidades que deben cumplirse, las necesidades de los míos que se cubren con el fruto de mi trabajo crean un sentimiento interno de utilidad que favorece la aceptación de nuevos retos, facilita las soluciones de los problemas y el desarrollo personal.

Cosas éstas desconocidas para muchos diletantes a los que mejor les iría si analizaran sobre sí mismos el clásico "Primum vivere deinde philosophari". Cosas odiadas incluso por muchos orgullosos de un clasismo en perpetua inhabilitación. "-¡Cómo voy a aceptar yo un trabajo de plebeyos..!” Y se buscan un empleo "de clase" pero sin posibilidad de ganarse la vida. Con lo que de la forma que sea el ya enfermo encuentra honores donde no los hay.

El trabajo en riesgo, el que se puede perder, es la mayor riqueza que el Gobierno de una nación puede idear para su pueblo. Es el que mejor afianza nuestras aptitudes y, sobre todo, desarrolla la actitud con que enfrentar el mundo y su infinita variedad de circunstancias. El riesgo del albur es la sal de la vida, y muy superior garantía a que si desde la cuna nos saliera el dinero hasta por las orejas.

El Estado nodriza inventado por el socialismo no ama el trabajo, no valora su premio. Sólo quiere utilizarlo para que el ciudadano nada se deba a sí mismo sino al arbitrio de su reparto. Hacernos súbditos de cuchara, funcionarios hasta en la sopa, robándonos la dignidad. Pero dar el biberón a un pueblo narcotizado hunde a éste irremediablemente en la tisis económica. Por el contrario, la verdadera Hacienda, o Tesoro, de una nación se promueve a través de la libre iniciativa garantizando los gobiernos que el esfuerzo sea remunerado en lugar de castigado; y los frutos bien administrados. (Ganaríamos mucho si nuestros 'servidores del pueblo' volvieran a su raiz de administradores y frenasen sus abusos de gobernantes.)

El trabajo no fue una condena a nuestros primeros padres sino una herencia del Paraíso respetada por Dios antes y después del Pecado Original. Algunos predicadores progresistas, traicionados por su inconsciente, dicen que el hombre fue castigado a ganarse el pan con el sudor de su frente, pero yo pienso que no fue un castigo sino el único medio que nos quedó para superar la desgracia del destierro. Porque el trabajo protege contra todos o casi todos los incidentes de la vida.

El que trabaja no se aburre pues se le pasa el tiempo como en relámpago; tiene una salud excelente, pues las responsabilidades asumidas priman sobre muchas pequeñas (y grandes) enfermedades. En pocas ocasiones es fastidioso y siempre una oportunidad que agradecer y aprovechar. Y si es creativo, el trabajo es una fuente de felicidad. En todo caso, inclusive realizado sin gusto es trampolín de experiencia para saltar a otro más satisfactorio... Además, como enseña nuestra religión, cuando el trabajo se hace bien, dando importancia incluso al orden de las pequeñas cosas, viene a ser un medio más de íntima oración y santificación. ¡Cuánto de esto puede hablar un ama de casa que de nuestros hogares conoce el DNI de todos sus rincones!

A todo esto se añade — casi hablo en broma — que por trabajar ganamos dinero y a veces con largueza. ¿Es el trabajo una maldición? Sólo es una maldición en boca de los demagogos o para los paranoicos de un vago clasismo del que otros se aprovecharán. Porque el trabajo puesto en tus fincas, en tus aparcerías, en tus fábricas, en tus inversiones alimenta infaliblemente tu amor por esa heredad. La explotación a control remoto, sólo atentos al cobro de las rentas, termina siempre en deshacer el patrimonio. Gran sabiduría del pueblo llano es el calificativo de “falso” que se guarda para los que no trabajan: ‘gandul" igual a ‘falso’. En algunas regiones de Aragón y de la Rioja es común llamar “falsos” a los propietarios de fincas que no las cuidan. Porque son “falsos terratenientes” que tienen lo que de igual manera no tendrían.

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