QUÉ SON LAS RELIGIONES Y SU MISIÓN EN EL MUNDO

El criterio fundamental desde el cual debemos confrontar todas las expresiones religiosas es la defensa de la vida, la opción por los pobres y  marginados, el alivio del sufrimiento humano, la denuncia profética de la violación a los derechos humanos, la liberación de todo tipo de opresión y la humanización de este mundo.

Desde el comienzo de la humanidad ha existido, en todas las culturas y épocas, el anhelo de felicidad y la búsqueda de trascendencia y sentido de la vida. Hombres y mujeres de todos los continentes y de todos los tiempos han pensado que el ser humano no es la medida de todas las cosas.

En un principio, mucho antes que aparecieran las religiones, existía la espiritualidad, que es la conciencia y sentimiento profundos de unidad con nosotros mismos y con el universo. La espiritualidad es la vivencia, la fuerza y la energía de aquello que da sentido a nuestro diario vivir y nos coloca en búsqueda de respuestas a los interrogantes más profundos, como el final de la vida y la dimensión de trascendencia.

Después, con el establecimiento de la sociedad agrícola, hace aproximadamente 10.000 años, fueron aparecieron las religiones que son creaciones humanas, con sus dogmas, mitos, ritos, normas morales, textos sagrados, organización jerárquica… Religión y espiritualidad no son lo mismo, pero no por ello ha de haber un distanciamiento entre ellas. La espiritualidad puede estar presente en las religiones como también fuera de ellas.

Las religiones no son obra directa de Dios. Son expresiones que han surgido entre los humanos, precisamente en un clima de espiritualidad y, sin duda, inspirados por la fuerza del Misterio Trascendente. En un principio, las religiones carecían de dioses, de códigos morales y de ritos. Con el tiempo se fueron institucionalizando y elaborando una teología dentro de la cultura del lugar.

Buscan dar respuestas a las necesidades existenciales del ser humano y lejos de ser instrumentos de alienación pueden ser fuente de paz e impulso de liberación, como de hecho lo están siendo en los diferentes movimientos religiosos de base ubicados en el mundo de la marginación al servicio de la liberación de las personas y de los colectivos empobrecidos. 

Hoy vivimos en la era de la mundialización, que no es la globalización neoliberal sino una alternativa humana que busca el establecimiento de redes interhumanas y la dignificación de cada hombre y mujer que habita el planeta, para hacer un mundo más humano, es decir, que las distintas dimensiones sociales, culturales y religiosas del planeta se interrelacionen y convivan aceptando, con profundo respeto, la diversidad y pluralidad.

Contemplamos esta pluralidad no como algo que amenaza nuestras convicciones, valores culturales y creencias religiosas sino como un elemento que enriquece y fortalece nuestra identidad de fe. En la medida que nos abrimos a la pluralidad nos vamos transformando en personas con mayor capacidad de diálogo y de escucha.

Para entrar en el diálogo con las demás religiones, es necesario que cada una deje de lado la creencia de que su religión es la “verdadera”. Si todas dicen ser “la única verdadera” es lógico pensar que las demás no lo son. Esta actitud ha llevado a la intolerancia e incluso a la persecución y a la muerte, sobre todo cuando han sido utilizadas a través de la historia por los poderes imperantes.

Todas las religiones son una búsqueda de Dios por parte del ser humano. Y como señala Karl Rahner: “Toda religión es tensión hacia la única realidad Trascendente”. Consecuentemente, podemos afirmar que todas las religiones son verdaderas porque buscan a Dios. Lo cual no quiere decir que sean perfectas, pues cada una responde a una determinada cultura y ninguna cultura es perfecta  ni superior a las demás.

Para entender lo que estoy diciendo nos puede dar luz aquella leyenda del elefante y los seis ciegos, cuando hace muchos años, el rey de una nación africana fue a visitar un pueblo. Estos seis ciegos se enteraron de que el rey tenía proyecto de llegar al pueblo montado en un elefante.

Ninguno sabía cómo era un elefante: “¡Un elefante! ¿cómo será?”, se preguntaban. Y para saciar su curiosidad, todos ellos fueron a buscarlo. Cada uno fue por su lado. El primero se encontró con la trompa, el segundo con un colmillo, el tercero con una oreja, el cuarto con una pata, el quinto con la tripa y el sexto con la cola. Todos regresaron al pueblo seguros de saber cómo era un elefante. Tan pronto llegaron, empezaron a contar lo que habían descubierto.

-¡Qué fantástico es un elefante! –dijo el primero, que había tocado la trompa. El elefante es como un tubo de esos por donde pasa el agua.

-No, es alargado y muy duro –dijo el segundo, que había tocado el colmillo.

-¡Qué va! –dijo el tercero, que se había encontrado con la oreja-, un elefante es plano y delgado como un filete.

-¡Qué dices! Es como el tronco de un gran árbol –dijo el que tocó la pata.

Los otros dos se habían encontrado por el camino y venían discutiendo, uno decía que era como la pared de una cueva, y el otro como una cuerda. Discutieron por largo rato y cada vez se hacía más tediosa la conversación.

Entonces llegó un vecino que sí podía ver y les dijo: Todos tenéis parte de razón, pero no toda la razón. Todas esas partes que habéis palpado cada uno  forman un elefante.

 Este relato nos ayuda a comprender que todas las religiones son expresiones espirituales y religiosas en busca de la verdad, pero ninguna posee la verdad completa, que es Dios.

En el diálogo interreligioso nos hacemos más humildes para reconocer que no somos dueños de la verdad, sino que nos dejamos poseer por la verdad. Valoramos y vivimos nuestro trozo de verdad, pero reconociendo que otros tienen la suya. Nadie posee en exclusiva toda la verdad.

Cuando yo era niño se hablaba de que nuestra religión cristiana católica es la única verdadera. Si una determinada religión es verdadera, las demás son falsas. Y si cada una se presenta como la  única  verdadera es imposible el diálogo porque verá a las demás como erróneas. El diálogo requiere reconocer que todas las religiones contienen parte de la verdad y todas están contaminadas de limitaciones. La verdad de una religión no se opone a la verdad de las otras. Todas son verdaderas en cuanto son caminos de búsqueda de Dios, del Misterio Trascendente y, por lo tanto, son experiencias de gratuidad y de humanidad. El Concilio Vaticano II proclama que todas las religiones "reflejan un rayo de la verdad que ilumina a todos los hombres" (Nostra aetate, 2).

Las religiones no son rivales sino que se complementan como las notas de una Divina Sinfonía. Cada una representa un papel importante en el gran drama de la evolución humana y su marcha hacia un destino común, la armonía, la paz universal,  desarrollo espiritual y la unidad mundial.

Las tradiciones religiosas están estrechamente ligadas a las culturas. Y por lo tanto, toda religión se puede transformar en contacto con otras culturas sin renunciar a la propia identidad. Tenemos que aprender a desarrollar una dialéctica novedosa que conjugue nuestra identidad de creyentes, sea cual sea la religión, con la capacidad de beber en otras fuentes, para compartir y descubrirnos en ellas.                    

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, afirma: “Las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad. El diálogo entre personas de distintas religiones no se hace meramente por diplomacia, amabilidad o tolerancia. El objetivo del diálogo es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor” (271).

De ahí que el criterio fundamental desde el cual tenemos que confrontar todas las expresiones religiosas es la defensa de la vida, la opción por los pobres y  marginados, el alivio del sufrimiento humano, la denuncia profética de la violación a los derechos humanos, la liberación de todo tipo de opresión y la humanización de este mundo. Si las religiones no humanizan ¿para qué sirven?

El libro que publiqué, “Diálogo entre religiones, para un mundo nuevo”,  busca ser una herramienta de trabajo y de reflexión tanto personal como comunitaria, que pueda ser útil tanto a cristianos como a creyentes de otras confesiones, para la construcción de un mundo nuevo de paz y fraternidad.  Hans Küng decía que “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre ellas. Y no habrá diálogo entre las religiones sin no se investiga sus fundamentos”.

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