Las iglesias protestantes históricas cada octubre celebran el mes de la Reforma. Lo hacen para rememorar que el 31 de octubre de 1517 un monje agustino, llamado Martín Lutero, clava sus 95 Tesis contra las indulgencias en las puertas de la capilla del castillo de Wittemberg. El acto desencadenaría un movimiento teológico de profundas repercusiones sociales, políticas y culturales: el protestantismo.
Por cierto que el término protestantes es sujeto de varias explicaciones, pero su origen se debe a la actitud de los príncipes alemanes que apoyaban a Lutero, quienes en la Dieta de Espira de 1529 protestaron a favor de continuar con las tareas de regresar a las enseñanzas de la Biblia en cuanto al ser y hacer de la Iglesia cristiana, quitándole el peso de las tradiciones católicas que obnubilaban las enseñanzas originales del Nuevo Testamento. El verbo protestari, del cual es derivado el adjetivo protestantes además de significar el planteamiento de una objeción, también tiene el sentido de plantear, testificar y confesar algo. Lo protestado, contra los deseos de Carlos V por uniformar confesionalmente a las naciones que conformaban su Imperio, fue confirmar el camino de la ruptura con Roma y enfrentar las consiguientes represalias.
Ya en varias ocasiones nos hemos referido, y criticado su uso, al dicho de la Contarreforma que sentencia como sinónimo de lo peor eso de “La Iglesia en manos de Lutero”. Es una frase oscurantista, contraria a la libertad de conciencia, estigmatizadora y de agresión simbólica. En México se continúa usando en distintos espacios para denotar que se ha puesto al lobo a cuidar a los corderos; o que tiene la responsabilidad de salvaguardar el bien de los demás quien menos debería estar en esa posición por su comprobada rapacidad.