El niño con el pijama de rayas

JOSÉ DE SEGOVIA

Cuando parece que ya nada queda por decir sobre el Holocausto, una novela juvenil sobre el tema ha tenido tanto éxito, que se ha convertido en una de las películas más vistas durante las últimas semanas. El libro del irlandés John Boyne, El niño con el pijama de rayas (2006), ha logrado conmover a toda una nueva generación de lectores, que han acudido masivamente a las pantallas de todo el mundo. La película es una adaptación bastante fidedigna del libro que narra la relación entre dos niños que viven separados por la alambrada de Auschwitz. A pesar de algunas concesiones para suavizar el cuadro familiar del hijo del oficial nazi, la historia sigue siendo de una dureza brutal, a años luz de la empalagosa cursilería de la oscarizada La vida es bella de Roberto Begnini. ¿Cómo explicar la anodina cotidianeidad de semejante muestra de maldad?.


La película del director británico Mark Herman se abre con unos versos del poeta cristiano inglés Sir John Betjeman, que no aparecen en el libro de Boyne: “La infancia lo mide todo por sonidos, olores y miradas / hasta que llega la hora oscura de la razón”. Ya que la historia se cuenta desde la perspectiva de dos niños de nueve años (en el libro, ocho en la película). Ambos nacieron el mismo día del mismo año, pero viven a diferentes lados de la alambrada de Auschwitz (transcrito en el libro de otra manera, Auchviz, para imitar su pronunciación infantil). Uno es judío, Shmuel; el otro es hijo del nuevo comandante del campo, Bruno, que tiene la voz narradora.

Su padre es un oficial de las SS que es trasladado desde su cómoda casa en Berlín, a este lugar, “para hacer algo muy importante para la guerra”, acompañado de su esposa y sus dos hijos. Bruno se siente enormemente disgustado de tener que abandonar a sus amigos, para vivir aislado en el campo. Aunque le prohíben explorar el bosque que hay detrás de la casa, se siente intrigado por la extraña granja que ve desde su ventana, llena de personas vestidas con “pijamas de rayas”. El aburrimiento y fastidio de su hermana, le llevan a emprender un día la aventura de descubrir a un niño sentado al otro lado de la alambrada. Comienza así a ver regularmente a Shmuel, trayéndole comida e intentando jugar con él, ignorante de la realidad en que se encuentra…

Puede leer aquí el artículo completo de este escritor y teólogo de fe protestante titulado El niño con el pijama de rayas
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