Profetas y testigos

Vivimos tiempos decadentes y difíciles, en los que nada bueno parece tener sentido; y si lo tiene, no vemos el fruto apetecido. Todo está en crisis, estamos todos en crisis, y el desconcierto recubierto de tristeza parece marcar la ruta de cada día. La realidad es que nos encontramos huérfanos de testimonios que nos refuercen la fe y la autoestima religiosa, y tampoco la institución eclesial puede suplantar al mensaje.

Pero, si miramos con un poco más de detalle, la realidad no es tan negativa. Cuando queríamos profetas adecuados al comienzo del siglo XXI resultó que nos llegó de sopetón nada menos que Francisco; quien lo iba a decir, un Papa como el gran profeta hecho a medida de nuestros ruegos. Pero él no puede hacerlo todo, como tampoco pudo hacerlo todo Jesús de Nazaret preservando nuestra libertad humana. Sería bueno saber cuántos católicos le seguimos a este gran profeta, no solo aplaudimos a cubierto, y si le hemos dado gracias suficientes a Dios por el regalo de su persona.

En el caso de añorar a testimonios solventes de fe, actuamos como si nada de lo que ocurriese a nuestro alrededor tuviera la suficiente fuerza evangélica. Grave error, porque Dios se mueve mucho entre nosotros pero su presencia brilla en la gente sencilla que posiblemente menos consideremos. Queremos referentes sociales pero cuando llega en forma de Papa, resulta que no solo vale aplaudirle sino que hay que seguirle. Y a nuestro alrededor, no sabemos ver a tantos trestigos cualificados del amor de Dios entre nosotros. Ahí crujimos, cuando la posición elegida no es la correcta; lo sabemos, no somos capaces de mantener la coherencia, es mejor la crítica desde el confort que dar el paso.

Pero profetas ahílos, y testimonios necesarios y poderosos, también. Es cuestión de abrir un poco más los ojos de la fe y dejarnos interpelar por los acontecimientos en lugar de juzgarlos o ignorarlos con una indiferencia que cada vez más nos recuerda a la insolidaridad. Profetas y testigos del Reino que Dios quiere entre nosotros y que, oh sorpresa, nosotros también estamos perfectamente capacitados para serlo. Pero no dispuestos, ay.

Lo cierto es que nos hemos enredado en mil historias que nos han descentrado de lo esencial: Dios nos ama, Dios ama a todos y todas, Dios es de vida y plenitud, no de miedo y muerte. Y hemos dejado de lado ser testigos y profetas para que el mundo le conozca, como luz del mundo que somos para que Dios brille donde otros viven en la sombra.

Todo muy repetido y muy trillado, pero... Pidamos a Dios Padre luz y fuerza para mejorar nuestra misión (misioneros) profética y testimonial de la verdadera paz en el trozo de mundo en el que nos ha tocado vivir. Y propongo hacerlo con la maravillosa oración de San Francisco, en quien tanto se apoya nuestro querido Papa:

¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.
Volver arriba