Santa María, la madre de Jesús

A lo largo del año, la liturgia recoge varas fechas para ensalzar la figura de María y se le recuerda durante la Misa en la plegaria eucarística. Desde la Edad Media, la tradición popular ha considerado el sábado como día dedicado a la Virgen. De igual modo el pueblo cristiano ha tenido en el mes de mayo un recuerdo ligado a su memoria. Pero la Virgen no tiene un ciclo propio dentro del año cristiano. Eso sí, en el tiempo litúrgico del Adviento y Navidad su presencia es muy evidente.

Tampoco es una figura que aparece muchas veces en los relatos evangélicos. Lucas, es el evangelista que más escribe sobre María de Nazaret. Ella es una discípula, no en el sentido de compañera durante el ministerio público de Jesús, sino como alguien que escucha la Palabra de Dios y obra de acuerdo a ella. Así aparece en la Anunciación, con su maravilloso fiat. De su persona se nos dice muy poco: la joven María estaba prometida a un hombre de la casa de David y vive en una aldea irrelevante de Galilea; poco más.

Dios escoge a personas insignificantes en lo humano para realizar sus grandes planes en la historia de la humanidad. María se conmueve, se maravilla ante lo nuevo e incomprensible del regalo que Dios le ofrece superando todo lo imaginable. María es destinataria privilegiada de un mensaje que es buena noticia para todo el pueblo. Le es revelado de este modo el plan de amor de Dios para con ella. “¡Dichosa tú que has creído!, y lo que ha dicho el Señor se cumplirá. Con el Magnificat, Lucas le presenta como la portavoz de la esperanza de todos.

Durante el ministerio público de Jesús, la presencia de María en este período es bastante escasa. Si nos adentramos en el pensamiento teológico lucano podemos ver que lo que le interesa a Lucas es situar a María en cuanto símbolo del discipulado, precisamente por su actitud ante la misión que tiene encomendada incluso en los Hechos de los apóstoles, la segunda parte de la obra de Lucas, que aparece en el germen de la comunidad cristiana, integrada en el grupo selecto que esperaba la venida del Espíritu Santo: “Todos ellos vivían con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, y de María la madre de Jesús (Hch 1, 13-14).

María es el modelo de creyente para todos, la que consiente la voluntad de Dios y se deja conducir por ella en una revelación progresiva del Misterio. Ella se deja modelar por Dios también en los muchos momentos dolorosísimos que vivió. La Iglesia naciente y la Iglesia hoy tenemos un espejo en ella para encontrar la respuesta al camino de la fe, la esperanza y el amor, pero me temo que enmarañado todo con distorsiones que han velado algunas claves de su figura y lo que realmente representa María para toda la humanidad.

Siglo a siglo, se le ha encumbrado en una peana de perfección tal, que aparece más como alguien sobrehumano e inalcanzable de seguir su actitud modélica. Mientras Jesús, verdadera manifestación de Dios, pasó por este mundo siendo en todo igual al género humano menos en el pecado, es decir, que sufrió de miedo, frío, angustia, dolor, tentaciones... a su madre terrenal la mostramos como si casi no fuera de este mundo. Empezando por el nombre de “la Virgen”, como si fuera este el principal atributo suyo.

Creo necesario un cambio radical en la piedad mariana para ahondar, en oración, sobre su extraordinaria actitud frente a todo lo que se le vino encima: aguantar los comentarios de madre soltera, parto en una cueva, desaparece Jesús tres días, se queda viuda y sola, sin su único hijo del que llegaban comentarios cada vez menos favorables que desprestigiaban al clan familiar, la reacción furibunda de los nazarenos cuando vuelve a su aldea y casi le despeñan, las calumnias, el abandono en el juicio del pueblo ¡(crucifícalo!, ¡crucifícalo!) y de sus amigos, el tormento y la muerte ignominiosa, el fracaso humano. Todo eso no se puede despachar solo con la frase lucana de que ella guardaba todas estas cosas en su corazón. Su fiat al ángel Gabriel no fue mayor que el fiat en cada una de estas ocasiones, en las cuales el torbellino de sentimientos y sensaciones tuvo que ser terrible. Ahí fue modelo para todos: humildad, aceptación, coraje, testimonio, amor, perdón, entrega ante la soledad y la falta de comprensión que solo una gran fe, esperanza y amor, hicieron posible vivir la visión ante aquél cadáver desfigurado y fracasado de su hijo, al que una vez, el ángel Gabriel le hizo saber que era el Mesías, el Salvador del mundo.

En lugar de haber dignificado a las mujeres desde entonces, los cristianos hemos elevado a María a una especie de semiángel al que se adora en lugar de verla como alguien cercano como ayuda privilegiada en nuestra conversión, ahora en el Adviento.
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