El futuro se llama reconciliación (y II)

En una reflexión reciente con el mismo nombre, me refería desde la mirada cristiana a ETA y al heroísmo de personas y colectivos capaces de actitudes de perdón e incluso de reconciliación. Ahora me alegra cerrar el bucle asomado a la ventana abierta por un miembro del GAL y la hermana de una de sus víctimas.

En un periódico que me regalaron en el avión que me llevaba a Madrid, incluía una larga entrevista entre Pili Zabala y José Amedo, ex subcomisario de Policía y miembro de los GAL, aquél grupo terrorista parapolicial en el que participó y que ahora proclama su “total arrepentimiento” y que “reniega” de su pertenencia porque perpetró el asesinato de etarras y de personas que luego resultaron ajenos a todo lo que tenía que ver con ETA. Amedo en su entrevista con la hermana del torturado y asesinado Joxean Lasa, pide al Estado que asuma las responsabilidades correspondientes. Y solicita también el mismo trato para las víctimas de ETA que para las de los GAL, argumentando que el sufrimiento ha sido igual para todas ellas.

En marzo de 2016, ambos se reunieron por primera vez sin focos ni cámaras, a partir de una carta enviada por Amedo a Zabala. Ahora lo han hecho por segunda vez en una iglesia de Madrid. Para ella, este tipo de encuentros pueden servir para sanar heridas colectivas e individuales, como un paso hacia la convivencia entre diferentes y también como una reivindicación de una senda aún sin explorar. Amedo añade que hay que crear unión, afecto y reconocer lo sucedido, que es necesario deslegitimar la violencia y el terrorismo de todo tipo: “Lo siento de verdad. La violencia crea solo daño y rencor”. Desde su reflexión como victimario, se pregunta: ¿Cómo es posible asumir ese dolor, convivir con él y transformarlo en esperanza? Cuando son incapaces de superar sus duelos, esta situación coloca a los familiares de las víctimas en un estado de gran vulnerabilidad afectiva y emocional.

Y continúa: La sociedad y su representación política no pueden huir de su responsabilidad frente a este colectivo para contribuir a su recuperación en un doble sentido: facilitarles el proceso de curación y permitir que las víctimas aporten sus experiencias en la construcción de una sociedad mejor. Ser capaz de perdonar es un regalo para uno mismo. No sólo beneficia a la persona perdonada, sino también a la que perdona. Al no perdonar, la persona dañada está encadenada a la persona que le hizo el daño y, mientras no la perdone, no podrá sustraerse al poder que tienen el ofensor y la ofensa sobre ella. Aun así, se da el caso muy frecuente de que el culpable se niega a ofrecer sus disculpas o a mostrarse responsable del daño.

Teniendo en cuenta estas reflexiones que nacen de lo más profundo de mi alma –dice Amedo-, pido perdón por el sufrimiento que haya podido causar y por el hecho de haber participado en los GAL, le pido perdón a Pili, honestamente; de corazón. Reniego de mi pasado vinculado a este grupo parapolicial, de lo que estoy totalmente arrepentido. Al mismo tiempo perdono sinceramente a quienes intentaron asesinarme en cinco ocasiones.

Pili Zabala, por su parte, es de la opinión que hay que dar una segunda oportunidad a las personas. “Mi hermano estaría contento de que no guardo rencor y de ser capaz de sentarme con una persona del GAL. En él veo humanidad y viendo el recorrido que ha hecho, posiblemente él sea mejor persona que antes”.

Como cristiano, me ha emocionado este diálogo entre ambos. El tiempo desmonta los relatos únicos. Como afirma la escritora Chimamanda Ngozi Adichie en su estupenda reflexión El peligro de la historia única, es imposible hablar de relato único sin hablar de poder. Las historias se han utilizado para desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar. Pueden quebrar la dignidad, pero también pueden restaurarla cuando lograrnos rechazar el relato único.

Gracias, Pili y José por vuestro testimonio.
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