La paciencia con Dios

Una cosa es ejercer la paciencia como virtud tolerante que nos permite una sana inteligencia emocional ante las contrariedades de la vida y las limitaciones de nuestros semejantes. Y otra cosa, a otro nivel muy diferente, es ejercitarse en la paciencia con Dios. La paciencia bíblica es una actitud personal alejada de la espera pasiva, una disposición de ánimo activa y dinámica, confiada siempre, con la firme voluntad de permanecer abiertos en el día a día ante el silencio aparente de Dios que se mueve en claves más profundas que las humanas. Al final, nuestra paciencia será recompensada porque el Reino se manifiesta en los que buscan en el día a día concreto, alejados de toda indiferencia o desesperación.

Después de releer este libro del sacerdote checo Tomás Halík -La paciencia con Dios-, un conocedor de persecuciones sin cuento, me he sentido removido de nuevo por el enfoque de sus mensajes sencillos, profundos y directos: “Conozco tres formas de paciencia (profundamente interconectadas) frente a la ausencia de Dios: se llaman fe, esperanza y caridad”. Y añade que la paciencia es la principal diferencia entre la fe y el ateísmo porque estos últimos viven una realidad incompleta ante el silencio de Dios, les falta paciencia porque Dios no vive en la superficie de nuestras cosas.

La paciencia con Dios es aceptación ante lo inevitable pero no desde la actitud entristecida sino permaneciendo en el amor. No es un mero esperar sino una forma determinada de acción ante la espera. Quien más quien menos debe encontrarse ante la prueba y entonces tendrá que optar entre pedir fortaleza para vivir en santa paciencia o desarbolarse sufriendo todavía más por no haber aprendido a aceptar los tiempos de Dios.

Lo que me ha conmovido más de su lectura ha sido la reflexión que hace sobre el sufrimiento en paciente espera de Teresa de Lisieuxen su experiencia de la ausencia de Dios, que ella aceptaba como una expresión de solidaridad con los no creyentes (sic). Un signo radical de paciencia con Dios y solidaridad nada menos que con los ateos en un tiempo en el que la Iglesia solo veía en el ateo a un pecador mientras que ella lo considera explícitamente como su hermano. Ella, que a las puertas de la muerte había perdido la fe, se vincula a Dios con la pasión del amor e hizo de su paciencia teologal el anticipo en vida de lo que anuncia San Pablo a los corintios cuando de nuevo venga Cristo en su gloria: solo quedará el amor.

Halík reflexiona sobre esta actitud revolucionaria de santa Teresita de rechazar el afán de sus hermanas de convento por presentar su agonía como “padecimiento heroico” llegando el autor a la conclusión de que la paciencia activa ante este sentimiento de abandono de Dios en actitud de espera es un compartir la misma mesa con los no creyentes, pero no para arrastrarlos al seno de la Iglesia, sino para ampliar el interior de la misma con la experiencia de su oscuridad, conquistando nuevos territorios, ella también desarmada de las seguridades que da la experiencia de la fe. Toda una lección de amor que adelanta a la fe y la esperanza y las sobrevive ya en este mundo con su abrazo amoroso -y asombroso- a los no creyentes, contrario al sentido que la religión tenía en su tiempo, tan centrado en la perfección ascética y el rechazo al pecado y al pecador, en la práctica, desde la condena. Su noche oscura del alma,  la santa la disolvió en el amor dejando para nuestra reflexión que existen muchas clases de ateísmo, incluido el que es fruto de nuestros fariseísmos escandalosos y excluyentes... y también muchos tipos de fe.

La paciencia con Dios, en fin, es un ejercicio de oración, amor, fe y humildad que nos hace crecer como personas. Pero esta reflexión quedaría coja si no conduce a reflexionar sobre la paciencia que Dios mismo demuestra con nosotros. Lo recuerdo aquí para alegrarnos con alborozo: Él sigue insistiendo eterna y pacientemente pese a la falta de respuesta.

Volver arriba