"El Evangelio es en primer lugar una persona, no una doctrina"

Este domingo comenzamos a escuchar la lectura de pasajes de la Carta a los gálatas como segunda lectura del domingo. Durante cinco domingos leeremos algunos párrafos importantes de esta carta que san Pablo escribió con pasión y con enojo cuando se enteró de que algunas comunidades que él había evangelizado en la región de Galacia se habían dejado seducir y convencer por otros predicadores que habían llegado después de él, y que no anunciaban el Evangelio cabalmente.

Pablo había anunciado el Evangelio de la libertad, pero los predicadores que llegaron detrás de Pablo decían que para ser cristiano, primero había que hacerse judío y cumplir con los signos de la identidad judía: la circuncisión de los varones, la observancia del sábado, las reglas sobre alimentos puros e impuros entre otras prácticas y ceremonias. Casi que venían a decir que Dios no es Dios de toda la humanidad, sino sólo de los judíos y había que hacerse pasar por judío para beneficiarse de la salvación de Cristo. Pero, peor aún, venían a decir que Jesucristo solo no alcanza para otorgar la salvación y había que completar su obra con los ritos judíos.

El mensaje de esta carta todavía es pertinente para nosotros, porque también hay todavía hoy personas que pareciera que no están muy seguras de que sólo el Evangelio de Jesús basta para la salvación y quieren completarlo y suplirlo con ritos, ceremonias y prácticas de diversa procedencia, que no tienen que ver nada con Jesucristo. También nosotros necesitamos escuchar que sólo Jesucristo basta para darnos seguridad, que sólo su Evangelio es camino de salvación, que sólo siguiéndolo a él encontramos la vida eterna. No hay que complementar con otros ritos, prácticas y ceremonias, como si Jesucristo solo no fuera suficiente.

Por eso san Pablo comienza su instrucción aclarando que el Evangelio no es una enseñanza humana. Las sabidurías tradicionales, los ritos y ceremonias practicadas en las religiones de los pueblos, no digamos nada de las doctrinas de los astrólogos y de los espiritistas, son de origen humano. El Evangelio no. Les hago saber que el Evangelio que he predicado, no proviene de los hombres, pues no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Esto es así, porque el Evangelio es en primer lugar una persona, no una sabiduría, una enseñanza, una doctrina o una ceremonia. El Evangelio es Jesucristo, que nació de la Virgen María en cuanto hombre, pero que tiene origen en Dios en cuanto Hijo de Dios. De esa cuenta, Jesucristo viene desde Dios y sabe cuál es el camino de vuelta a Dios; por eso, seguirlo a él nos da la certeza de llegar hasta Dios. Jesús no es comparable con ninguna enseñanza humana. Pablo predicaba a Jesús muerto en la cruz y resucitado para la vida eterna, pues ésa es la revelación de Dios por Jesucristo.

Como prueba de la validez de lo que afirma, Pablo propone su propio ejemplo. Él había sido seguidor del judaísmo con todas sus tradiciones, ceremonias, prácticas y ritos. Él se sentía orgulloso de esas prácticas incluso como signo de su identidad. Es más, había sido perseguidor de Jesucristo y de su Iglesia. Él creía que hacía un servicio a Dios persiguiendo a la Iglesia. Yo perseguía encarnizadamente a la Iglesia de Dios, tratando de destruirla; me distinguía en el judaísmo, entre los jóvenes de mi pueblo y de mi edad, porque los superaba en el celo por las tradiciones paternas. Pablo sabe de lo que habla. Él había sido un fanático de las tradiciones religiosas heredadas de sus padres, de las tradiciones que habían practicado sus abuelos, las conocía bien. Era tan celoso que combatía a la misma Iglesia de Dios sin saberlo.

Pero un día su vida cambió. Un día Dios le permitió conocer a Jesucristo. Un día Dios lo llamó para encargarle la tarea y la misión de ser apóstol y anunciador de Jesucristo. Pablo piensa que eso no fue una ocurrencia de Dios, que de repente se fijó en él. Pablo piensa que, desde que estaba en el seno de su madre, Dios se había fijado en él para esta misión, sin que el mismo Pablo lo supiera. Dios me había elegido desde el seno de mi madre, y por su gracia me llamó. Un día quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos. Nunca vamos a saber por qué Dios quiso que Pablo fuera primero un fanático de las tradiciones religiosas de su pueblo. Nunca vamos a saber por qué Dios llevó a Pablo por ese camino, pero así fue.

Este testimonio es un gran consuelo y nos da una gran esperanza, porque nos dice que el pasado de una persona no condiciona el futuro que Dios tiene para ella. El hecho de que Pablo fuera un perseguidor de Jesucristo y de la Iglesia no lo descalificó para que Dios lo llamara a ser un apóstol y un constructor de la Iglesia. Nosotros sabemos que Jesucristo se manifestó a Pablo cuando iba con cartas de recomendación para perseguir y apresar a los cristianos de Damasco, y que allí cambió su vida para siempre. Eso que le pasó a Pablo también ha sucedido a muchas personas a lo largo de la historia del cristianismo y puede pasar también en nuestros días. Para Dios no hay nada imposible. Pablo se volvió de las tradiciones de su pueblo que lo mantenían en la muerte y miró el rostro de Cristo que lo llevó a la vida.

Pablo quiere recordar que su Evangelio no es de origen humano. Por eso él casi no dice nada de que fue Ananías en la comunidad de Damasco quien lo bautizó y le dio las primeras instrucciones en el camino del Señor, según lo que leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pablo cuenta que sin tener contacto con la comunidad cristiana de Jerusalén, se retiró desde Damasco hacia Arabia y luego volvió a Damasco. No sabemos exactamente qué fue lo que Pablo hizo en Arabia. Presumiblemente anunció a Cristo. Pero Pablo dice que no tuvo que ir hasta Jerusalén para recibir la enseñanza y la aprobación de los apóstoles. Su experiencia del encuentro con Jesús en el camino de Damasco y las enseñanzas que recibió en la iglesia de Damasco fueron suficientes para esa primera misión en Arabia. Sólo al cabo de tres años, Pablo se encontró con Pedro y con Santiago, el pariente del Señor en Jerusalén, pues los otros apóstoles ya no estaban.

Sabemos que Pablo después se retiró a su ciudad de origen, Tarso de Cilicia, y que desde allí el apóstol Bernabé lo fue a traer para que colaborara con él en la formación de la comunidad de Antioquía de Siria. Finalmente Bernabé y Pablo fueron enviados como misioneros por la comunidad de Antioquía. La apertura para escuchar el Evangelio y la libertad para acogerlo con fe entre los paganos convenció a Pablo todavía más de que no hacía falta ser judío primero para llegar a ser cristiano después. Por eso resistió y combatió siempre los intentos de restablecer prácticas judías entre los cristianos. Por ese motivo, cuando se entera de que los gálatas se han dejado seducir por predicadores que enseñaban la necesidad de cumplir la ley judía en sus ritos y ceremonias, Pablo se enoja y les escribe esta carta.

Para nosotros esta carta es un testimonio y una advertencia para no mezclar nuestra fe con doctrinas, prácticas, ritos, ceremonias y costumbres ajenas al Evangelio o que puedan hacer pensar que aparte de Jesús existen otros poderes, otras fuerzas, otros espíritus que puedan ayudarnos a vivir mejor y a alcanzar la salvación. Solo Cristo basta, solo Cristo es suficiente, solo Cristo trae la salvación. A él se dirige nuestra fe, nuestro amor y en él ponemos nuestra esperanza. La meditación sobre la carta a los gálatas nos va a ayudar a reconocer que la salvación que Cristo nos da es pura gracia que recibimos y acogemos con la fe.

Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango-Totonicapán
Volver arriba