Jesús y la Samaritana

El episodio de Jesús con la Samaritana en el pozo de Jacob es un relato lleno de muchos elementos. Los exégetas dedican bastante atención para descubrir las enseñanzas allí incluidas.

La Liturgia nos lo presenta como un texto para la meditación en el III Domingo de Cuaresma. En la lectura atenta y meditativa de este episodio podemos encontrar muchas pistas para la vida cristiana cotidiana y, en especial, para la preparación a la Pascua. Quisiera proponer tres elementos, de entre otros muchos que nos brinda el evangelista.

Un primer elemento es el referente al encuentro-diálogo. Es muy común hallar en los relatos evangélicos cómo Jesús se va encontrando con numerosas personas y cómo establece tanto las condiciones como la realización de un diálogo.

Pero, en todo caso nunca se encuentran separadas estas dos cosas: porque hay encuentro se puede dar el diálogo; y, al darse el diálogo, se fortalece el encuentro. El encuentro es un primer paso, con el cual no sólo se rompe el hielo, sino que se demuestra la humanidad del mismo Jesús. Ese encuentro fue anunciado por los profetas y desde el día de la encarnación se hizo presente en la humanidad. En el capítulo 4 de Juan, vemos cómo Jesús se encuentra con una mujer samaritana en un sitio especial: el pozo de Jacob.

Ese encuentro le permitirá a Jesús iniciar un diálogo que va a producir unos efectos muy positivos en la mujer. Jesús inicia el diálogo prescindiendo de su condición de samaritana. Como dice el mismo evangelista Juan, los samaritanos no se hablaban con los judíos. Jesús, judío, toma la iniciativa ante la mujer, una samaritana.

El diálogo se inicia por una razón muy humana: Jesús le pide un poco de agua para beber, pues siente sed. La sed no tiene nacionalidades ni entiende de diferencias… Jesús se vale de esta situación natural para comenzar un diálogo. El diálogo no evita las dificultades, pero termina donde debe terminar todo tipo de diálogo, pues ambas personas sintonizan, entran en armonía y luego, hasta pueden dar otros pasos: la acogida, la convivencia, la comunión.

Este primer elemento hallado en la lectura del texto sale ante nosotros como una lección clara de la actitud de Jesús: el encuentro y el diálogo. Ambas cosas apuntan a convertirse en un medio pedagógico para la puesta en práctica de la misión del mismo Jesús. No se predica desde lo lejos; no se hace la salvación por un decreto. El encuentro-diálogo, en el caso de Jesús (acá con la samaritana), es un signo de la importancia de su encarnación.

El segundo elemento que se propone tiene que ver con la intencionalidad de Jesús. Si bien es cierto que está pidiendo agua, Jesús no pierde la ocasión para darse a conocer. En el fondo podemos hablar de una especie de auto-revelación de Jesús ante la samaritana: es quien da el agua que produce la vida eterna; es el Mesías y profeta, es quien hace sentir que Dios Padre puede ser adorado desde cualquier sitio “en espíritu y verdad”, es quien abre las puertas del corazón tanto de la mujer como de sus coterráneos. Estos ya no creen tanto por lo que les ha dicho la mujer sino porque han conocido directamente al Señor.

Es necesario destacar esta intencionalidad. Quien ve a Jesús es capaz de descubrir al Padre y su voluntad de salvación. Jesús lo hace en todo momento: sea con sus acciones como con sus enseñanzas. En el dinamismo del encuentro-diálogo, Jesús le da a conocer a la humanidad con diversos gestos y enseñanzas que Él es el Mesías Salvador y que con Él está cambiando toda la situación de la humanidad. Ya se anuncia así la acción iberadora de Dios y cómo ésta va llegando a toda la humanidad. Aunque se pueda comenzar por los judíos, todos los seres humanos, entre ellos los samaritanos, pueden ser beneficiados por la salvación que Él ha venido a traer.

Un tercer elemento lo vemos en la actitud de la samaritana. No sólo se adira ante la Persona de Jesús, sino que va a anunciar a los suyos que ha visto y conocido al Mesías. Uno puede deducir de la respuesta de sus coterráneos que debió haber hablado de Jesús con mucho entusiasmo como para convencerlos. Porque, si bien ellos reconocen que al ver a Jesús ya se dieron cuenta de quién era, también reconocen que la mujer samaritana les había hablado con gran énfasis acerca de Él. Por eso, llegan a decir que ya no necesitan sólo de lo que ella ha contado.

Fruto de un encuentro-diálogo con Jesús es el testimonio de vida. Se habla de la experiencia tenida junto con Él. Se habla acerca de Él; se da a conocer lo que ha comenzado a transformar la propia existencia. Si de ese encuentro hubiera habido algo negativo, la samaritana también lo hubiera dado a conocer. Pero, el Señor le alentó a descubrir quién era. En el fondo no le recriminó su vida, sino que la invitó a identificarse con Él y a darlo a conocer.

Hoy, una de las propuestas de la Iglesia es intensificar en nuestra vida el encuentro con Jesús. Un encuentro lleno de vida en su Palabra y en sus sacramentos, así como con la práctica del amor. Al encontrarnos con Jesús, sencillamente, debemos abrir nuestras mentes y corazones para llenarnos de su gracia. En ese encuentro podemos establecer una necesaria comunión y así dialogar; esto es, sintonizar y unirse a Dios. Entonces, por la ayuda del Espíritu, se podrá hacer patente el fruto de dicho encuentro-diálogo por medio del testimonio del Evangelio de Jesús.

Sin dejar de tener en cuenta todas las demás riquezas de este relato evangélico, el encuentro-diálogo de Jesús con la samaritana nos hace posible llenarnos del agua de vida eterna cuya fuente está en el corazón de Cristo.

+ Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal
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