Parábolas de la alegría
Así es Dios, dice Jesús. No se contenta con los que presumen de justos, ni siquiera queda satisfecho con los que de verdad son buenos y santos. Dios tiene la mirada puesta en el que todavía no ha encontrado el camino, en el que todavía falta, en el que está alejado, en el que vive al margen de la fe y del conocimiento de Dios para darle a conocer su amor. Dios no espera que el alejado regrese, como el pastor no esperó a que la oveja extraviada encontrase su camino de vuelta al redil ni la mujer se resignó a esperar a que la moneda apareciese por su cuenta. Tanto el pastor como la mujer se afanaron para buscar y encontrar. También Dios sale a buscar al pecador. Salió a buscarlo en Cristo. Dios quiere seguir saliendo a buscar al alejado, al extraviado, al pecador a través del ministerio de los sacerdotes, pero también a través de la palabra y del gesto de cualquier creyente cuando se preocupa por conducir a su hermano de vuelta a Dios. Salir a buscar es la expresión de la gracia y de la misericordia de Dios.
Luego está la alegría. Jesús usa los circunloquios propios del respeto con que los judíos hablaban de Dios. Jesús dice: Así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente. También en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. Pero la alegría en el cielo y la de los ángeles tiene su origen en la alegría de Dios. No son muchos los pasajes que hablan de la alegría de Dios directamente, pero se habla de cielo como de un banquete de bodas, y en la tercera parábola del evangelio, el padre de los dos hijos, que representa a Dios declara que era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado. ¿Qué significa esta alegría de Dios? Significa que para Dios no es el pecado humano el que frustra sus planes de salvación, sino el rechazo de su invitación a la conversión y al perdón. Dios logra sus propósitos salvadores en la conversión del pecador, en el regreso del alejado, en la recapacitación del extraviado. Y por eso se alegra.
El mensaje principal y siempre novedoso de este evangelio es que la conversión del pecador y el regreso del alejado son posibles porque Dios ha salido a buscar primero. En la parábola de los dos hijos es evidente que el hijo menor que se alejó de la casa de su padre se animó a regresar por la seguridad que tenía de que encontraría algún tipo de acogida de parte de su padre. Por supuesto no se imaginaba ni esperaba ser recibido de nuevo como hijo, pero pensaba que al menos como obrero y trabajador recibiría un trato acogedor y eso lo animó a regresar. La parábola da a entender que durante el tiempo de la ausencia del hijo, el padre estuvo atento, oteando el camino por donde tendría que venir, buscándolo con la vista, pues tan pronto lo vio a la distancia corrió a su encuentro para recibirlo.
En el régimen cristiano no es la conversión del pecador la que gana el perdón de Dios; es la seguridad del perdón incondicional de Dios ofrecido de antemano la que suscita el arrepentimiento y la conversión del pecador. Me levantaré y volveré a mi padre es una decisión que nace del recuerdo de cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre. El perdón de Dios no es una concesión de mala gana con la que Dios responde a la súplica y a la penitencia del pecador. La súplica y la penitencia del pecador son la respuesta con la que él se acoge a la misericordia de Dios que siempre va primero. Esa es la buena noticia; ese es el evangelio. Ese es el régimen de la gracia.
El testimonio que Pablo da de sí mismo en la segunda lectura corrobora con la experiencia personal de este apóstol el régimen de la gracia. Pablo constata que su vida de perseguidor de la Iglesia, del evangelio y de Jesucristo lo hacían pecador y blasfemo a los ojos de Dios. Pablo no hizo méritos para ganarse la vocación de apóstol. Más bien su conducta lo hacía cada vez más indigno de que Dios le prestara alguna atención. Pero Dios tuvo misericordia de mí, y la gracia de nuestro Señor se desbordó sobre mí, al darme la fe y el amor que provienen de Cristo Jesús. Pero Cristo me perdonó, para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad y sirviera yo de ejemplo a los que habrían de creer en él, para obtener la vida eterna.
Ahora bien, esta actitud de Dios que crea espacios de gracia que hacen posible la conversión humana, ¿no tiene acaso como consecuencia la necesidad de ser nosotros también agentes de gracia y perdón? En una sociedad en la que con frecuencia andamos reclamando pleitos y exigiendo derechos, ¿no tendremos los cristianos que dar un paso más para introducir en nuestras relaciones familiares, interpersonales y sociales actitudes de gratuidad a fondo perdido, de servicio sin interés de recompensa, de perdón sin condiciones? ¿No genera el perdón previo de Dios el clima de gracia que hace posible que también nosotros seamos transmisores y actores de ese perdón en las realidades de cada día? En este día de la Independencia patria, ¿no es esa una de las principales contribuciones que podemos hacer los cristianos para propiciar un clima de humanización y esperanza en nuestra sociedad tan convulsionada por la violencia y la desconfianza?
Un Dios Padre generoso y bueno se inclina sobre el mundo y envía a su Hijo a buscar al que estaba perdido para recibirlo y vestirlo con el don de su Espíritu. Según la cosmovisión cristiana, esa es la realidad de fondo sobre la que se mueven y existen, el mundo y la humanidad.
Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán