Vestir al desnudo

Al abordar esta obra de misericordia corporal, viene a la mente la escena más conocida de la vida de san Martín de Tours, recogida por muchos pintores, como El Greco: era un militar de origen húngaro al servicio del Imperio romano que, estando a las puertas de la ciudad de Amiens, vio a un mendigo tiritando de frío, y tomando su espada cortó la mitad de su capa y se la entregó. A la noche siguiente se le apareció Jesucristo vestido con media capa para agradecerle el gesto.

La popular leyenda nos remite a unas palabras de Cristo mismo cuando dijo que lo que hacemos por uno de los pobres menesterosos es como si se lo hiciéramos a él mismo.
No se trata de dar lo que nos sobra, sino de compartir, que es mucho más, es decir, privarnos de una parte de nuestros bienes para que puedan disfrutarlos otros que los necesiten. En este caso la ropa. Para ello hay que saber ver las necesidades ajenas, no pasar de largo.

De Ladislao Kubala, que en los años cincuenta fue un ídolo de la afición del Barça no menor de lo que ahora lo es Messi, contaban sus colaboradores que era una persona muy desprendida. Con cierta frecuencia, paseando por las Ramblas o por otras calles de Barcelona, se encontraba con un mendigo y le daba su jersey o su chaqueta. Sus acompañantes no podían impedir su gesto espontáneo que hacía sin apenas pensarlo.
Si hoy no parece un problema tan grave la falta de vestido es también por la ayuda de varias entidades, entre ellas Cáritas, que ofrecen ropa gratuitamente o a precios simbólicos después de recogerla de domicilios o de contendedores donde es depositada.

Pero vestir al desnudo creo que es una obra de misericordia cuya necesidad nunca desaparecerá, al menos considerada en otro aspecto: la de ayudar a personas que se encuentran desnudas de afectos, de comprensión, de compañía. Personas que viven solas o que están internadas en residencias y que –como dijo el Papa- se pasan a veces el día mirando a la puerta esperando, quizá inútilmente, que aparezca alguien de su familia.
Hay una desnudez del alma que debe conmovernos. La de quienes han perdido el afecto que debe rodear a toda persona para que se sienta feliz. Nuestra oración y compañía pueden ayudarles. No se trata de darles consejos al estilo de deberías hacer esto o aquello, sino de estar con ellas, escucharlas y, si es posible, ayudarlas en lo que piden.

† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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