La hora de gobernar con decisiones

Llegó, vió y...se metió a la Iglesia y a la opinión pública mundial en el bolsillo. Con gestos de Papa-párroco. Más obispo de Roma que Papa. Más párroco que obispo. Francisco encandiló a la gente e insufló, en poco más de 15 días al frente de la institución, una nueva ilusión. En dos patadas ha roto el clima del miedo generalizado. Con cuatro gestos, ha vuelto a anclar la institución a la primavera de Juan XXIII, puesta entre paréntesis o, al menos, congelada durante estos últimos 35 años.

Con los gestos diseñó el tipo de pontificado que quiere. Marcó su hoja de ruta. Señaló sus prioridades. Y ya sólo eso está empezando a "mosquear" a los tira-piedras de turno. Y, por supuesto, produce cierto malestar indisimulado en curas, obispos y cardenales que habían vuelto a vivir como "señores". Como los obispos-señores de antes del Concilio.

Muchos recordamos (la veteranía es un grado), cómo nuestros obispos regresaron convertidos del Concilio. Y pusieron en marcha en sus diócesis la nueva dinámica postconciliar. Entre otras muchas cosas, transmitieron la ilusión de aquella primavera a sus curas y a sus fieles y, para dar ejemplo, dejaron sus palacios, recortaron sus puntillas, dejaron sus cochazos...Se hicieron pastores normales, de esos que "huelen a oveja".

Tras la elección de Juan Pablo II, cambiados los aires romanos, la involución galopante comienza a instalarse en la institución. Y los obispos dejan sus pisos para volver a los palacios y a los chóferes y a los grandes coches y a la gestión de una diócesis como una empresa, a encerrarse, a vivir de cuatro frases hechas, a estigmatizar a los que seguían predicando una Iglesia auténticamenet conciliar (y, por lo tanto pobre). Y el clima se fue enrareciendo. Los curas del Concilio fueron perdiendo influencia y casi estaban resignados a que su modelo eclesial desapareciese.

Los nuevos cachorros, los curas del polo y del alzacuellos instauraban, a marchas forzadas, una Iglesia ritualista, de seguridades, de cumplimiento, de moralina, de funcionarios...Ya no olían a oveja, sino a Armani. Curas del cocdrilo...y de las puntillas y el incensario y los ritos infinitos...Alejados de las penas y ls alegrías de la gente. Acusando a sus mayores de "demasiado temporalistas" y de que su modelo había fracasado.

Pero llegó la renuncia profética del Papa Ratzinger, que desencandeó un proceso de profunda revisión eclesial. Y 115 ancianos reunidos en el cónclave se hicieron eco del sentir de las bases y del pueblo de Dios y eligieron a un Papa del fin del mundo, que puso en marcha la primavera. Una nueva primavera de la Iglesia. Y la ilusión ha vuelto a renacer en la gente, en el pueblo y en los curas mayores. A los más jóvenes, a los cachorros les va costar asimilar el nuevo modelo eclesial. Fueron educados para otra cosa. Para oler a incienso. No para oler a oveja...Los costará el cambio...

Una vez puesta en marcha la primavera (y tras las fiestas de la Semana Santa), al Papa Francisco le toca empezar a marcar la pauta con decisiones de gobierno. Empezando por su propia casa. Urgen cambios claros y evidentes en la Curia romana. Sin dejar demasiado tiempo a los "lobos" a que se puedan agrupar. Para demostrar, con hechos, que al Papa Francisco no le tiembla el pulso a la hora de cumplir una de las tareas que le puso el cónclave: limpiar la Curia. ¡Mucha suerte, Santidad!

José Manuel Vidal
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