"Y ese odio es todo amor" El futuro está… ¡en el odio!

"Comentando este evangelio hace ahora quince años, escribí: 'El futuro está… en el odio'"
"Y es que el evangelista no escribió: 'si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre…”, sino que escribió: si uno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío'”
"Es obvio que, a los gestores de la palabra litúrgica, ese odiar que Jesús reclama, les pareció inaceptable, y lo escondieron en un domesticado posponer, que ya aparece como verbo de Jesús en los otros relatos sinópticos de la misma enseñanza"
"…Ese odio que nos libera para el amor, es condición de futuro para quien ama, para quien es amado y para el mundo"
"Es obvio que, a los gestores de la palabra litúrgica, ese odiar que Jesús reclama, les pareció inaceptable, y lo escondieron en un domesticado posponer, que ya aparece como verbo de Jesús en los otros relatos sinópticos de la misma enseñanza"
"…Ese odio que nos libera para el amor, es condición de futuro para quien ama, para quien es amado y para el mundo"
Comentando este evangelio hace ahora quince años, escribí: “El futuro está… en el odio”.
Y es que el evangelista no escribió: “si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre…”, sino que escribió: “si uno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío”.
Es obvio que, a los gestores de la palabra litúrgica, ese odiar que Jesús reclama, les pareció inaceptable, y lo escondieron en un domesticado posponer, que ya aparece como verbo de Jesús en los otros relatos sinópticos de la misma enseñanza.
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Un amigo mío, que murió sin fama de santidad y sumergido en una oscura noche, decía que el evangelio, si no lo mitigáramos de alguna manera, sería una fuente permanente de neurosis.

Así que es muy posible que, también por salud psíquica, en esto de “ir con Jesús”, todos busquemos un apaño -una mitigación, una rebaja- en los tiempos del verbo posponer.
Con todo, si alguien quiere ir a Jesús -la cosa no está de moda, puede que no lo haya estado nunca-, habrá de conjugar sin apaños los tiempos del verbo odiar.
El evangelista dice que “muchos acompañaban a Jesús por el camino”, y a esos “muchos” que “vancon él”, Jesús les recuerda las condiciones que han de cumplir si quieren “ir a él”, si quieren ser “sus discípulos”, si quieren “entrar en el banquete de bodas del reino de Dios”.
Y ahí aparece el odio, como si fuera el “vestido de bodas” necesario para entrar a la sala del banquete.
“Odia”: deshazte de todo lo que posees, apártate de todo lo que amas, olvídate incluso de ti mismo, odia incluso tu propia vida…
“Odia”: no es una opción para especiales, no es un motivo de vanidad para elegidos; es condición de vida para todos…
“Odia”: ódialo todo, porque necesitas estar del todo disponible para amar…
Si quieres conocer el designio de Dios, si quieres hacer la voluntad de Dios, si quieres saber de la intimidad de Dios, habrás de acudir a la sabiduría de Dios, habrás de pedir el Espíritu de Dios, habrás de ir a Jesús, a la Palabra que viene del Padre… Y es Jesús quien nos recuerda la necesidad de “odiar”, de renunciar a todo, de posponerlo todo, de llevar la propia cruz si queremos ir a él…
El evangelio no me pide que odie al enemigo, sino que odie lo que amo, lo que más amo, desde mi padre y mi madre hasta mi propia vida.
Y ese odio es todo amor: mi padre y mi madre, por amor, odiaron la propia vida para proteger la mía; los mártires de la fe, por amor, odiaron la propia vida y la entregaron a Cristo Jesús y a quienes los martirizaban; Jesús de Nazaret, por amor, odió su vida para que todos pudiésemos vivir; la Eucaristía, sacramento del amor que el Padre nos manifiesta dándonos a su único Hijo, es al mismo tiempo sacramento del odio que se nos exige, pues en este divino misterio se pierde a sí mismo por entero quien nos ama, y sólo si nos odiamos para amar, sólo si renunciamos a poseernos y nos damos a quienes amamos, podremos ser en verdad discípulos de aquel a quien nos hemos acercado en la comunión.
Ese odio que nos libera para el amor, es condición de futuro para quien ama, para quien es amado y para el mundo: El futuro está… ¡en el odio!

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