Fuera de la Iglesia también hay salvación Y la Palabra se hizo mujer y habitó entre nosotros

Y la Palabra se hizo mujer y habitó entre nosotros
Y la Palabra se hizo mujer y habitó entre nosotros

El esclavo casi siempre preferirá el sometimiento y la servidumbre ante la amenaza de dejar de ser reconocido como persona. Y es esa dialéctica la que se manifiesta en el clericalismo que impone la Iglesia. Por lo tanto, no se trata de una esclavitud material, de trabajos forzados o de maltratos físicos (aunque no deja de haber una cierta explotación laboral), sino de un estilo de relación eclesial donde el laicado, sobre todo las mujeres pobres y los jóvenes, son considerados inferiores, como fieles poco formados y siempre equivocados en sus opiniones y opciones de vida.

Las biografías de las personas pertenecientes al pueblo empobrecido y crucificado son encarnación de la palabra del Dios del éxodo que nos ayudan a descubrir y reflexionar teológicamente su presencia en la historia. Para conocer esa presencia de primera mano, escribía Ignacio Ellacuría que es preciso «hacernos cargo, cargar y encargarnos de la realidad»[2] y, como completó Jon Sobrino, incluso ese proceso acaba por «dejarnos cargar por la realidad» para encontrar conversión y esperanza desde las víctimas.

(2) Y la Palabra se hizo mujer y habitó entre nosotros

Antes de proseguir, es necesario señalar que cuando hablo en el libro de experiencias de esclavitud en la Iglesia de Aysén, me refiero fundamentalmente auna forma de sometimiento que se denomina como “esclavitud de conciencia”, es decir, a un sistema de relaciones de servidumbre que se dan entre los clérigos y los seglares de la Iglesia de Aysén. En estas relaciones de poder se hace efectiva la dialéctica del amo y el esclavo descrita por Friedrich Hegel en el capítulo cuarto, “Autonomía y dependencia de la autoconciencia: dominio y servidumbre”, de su obra La fenomenología del espíritu[1].

Hegel afirma que el amo ejerce su dominación sobre el esclavo negándolo y anulándolo como persona, de tal forma que el esclavo casi siempre preferirá el sometimiento y la servidumbre ante la amenaza de dejar de ser reconocido como persona. Y es esa dialéctica la que se manifiesta en el clericalismo que impone la Iglesia. Por lo tanto, no se trata de una esclavitud material, de trabajos forzados o de maltratos físicos (aunque no deja de haber una cierta explotación laboral), sino de un estilo de relación eclesial donde el laicado, sobre todo las mujeres pobres y los jóvenes, son considerados inferiores, como fieles poco formados y siempre equivocados en sus opiniones y opciones de vida.

Un rostro de este tipo de esclavitud es el de Rosalía. Ella nació en una pequeña isla del archipiélago de Chiloé, en un extremo austral del mundo. Vivía con su familia en un espacio pobre y campesino, volcados a la mar como su principal sustento, en los límites de la tierra olvidada por la sociedad y el poder.

En una ocasión, de muy chiquita, sus hermanos hombres le pidieron que fuera con ellos a la playa a mariscar en la noche para que les guardara la ropa mientras ellos sacaban el marisco con la marea baja. De paso, ellos aprovechaban para pololear con las jóvenes a las que pretendían enamorar. Rosalía fue con ellos y, cuando estaba sola, vio un pez muy negro y brillante cerca de la orilla. Lo empezó a seguir atraída por sus movimientos y se fue adentrando en la mar. Cuando el agua le llegaba ya a su boca y mientras veía a lo lejos el barco fantasma del El Caleuche, su hermano la sacó justo a tiempo del agua y la pudo llevar a salvo a la casa.

Años más tarde, en octubre del 1973, mientras hacía las tareas de la casa, escuchó gritos y disparos y pudo ver cómo unos militares se llevaban a golpes a su padre y a su hermano mayor. Con el tiempo, supo que los militares fascistas habían dado un golpe de Estado en el país y andaban persiguiendo, torturando y haciendo desaparecer a todos los que ellos consideraban como peligrosos para el nuevo gobierno impuesto. Comprendió entonces que a su padre y a su hermano nunca más los volvería a ver con vida.

Tuvo que hacerse cargo de la casa y de sus hermanas pequeñas. Todos los días le rezaba a Diosito para que le diera fuerzas y besaba la imagen del Nazareno de Cahuach. Pasó el tiempo y un día apareció un hombre joven con el que se casó. Era un hombre agresivo y borracho, pero ella pensaba que con él no se sentiría tan desprotegida.

Como su marido no encontraba un trabajo en la isla, tuvo que viajar embarazada a las cercanas tierras de la Patagonia. Al poco de nacer su hijo, el hombre la abandonó y nunca más supo de él. Vivió en condiciones de sobrevivencia durante largos años, pero con un trabajo de sirvienta que encontró, pudo alimentar a su hijo. Entró en una profunda depresión, pero no tenía tiempo para preocuparse por ella misma. Siguió trabajando y luchando por su hijo hasta que este se hizo mayor y se fue también de la casa. Su hijo, al igual que su pareja, nunca quiso saber más de su familia.

Rosalía, fiel a su fe campesina, iba siempre a misa y trató de integrase en un grupo de la parroquia, pero nunca se sintió acogida ni respetada porque siempre iba sola y porque era pobre. Los clérigos de la Iglesia católica suelen desconfiar de los más pobres y los dejan “encargados” a algún equipo caritativo, pero no siempre funcionan. Rosalía conoció una pequeña comunidad evangélica donde, hasta el día de hoy, se encuentra sostenida y libre. Con su pequeña comunidad sintió la necesidad de aprender a leer y escribir para poder comprender mejor los textos bíblicos y leer los salmos.

Entró a formar parte de un grupo de alfabetización de adultos de puras mujeres que también sabían de sufrimiento y resistencia. Ya en su vejez, se siente ahora como una mujer que ha enfrentado la vida poniéndole empeño, corazón y fe. No olvida que le mataron a los suyos, no olvida la historia de abandonos y desprecios, pero tiene unos ojos que saben mirar de frente la cruz, siempre con la secreta esperanza de la resurrección.

TEOLOGIA MUJER

También hay otras mujeres y jóvenes que abrieron sus corazones y compartieron sus experiencias, vivencias y valoraciones conmigo en este tiempo y cuyo testimonio tanto agradezco:

Ángeles es una mujer de 76 años, viuda de origen campesino que vive sola porque sus tres hijos ya están independizados. Tuvo que compaginar en su vida las tareas domésticas y de crianza con las labores del campo. Perteneció a un grupo de mujeres que se reunían en una capilla del Vicariato, pero hace años que lo dejó. En la actualidad participa de talleres de adultos mayores y forma parte de un grupo de alfabetización de adultos desde hace varios años.

Sonia tiene 65 años. Es una mujer criada por otra familia en el campo. Formó su propia familia con harto esfuerzo desempeñándose como trabajadora de casa particular. Participó activamente de las tareas pastorales de una capilla del Vicariato durante más de diez años, pero se alejó completamente y ahora participa esporádicamente de algunos grupos y talleres para adultos mayores. En la actualidad aún tiene su casa en un terreno no regularizado.

Haydée tiene 58 años, es madre de tres hijos, educadora y activista social. Se dedica a variados oficios artesanales. Tuvo por años un fuerte compromiso eclesial y político y, en la actualidad, participa de grupos y movimientos de base en defensa de los derechos humanos y socioambientales en la región.

José es un joven de 22 años que no finalizó los estudios optando por ser un trabajador. Está independizado de su familia. En su adolescencia fue dirigente estudiantil en colegios católicos y en la pastoral educativa del Vicariato.

Gladys tiene 30 años. En su época escolar formó parte de los grupos pastorales de su colegio y del Vicariato con un rol activo. Luego partió de la región a estudiar periodismo y en la actualidad es militante de causas feministas.

Roberto es un joven de 22 años. De origen popular y católico, integró la pastoral juvenil del Vicariato y tuvo un rol de dirigente pastoral en la capilla de su población. Vivió situaciones incómodas de discriminación dentro del Vicariato que le apartaron de él. Actualmente es dirigente local de la comunidad LGBTIQY+.

Elisabet tiene 26 años. Pertenece a una familia católica muy comprometida con la Iglesia. Su relación con los clérigos y dirigentes del Vicariato fue cercana y frecuente en su niñez. Estudió fuera de la región y realizó un proceso de cuestionamiento de la Iglesia como institución que la condujo a abandonar la pertenencia eclesial y a militar en movimientos políticos y en grupos feministas.

Para mí, ellas y ellos son auténticos Signos de los tiempos.

SIGNO DE LOS TIEMPOS

Creo que, la realidad que se desvela en las entrevistas contiene historias de búsqueda sacrificio y exclusión en medio de unas condiciones de precariedad y pobreza que las convierte en la fuente primordial y fundamental que orienta y estructura nuestro trabajo. Con Gustavo Gutiérrez podemos afirmar que la teología real es una «reflexión sobre la praxis» y, por lo tanto, la vida y la historia son lugares teológicos.

Las biografías de las personas pertenecientes al pueblo empobrecido y crucificado son encarnación de la palabra del Dios del éxodo que nos ayudan a descubrir y reflexionar teológicamente su presencia en la historia. Para conocer esa presencia de primera mano, escribía Ignacio Ellacuría que es preciso «hacernos cargo, cargar y encargarnos de la realidad»[2] y, como completó Jon Sobrino, incluso ese proceso acaba por «dejarnos cargar por la realidad» para encontrar conversión y esperanza desde las víctimas[3].

Cuando alguien se encuentra hoy en el camino con jóvenes dolidos y defraudados por la Iglesia y con mujeres que se sienten abandonadas y marginadas, solo tiene dos opciones: hacerse cargo o dar un rodeo ante esas situaciones. Al elegir, ya sabe que ese primer paso le va a conducir inevitablemente a practicar el oficio de una misericordia que se hace justicia cargando y encargándose de las personas a las que ha expuesto su propio corazón, lo que supone también renunciar a centrar la vida en uno mismo y aprender a vivir para muchos como un excéntrico.

[1] G. W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu, Fondo de Cultura Económica, México, 1971, pp. 113-117.

[2] Ignacio Ellacuría, «Hacia una fundamentación filosófica del método teológico latinoamericano», El Salvador, UCA 322-323 (1975), p. 149.

[3] Jon Sobrino, «Conllevaos mutuamente. Análisis teológico de la solidaridad cristiana», en Estudios Centroamericanos (San Salvador, UCA Editores) No. 401 (1982), pp. 157-178.

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