He leído la biografía de Hermann Cohen, el fundador de la Adoración Nocturna. se convirtió del judaísmo, y poco después de bautizarse ingresó en los Carmelitas descalzos. Emociona leer lo que escribía poco antes de recibir la ordenación. Así se desahogaba:
"Estoy en un estado de emoción imposible de describir: la felicidad y un santo temor han invadido mi corazón... Debo ser sacerdote el Sábado Santo y cantar Misa el Domingo de Pascua... ¡Consumámonos por su gloria! Se me ocurre pensar que, habiendo hecho yo morir a Aquél que amo, habiéndolo hecho morir tan a menudo por mis pecados, voy mañana en cierto modo a devolverle nueva vida consagrando con el obispo. Pero, aunque dijera la Santa Misa miles de años, jamás podría darle nueva vida con la frecuencia con la que le he dado la muerte al ofenderle con mis abominables ingratitudes... Pida para mí la fidelidad, la gratitud, el amor a la cruz y la sed de la gloria de Dios."
Las emociones que siguieron a estos días fueron tan violentas que cayó enfermo. Hubiera sido "feliz de marchar de esta tierra de destierro a la Patria. Pero la obediencia me ha dicho: levántate. Y hallo la energía y la actividad, no rehúso el trabajo, y cualesquiera que sean la longitud y la dificultad del camino que me queda por hacer, estoy resuelto a no mirar atrás."
Con su hermana se desahoga así: "Mi corazón está lleno de alegría y esperanza al pensar que vendrás dentro de algunas semanas a visitarme a Agen. Tendremos ocasión de bendecir y alabar la misericordia de Dios en esta entrevista tan deseada. Mi alma siente la necesidad de desahogarse en la tuya... Tú sabrás comprenderme; tú sola. Leerás en este corazón que abriré, y que lleno de de emociones celestes que lo inunda, se derramará en el tuyo en una fraterna efusión... Nos alegraremos y lloraremos a la vez, pero serán lágrimas sin amargura, lágrimas de felicidad, lágrimas de gozo y de agradecimiento."
Emocionan leer estas frases de fe profunda, de meditación duradera, de vivencias divinas. Amigo sacerdote, al sacerdocio ni renunciamos ni podemos hacerlo. Ha imprimido carácter en nuestras almas. Obedeciendo a nuestros superiores nos queda muchísimo quehacer como sacerdotes y hemos de practicarlo en todas sus facetas posibles. Nuestro testimonio de amor y fidelidad a nuestra fe nos irá guiando bajo el influjo del Espíritu Santo.
José María Lorenzo Amelibia
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