Desaparecieron casi los cilicios, pero…


Algunas veces hemos comentado lo difícil de la mortificación. La mayoría no practicamos ya la cosa de cilicios y disciplinas. Y ni hace falta. Algunas veces me pongo a pensar en cosas prácticas de mortificación.

Con frecuencia no son ejercicios muy duros. Se me ocurren algunos: vencer la pereza en contestar cartas; andar un poco más de prisa; evitar golosinas; quitar poco a poco el tabaco hasta no fumar nada; robustecer las aspiraciones sobrenaturales dando más tiempo a la lectura espiritual; comenzar obras concretas de apostolado evitando la pereza e indecisión; tratar con afabilidad; desprendimiento de apegos afectivos sin quitar para nada el amor; puntualidad; dejar lecturas en momentos de mayor interés. Si continuamos pensando, aparecerán muchas otras ocasiones.

Muchos campos de mortificación

Tenemos que trabajar, querido amigo, no sólo por mortificar aficiones de comida y otros placeres lícitos, sino también asuntos más del alma: la voluntad, la curiosidad... De esta manera iremos poco a poco venciendo nuestra naturaleza. ¡Cuánto siento que en nuestra vida se nos haya olvidado muchas veces este detalle, al menos a mí.

Los santos suelen comparar nuestra naturaleza humana a la de un caballo sin domar. Y no hay más remedio que hacernos violencia, como nos dice el Evangelio. Lo importante es estar siempre uno sobre sí mismo, con el deseo de buscar en qué mortificarnos. Si lo llevamos en la mente, ocasiones no nos van a faltar.

Pero si lo olvidamos... ¡qué pronto se desvanece el deseo de unos ejercicios o de un retiro!
Leía en el libro de Job: El cuerpo del hombre es semejante a un jumento; no oye las voces del arriero. Pide más de lo necesario en todo momento y es preciso someterlo. ¡Qué libertad de espíritu para servir a Dios y darle gloria desde el momento de sentirnos dueños de nosotros mismos!


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