Conocemos padres de familia que llevan una vida espiritual seria, mas a la hora de ser los dirigentes espirituales del hogar, los sacerdotes de la casa, se apodera de ellos un grave pudor que los inhibe; yo lo llamaría respeto humano. No voy a analizar las causas que pueden ser muy complejas. El hecho es que se inhibieron desde comienzos del matrimonio y siguen así.
Les diría que se decidan, que venzan de una vez ese falso pudor sin sentido, que un día expongan delante de sus hijos su inquietud religiosa; que los inviten a un mínimo de prácticas de piedad comunes, y ellos acepten. Después, a comenzar.
Por supuesto que antes es preciso dialogar con el otro consorte sobre el tema y contar con su apoyo y colaboración. La oración delante de Dios y de los que conocen nuestros fallos, si hay sincero arrepentimiento propio y apoyo comprensivo de los demás, puede crear ambiente de alto aprovechamiento espiritual.
Es bueno el padre o la madre, delante de la familia reunida en oración o en otras circunstancias, hablen en voz alta de Dios. Así se vence el respeto humano y toma uno vergüenza de su propia debilidad.
Tal vez los hijos o el propio consorte aprovechen esta ocasión para advertirle y le digan: "Una persona que siente tan cerca de sí a Dios debe moderar su carácter. Hay que aceptar la advertencia y procurar corregirse. Este acto de humildad, además de ser testimonio, constituirá una nueva gracia de unión con Dios.
El Trabajo
Cuando por la mañana hemos ofrecido al Señor las obras, no podemos defraudarle con un laborar perezoso y a medias tintas. Por eso, todo nuestro interés consistirá en llevar el trabajo con perfección evangélica. Esta idea debemos inculcar a los hijos con el ejemplo y con la palabra.
Al menos un tercio de nuestra vida lo pasamos trabajando; ahí nos hemos de santificar. Si nuestro quehacer es con personas, con ellas extremaremos la amabilidad y afecto.
Del amor que nos profesamos los de casa hemos de sacar fuerza para querer a todas las personas que se crucen en nuestra vida.
JM. Lorenzo Amelibia
José María Lorenzo Amelibia
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