Fuerte de alma más que de cuerpo Hombre débil, hombre fuerte
Enfermos y debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Hombre débil, hombre fuerte
El varón representa al sexo fuerte, en contraposición con la mujer. Pero ¿es tan fuerte como parece? He visto hombres hundidos ante las dificultades del porvenir, ante la pérdida de un afecto profundo o del puesto de trabajo, ante la enfermedad o el rechazo de sus compañeros. La capacidad de resistencia es en el hombre menor que en la mujer.
Pero yo descubrí en mis años mozos dónde está el remedio de la debilidad: en el ideal, en la intimidad con Dios. Desde muy joven aprendí de memoria una oración que fue clásica en los dos primeros tercios del siglo XX. Se recitaba en todas las iglesias de nuestra tierra en la función vespertina del mes de Junio, dedicado al Corazón de Jesús. Estaba el Señor expuesto en la custodia solemnemente. Merece la pena recordarla, conocerla, recortarla y recitarla con mucha frecuencia:
“Rendido a vuestros pies, Jesús mío, considerando las innumerables muestras de amor que me habéis dado y las sublimes lecciones que me enseña de continuo vuestro adorable corazón, os pido humildemente la gracia de conoceros, amaros y serviros como fiel discípulo vuestro para hacerme digno de las mercedes y bendiciones que generoso concedéis a los que de veras os conocen, aman y sirven”.
“Mirad, que soy muy pobre, dulcísimo Jesús, y necesito de Vos como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar. Mirad que soy muy rudo, oh soberano Maestro, y necesito de vuestras divinas enseñanzas para luz y guía de mi ignorancia. Mirad, que soy muy débil, poderoso amparo de los flacos, y caigo a cada paso, y necesito apoyarme en Vos para no desfallecer”.
“Sedlo todo para mí, Sagrado Corazón, socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis pasos, remedio de mis males, auxilio en toda necesidad. De Vos lo espera todo mi pobre corazón. Vos lo alentasteis y convidasteis cuando con tan tiernos afectos dijisteis repetidas veces en vuestro Evangelio: “Venid a mí, aprended de mí; pedid, llamad”. A las puertas de vuestro Corazón vengo pues hoy, y llamo, y pido y espero. Del mío os hago, oh Señor, firme, formal y decidida entrega. Tomadlo Vos y dadme en cambio lo que sabéis me ha de hacer bueno en la Tierra y dichoso en la Eternidad, amén”.
Os la ofrezco a hombres y mujeres, a todos. Ojalá os sirva siempre, y de una manera especial en momentos de debilidad o angustia. La compuso un sacerdote catalán, Salvany.
José María Lorenzo Amelibia
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