ÍDOLOS DE BARRO

Fuegos de artificio; ídolos de barro han resultado algunos hombres - estrella de la segunda mitad del siglo XX. Nadie los recordará. Fueron encumbrados a causa de su destreza en arrimarse al árbol frondoso del poder. Ocuparon puestos de privilegio, pero no supieron hacer el bien, sino buscar la gloria de su propio yo, o las monedas del oro material. Y nada consiguieron que perdure. Nadie los recordará. Ellos no detuvieron con su vida de amor y virtudes la ruina espiritual de las almas. Cerraron los templos a la adoración de la Eucaristía. Dejaron escapar de sus manos las riendas directrices de las santas costumbres cristianas. Tal vez ellos mismos las arrojaron en forma traicionera.


Así pensaba yo cuando el sol recorría su último trazado diurno.

¿Quién podrá deshacer esta nube de plomo antirreligioso extendida en gran parte de la humanidad? ¿Hasta qué punto son (o somos) responsables de la gran destrucción? Una cosa es cierta: la oración ferviente produce santidad; la santidad, celo por la gloria de Dios; el celo impulsa a dar soluciones; con justicia, amor, energía y fortaleza.

¡"El celo de tu casa me devora"! Dejemos ya de ser campanas de sonido hueco, alejados de la realidad, eternos sesteantes en el poder. La ancianidad y la muerte ha ido eclipsando a tantos fuegos de artificio, esperpentos de lo que debe ser un padre en la fe. Del mismo modo apagará las pequeñas luciérnagas que se han contentado con su lamento mortecino. El esfuerzo en el amor silencioso de oración, en la acción apostólica, permanecerán por los siglos.

José María Lorenzo Amelibia

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