Oh el trabajo de los clérigos

Crítica Constructiva

Oh el trabajo de los clérigos

Salí de la clerecía hace muchos años. Soy ya mayor. No sé si se habrá superado del todo aquella fiebre de la década de los setenta con sarpullido de reuniones. Parecía ser el trabajo principal de los sacerdotes de aquel entonces: reunirse para… ¡volver a reunirse! Y todo quedaba en agua de borrajas, salvo algunos pequeños planes de pastoral conjunta.



En las anteriores décadas todavía era menor el trabajo de los curas, porque su número aún era grande y cada pueblo tenía su párroco: decía la Misa, rezaba el Rosario, preparaba la homilía del domingo, daba media hora de catecismo, visitaba a uno o dos enfermos, confesaba a cuatro viejas y a los niños… y se acabó el trabajo de la semana. Lo demás, tiempo libre: leer, rezar el breviario, pasear, echar la partida… y cuando el cura era muy santo, dedicar varias horas a la oración. Pero no eran muchos los grandes orantes.

En mis tiempos, éramos también muchísimos los sacerdotes. Además, estábamos dotados de nuestro propio vehículo de motor para atender varios pueblecitos. Pero nuestra labor pastoral, también escasa y sin control, como creo que seguirá siendo hasta ahora, por mucho que los señores obispos se propongan lo contrario.

Los clérigos diocesanos trabajan según su albedrío y sin inspección. ¡Qué diferencia del negocio humano! Sin embargo, el negocio de la salvación de las almas es el principal de todos. Ha habido muchas reformas en la Iglesia a lo largo de los siglos. En todas se ha hecho hincapié en la observancia del celibato, pero en lograr un trabajo serio, eficaz, constante dentro de los sacerdotes, poco se ha conseguido.

Recuerdo que en las pláticas que nos dirigían en algunos retiros, nos decían que debiéramos trabajar ocho horas diarias, como un obrero normal. Yo lo hacía, y otros muchos también, pero no en labores pastorales: estudiábamos, escribíamos, y algunos laboraban en el huerto o en la apicultura y otras asuntos temporales. ¿Para eso el celibato, la dedicación exclusiva al ministerio?

Al menos, pensaba yo, los misioneros trabajan en la extensión de Reino de Dios en lugares lejanos. Más tarde me enteré que, con las nuevas teorías en boga, muchos compañeros, heraldos del Evangelio, se dedicaban a la preevangelización: conducían autobuses, daban testimonio con su trabajo, enseñaban cosas profanas, pero nada de evangelizar, salvo en el caso de previamente se lo pidieran. ¡Si los Apóstoles hubieran obrado de este modo, todavía Europa sería pagana por necesidad!

Yo no sé cómo; no me siento con ese carisma, pero creo que alguien debiera surgir que ideara una manera de evangelizar concreta, sin tanta gaita de reuniones, con mayor eficacia. Si la gente con sus negocios trabaja de lo lindo, ¿por qué no el clero? ¿Por qué trabajan sin ningún control, a su arbitrio? ¿Por qué no han de presentarse a alguien, cada semana o cada mes, para que examine sus objetivos cumplidos o dejados de cumplir? ¿Por qué muchas sectas nos dan ejemplo de trabajar sin respeto humano, y lanzarse al exterior para propagar su fe? ¿Por qué entre los sacerdotes cada vez es mayor el trabajo de sacristía y el burocrático de mero funcionario tranquilo?

Y hablan mucho de la nueva evangelización, pero no veo en concreto que hayamos cambiado gran cosa desde mis tiempos de clérigo.


José María Lorenzo Amelibia

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