RAFAEL ARNAIZ BARÓN

Unos meses antes de nacer yo, en enero del 1934, ingresaba en San Isidro de Dueñas, monasterio trapense, un joven casi ya arquitecto, Rafael Arnáiz. La vida le sonreía. Dentro de unas cuantas semanas terminaría una carrera difícil, y podría abrirse paso en la sociedad y disfrutar del bienestar humano. Pero, ¡no! Aquel joven se abrazó con total entrega a la regla de San Bernardo. Quería ofrendar su vida entera a Jesús para la salvación del mundo. Rafael tenía un corazón alegre y lleno de ilusión.


Dios le quería desprendido de todo lo terreno y lo probó como a Job, con una enfermedad incurable, la diabetes sacarina. En una semana se había quedado en los huesos. Los frailes le mandaron entonces a casa para reponerse, y algo mejoró; lo suficiente para regresar de nuevo al convento que le esperaba.

Así le escribía a su tío: "Dura, muy dura es la prueba que estoy pasando, pero ni tiemblo, ni me asusto, ni desconfío de Dios. Veo su voluntad en todo cuanto me ocurre, y te aseguro que es muy bueno abandonarse en los brazos de tan buen Padre... Feliz el que sufre por Cristo; desgraciado el que ve cumplidos sus deseos en la tierra". Cuando leo estas frases, se me nubla la vista. Me parece que he leído mal y vuelvo de nuevo al párrafo anterior. Pero, sí, exacto. "Feliz el que sufre por Cristo, y desgraciado el que en la tierra ve cumplidos sus deseos". Así está escrito.

Este joven tan sólo vivió en el monasterio cuatro años escasos y entregó su vida al Señor a los veintisiete. Se expresaba unos meses antes en estos términos: "Soy el hombre más feliz de la tierra, a pesar de mis sufrimientos".
Es que los humanos tenemos muchas veces los criterios totalmente contrarios al sentir del Evangelio; por eso nos va tan mal. ¿O es que el Sermón de la Montaña con las ocho Bienaventuranzas iba en broma?
Soy aficionado a las hagiografías, las vidas de los santos. Y estoy convencido de que merece la pena dedicar a este menester mucho tiempo, en lugar de atiborrarnos de noticias a todas las horas. Y esto he observado con frecuencia: muchos santos, durante su enfermedad incurable, consolaban a los demás y no necesitaban del consuelo y compasión de sus familiares y compañeros, aunque sí lo aceptaban agradecidos. Ya lo decía con belleza el de Asís: "Que no busque tanto ser consolado, como consolar; ser comprendido, como comprender".
Rafael Arnáiz es beato, y esperamos que pronto será canonizado. Ojalá se grabara en nuestras almas esta vivencia suya de tal manera que llegara a transformar nuestras vidas: "Me siento tan unido a la voluntad de Dios que, cuando sufro, dejo de sufrir al comprender que Él lo quiere así".


José María Lorenzo Amelibia
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