Querido amigo Don X: Fue para nosotros muy gratificante el encuentro contigo del 8 de abril, cuando estábamos terminando nuestro retiro de Pascua en la capilla del Hospital de Pamplona. Unos días después llegó la noticia de tu cese como obispo residencial, que deseo hayas acogido con el gozo que da el descanso y el poder dedicarse más a la oración, ilusión de todo apóstol, después de largos años de ministerio. Pido al Señor por tus familiares que estaban enfermos; mucho te va tocando a lo largo de la vida, pues sois muchos hermanos.
Quedó pendiente para mí el dar respuesta a una pregunta que me hiciste, porque se desvió la conversación por otros derroteros. Me dijiste, cuando me presenté: "¿Cómo te atreves a escribir a los obispos?"
Es una pregunta que yo mismo me he hecho muchas veces. Y, a pesar de que mis escritos son siempre llenos de respeto y consideración a vuestra dignidad sacramental, me encuentro lleno de apuro interior cada vez que escribo a mis queridos obispos. Pero es como una exigencia, como un impulso y deseo constante de la oración. Durante muchos años lo he hecho en conjunto con Don Félix Beltrán, que firmaba conmigo, y con Don Miguel Sola que, aunque no firmaba, nos estimulaba e incluso él quería colaborar costeando los gastos de envío. Los dos han muerto en olor de santidad, y me he quedado solo con una mayor perplejidad de seguir adelante. Sé que no soy digno de nada, pero me parece que el Señor me lo sigue pidiendo y mis dos amigos me estimulan desde el Cielo. Y es que, aunque sé muy poco de toda la problemática de los obispos, algo sí sé a través de las más de quinientas cartas que conservo de ellos y de algunas conversaciones privadas que he mantenido con varios.
De todos los modos tal vez puedas comprender un poco mi atrevimiento, si te analizas a ti mismo, al comprobar el apuro enorme que te dio aceptar el episcopado. Estoy seguro de que también dirías: "¿Quién soy yo para tal honor y para una misión tan difícil?" Y es que las personas somos tan poca cosa con relación a Dios...
Cuando escribo a los obispos me hago cargo de muchas cosas: sus múltiples ocupaciones, su soledad para tomar las últimas decisiones, su enorme responsabilidad... Ellos son los que han de "tirar siempre del carro". Y a ellos ¿quién anima? Porque son hombres como los demás y sienten en su alma las mismas inclinaciones al desaliento, duda, perplejidad, pereza. Mi deseo es ayudar un poco.
Sobre todo, es una idea la que llevo muy metida en el alma: la solución de que se vaya ganando terreno a la descristianización progresiva que padecemos, está en la santidad de los sacerdotes, obispos y de las almas consagradas. Por mucho que planifiquemos una pastoral cada vez más científica (como quería nuestro don Santos Beguiristáin y la razón le ha acompañado), si no se fundamenta en una entrega amorosa en santidad por parte del clero, estamos perdiendo el tiempo. Creo que llegarás a comprender un poco mi "osadía" que continúa también sin llegar a ser entendida del todo por mí.
José María Lorenzo Amelibia
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