Una monja de 30 años en la clínica Ruber
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Tiene fama la clínica Ruber de Madrid, y en ella lleva 30 años como enfermera una monja, sor Mercedes. Siempre entregada a todos los enfermos, también a los que pasan por la lujosa habitación de cincuenta metros cuadrados, la 417, con una larga historia de personajes célebres; parece más la suite de un hotel que un habitáculo de hospital. Pero incluso a los ricos y a los famosos les toca sufrir y dejar este mundo para siempre. Las paredes del recinto pueden hablar de lutos y dolores.
Por la 417 pasó el actor Tyrone Power y allí dejó de ver la luz de la fama, porque el Señor lo llamó. Su última enfermedad le sorprendió cuando estaba en la capital de España rodando la película Salomón y la Reina de Saba. Poco tiempo tuvo para prepararse a bien morir, y la monja Mercedes le ayudó en los últimos momentos.
También asistió al famoso alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván, con una gran suerte que le envió la Providencia, y la monja Mercedes fue de ella medianera; porque el agnóstico y educado profesor fue acompañado en los últimos momentos por un obispo que le ayudó a abrirse a la llamada de la fe. Siempre aquel hombre sabio mostraba una bondad exquisita, y a nadie extraña que el Señor en los últimos momentos le regalara el gran premio de la apertura a la trascendencia.
A otros muchos ha asistido nuestra religiosa; también al ex presidente Aznar que permaneció durante 48 horas, después del atentado etarra, y pudo regresar por su pie sano y salvo.
Todos, a lo largo de nuestra vida vamos pasando por clínicas y hospitales, y la mayoría de las personas regresan llenas de salud y agradecidas a cuantos les han asistido. Pero también llegará un día en que iremos y no volveremos ya a nuestro hogar, porque allí mismo entregaremos el alma al Señor. A fin de cuentas, poco importa que nuestros últimos momentos hayan sido en la lujosa habitación de la Ruber o en el modesto habitáculo de un hospital, o en la carretera…: lo importante de verdad es terminar bien. Porque es una pena; muchos ni se enteran de su paso a la otra vida; sus familiares se les ocultan la gravedad y llaman – y no todos – al sacerdote para que les dé la absolución y unción, cuando tal vez de poco les sirva, porque ya ni respiran.
Avisad, amigos, a la familia para que envíen pronto al sacerdote cuando entréis en una clínica.
José María Lorenzo Amelibia
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