Un papa encorvado

Me llamó la atención una fotografía del Papa que apareció en los periódicos. Se veía al santo Padre encorvado; rodeado de unos monseñores y con su mirada escrutadora puesta en el público que le atendía. Y me llamó la atención sobre todo porque era el día del enfermo; estaba presidiendo una audiencia sobre el mundo del dolor, y parecía él mismo varón de dolores, dotado, eso sí, de una fuerza casi sobrenatural. Parecía dominar con su voluntad los achaques propios en aras de su fervor místico. Casi emociona más su figura ahora que en los años pletóricos de su joven madurez.


El Papa, modelo de enfermos, pedía desde su cátedra un compromiso de la Iglesia y de la sociedad en pro del mundo del dolor. Su ideal es claro: transformar la sociedad humana en una casa de esperanza. ¡Casi nada! Pero es muy bueno poner el punto de mira muy alto, pues siempre nos quedamos por debajo de nuestros propósitos.

El cristiano - nos decía Juan Pablo II - honra a Dios con el
cuerpo humano tanto en sus aspectos de fuerza y vitalidad como en los de fragilidad.

Sí; honramos también a Dios cuando las cosas nos salen mal;
cuando nos amargan las medicinas; cuando los dolores nos molestan; cuando todo parece incordiarnos. La enfermedad acerca a Dios. El paciente se ve obligado a mirar hacia adentro y en su interior encuentra la paz de quien le ha traído a este mundo porque le ama.

Es bueno en estos tiempos de baja en los valores trascendentes estar presididos por un líder religioso que nos ha dado en su madurez ejemplo de saber disfrutar de la naturaleza y del deporte, y ahora, ya anciano, nos muestra su rostro lleno de esperanza, como testimonio ante cuantos padecen achaques o infortunios.

Parece que dice a cada uno de cuantos están sufriendo: - ¡Animo! persevera; que la enfermedad bien sufrida es la moneda con que se compra la entrada en el cielo; porque si compartimos los sufrimientos de Cristo, también compartiremos algún día su gloria.

JOSE MARIA LORENZO

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