Un teniente de la Guardia Civil: Alfonso Lorenzo

Así era
Siempre he admirado a mi padre por su fuerza de voluntad, valentía, honor, actitud de servicio, humor sano y simpatía. Era solícito con todos, responsable. Tenía todas las virtudes propias del Guardia Civil. He admirado también su evolución psicológica en el terreno religioso. Fue lenta. Sin llegar a ser un místico, podemos considererarlo como un caballero cristiano. No tuvo la educación de una familia, ni de una escuela, ni de una catequesis. Fue autodidacta. He aquí su vida.


Mi padre, Alfonso, no escribió su vida. Mas nos habló tanto de ella, que hoy yo la voy a relatar.

Nació en Madrid (13-3-1893), pero pocos días más tarde fue depositado en la Inclusa de la Paz. No era supersticioso nuestro padre. No. Se reía de esas cosas y las toreaba con su buen humor madrileño. Él nunca supo por qué fue depositado en la inclusa su cuerpecillo recién nacido.

Alrededor de los cuatro años lo entregaron a lo que hoy llamamos “familia de acogida”, muy pobre y necesitada; al parecer fue recibido allí porque el Estado daba alguna subvención por criar al niño, dinero que aprovechaban para redondear los exiguos haberes familiares. Pasaba hambre. Él mismo afirma:

- Tenía yo cinco años. Todos los días preparaba una mesa sin manteles la madre que me crió. -¿ Erais muchos en la casa? - Muchos. Siete u ocho, yo el más pequeño.!
- A comer!, decía el "padre".

Cada uno tomaba asiento en silla tosca y sin respaldo. Una olla de patatas hirviendo presidía la escena. En el fondo del cocido yacía para dar sabor, que no alimento, la espina dorsal vergonzante de un bacalao. Unas cucharas de palo, el único utensilio. Quemaba mucho y Alfonso no podía acercarse a tomar un bocado. Le dejaban al final rebañar la olla con un poco de pan.

Pronto cumpliría siete años nuestro padre. Era necesario que trabajara aquel niño. ¡Por algo lo habían sacado de la inclusa! Conocían a un ganadero que necesitaba zagal. Marchó el "padre" a donde Mauricio, el pastor. Nunca pudo sentarse en los bancos de la escuela. La hija del pequeño ganadero le enseñó las primeras letras y le regaló una cartilla. En el morral de pastor, junto a los mendrugos de pan, llevaba aquel su primer libro de texto, y él solo, con la única ayuda de algún otro zagal aprendió a silabear y por fin a leer.


Fue valiente
Alfonso desde niño fue valiente. Ante el peligro nunca se amilanaba, sino que reaccionaba con reflejos rápidos de modo defensivo - agresivo.

Existían en San Martín de Valdeiglesias dos grupos juveniles: uno capitaneado por "El Jalbeguero", chaval de catorce años; era el hijo del albañil de la localidad; muchacho muy valiente y decidido. Líder del otro grupo fue designado por aclamación, Alfonso de la Paz, (tardó en conocer su verdadero apellido, Lorenzo) de doce años sin cumplir, nuestro padre.

Eran frecuentes entre los bandos rivales las reyertas y peleas, las paces definitivas en apariencia, la fusión de todos los niños, mientras los jefes guardaban entre sí las distancias. Nunca se llegaba a una convivencia pacífica, siempre existía tensión y desconfianza entre los líderes. La situación había de romperse. Por fin llegó la prueba de la fuerza: ante los bando opuestos pelearon los dos jefes; quedaron en tablas. Desde entonces "El Jalbeguero" y Alfonso fueron los mejores amigos. Ya no existieron rivalidades entre los grupos de niños.

Nula formación y soldado

Nadie se ocupó de enseñarle quién era Jesús; qué es la Eucaristía; en qué consiste ser cristiano. Sus virtudes de aquél entonces eran solamente naturales. Es cierto y consta que fue bautizado en Madrid, en Santa María la Real de la Almudena, mas después, ni los padres que lo criaron ni el dueño del rebaño, se ocuparon de iluminar su alma con los misterios de la fe.

Los años transcurrían felices por una parte, amargos por otra. Siempre angustiaba a Alfonso desconocer a sus progenitores. Había cumplido Alfonso catorce años. Parecía que la niñez se resistía a abandonar su cuerpo. Su estatura se aproximaba a 165 centímetros, mas a sus labios apenas asomaba el bigote. Su cabello persistía en el tono rubio de sus años infantiles, y su rostro, ligeramente afeado por un conjunto no muy denso de pecas. El dueño de la tienda, Alfredo, el que le apodaba "Pelamangos", le espetó:

- Mientras no vayas a la mili, no tendrás pelo en barba.

Y con catorce años sentó plaza para África. Antes de emanciparse de los padres que lo criaron, marchó repetidas veces a Madrid. Quería enterarse del nombre de sus progenitores.

En la guerra de África le tocó el combate de Monte Arruit. Allí se combatía un día y otro. El vino sostenía la bravura de los hombres que vivían bajo el fuego enemigo en una semiconsciencia llena de audacias. La borrachera aportaba a veces a los soldados una sangre fría cuasi sobrenatural. Las balas no silbaban, estallaban en el aire ligero, como vaso revienta al fuego. Se instalaba un cañón bajo la roca recalentada.


Muchos combates, mucho peligro. Su valentía le ascendió a cabo. Y llegó el mes de octubre de 1916. Había cumplido 23 años. Ardía en juventud; en ansias de continuar la vida castrense y de crear su propia familia: la única de su vida.

Y cantaba al licenciarse:

"De la calle pasé a recluta,
de recluta a veterano,
y de veterano volví a paisano".



Guardia civil
Superó sin dificultad la prueba de admisión. El reglamento del Benemérito Cuerpo lo aprendió de memoria; con puntos y señales. Todavía lo recordada treinta años más tarde y nos recitaba: "El honor es la principal divisa del Guardia Civil; una vez perdido, no se recobra jamás..." Este principio primero y principal de la G. C. se grabó desde entonces en nuestras almas. El honor, la lealtad, la disciplina, la sinceridad eran virtudes fundamentales en nuestra casa. Y toda su vida la enfocó con honor, con gallardía, con un sentido ético que pasma en una persona que hasta casarse careció de toda formación religiosa.


Y fue destinado a la Comandancia de Álava. Con los criterios que él tenía no quiso permanecer durante mucho tiempo en Vitoria. Laguardia y Lanciego fueron sus primeros puestos rurales, donde de nuevo se enfrascaría en el estudio para ascender por concurso - oposición a cabo. Después, todo será cuestión de antigüedad, paso a paso conquistaría peldaños en los que, desde su época adolescente, había soñado.



Se casa en Laguardia
Fueron unas relaciones felices y cortas las que sostuvo con la que había de ser su esposa, mi madre, Germana Amelibia. Sólo seis meses permanecieron cortejando antes de casarse. Había que ir preparando el ajuar. La novia dedicaba todo el tiempo libre a bordar sábanas, manteles y servilletas. Iba a ser ella la primera de la familia que desfilara por los senderos del matrimonio.

Hasta entonces Alfonso no tenía mucha idea de religión, pero antes de casarse, nuestro padre, aficionado a los libros, leyó y releyó en aquellos días el catecismo del padre Astete o el de Ripalda, no lo sé. Intentó retenerlo en la memoria, pero como no estaba familiarizado con la idea religiosa y era demasiado extenso para tan pocos días, poco aprendió. Lo preparó bien un sacerdote familiar, Julio Coca, y pudo recibir el sacramento del matrimonio y en la misma ceremonia hizo su Primera Comunión.

No voy a relatar más incidencias, ni de sus hijos, ni de sus destinos. Quien desee saberlo puede consultar en mi web, en la sección de libros, su biografía.

Tras los ascensos
Y ya teniente de la Guardia Civil, tras los ascensos correspondientes, después de pasada la guerra en la que cayó herido, su vida espiritual se afianzaba cada día más. Con su mujer asistía al Rosario todas las noches, y por la mañana, a la Misa de ocho y media. Aunque, eso sí, dentro del templo cada uno tomaba asiento en distinto lugar: las mujeres a la derecha, los hombres a la izquierda.

Podemos considerar a Alfonso, condescendiente; no gustaba imponer su voluntad. Amaba la libertad. Disfrutaba consumiendo largas horas en el campo dedicado a la caza, o simplemente al paseo solitario, acompañado de su espingarda. Esto no le impedía atender a su mujer e hijos; a ellos también dedicaba su tiempo lleno de alegría y paz.

Su virtud familiar más distinguida era la solicitud por todos y por cada uno de los miembros del hogar. Atendía a su esposa con ternura, pero sin muestras externas especiales de cariño. Entraba y salía de casa con mucha frecuencia, para volver con su mujer otras tantas veces y contarle todas sus impresiones o entrevistas. Compartía con ella su vida entera.

Solicitud con sus hijos: nos prevenía de los peligros y aconsejaba hasta el detalle nuestro comportamiento en lugares en que nuestra integridad pudiera sufrir menoscabo. El sol, la lluvia, el viento, el agua, los deportes, todo constituía materia de su consejo. Acusaba siempre su carencia de niñez. ¡Qué emoción le daba escuchar los cuentos por la radio! Disfrutaba igual que un chiquillo. Su humor también aparecía casi siempre envuelto en clima infantil.



En los crepúsculos veraniegos permanecía largos ratos sentado en el alféizar interior del balconcillo. Parecía meditar. Pensaba en Dios, en la caducidad de la vida; en su pasada existencia azarosa; en el más allá; en los amigos y conocidos que habían dado ya el paso hacia la eternidad. Y es que su vida se fue transformando en los últimos años. Cada vez más piadoso; más relacionado con Dios. disfrutaba de que su hijo se fuera aproximando hacia el sacerdocio.

• Te ayudaré a Misa. - Me decía -. Me tienes que enseñar. Aunque, ¿cómo voy a aprender esas oraciones tan largas en latín?
• No te preocupes. Las puedes leer de un folleto.
No se le oía hablar ahora en tono jocoso del clero. Ni siquiera contaba ya aquellos chistes que nos hacían reír. Comulgaba casi a diario.


Leyó en su vida mucho. Sobre todo temas de estudio y de cultura.

Llegaron los días grandes de la familia. El 20 de julio mi ordenación sacerdotal. Alfonso llevó todo con serena alegría. Dos jornadas más tarde celebraba yo mi primera Misa, y mi hermano en la misma ceremonia contraía matrimonio. Y el matrimonio anciano apadrinó la Misa; subieron padre y madre al presbiterio en el momento del lavabo y besamanos. Había llegado el día grande.

Un día mi padre me ayudó a Misa. Había sido la ilusión de sus últimos años. Lo vi feliz. Me emocionó sobre todo su gran fe: aquel hombre valiente, recio y maduro, arrodillado junto a la Eucaristía, junto al Altar, cerca del hijo a quien engendró.

Una tarde me acompañaron mis padres a Arboniés, mi primer pueblo como párroco, para llevar en una furgoneta una mesa de escritorio y una silla.

• Padre, un abrazo muy fuerte. ¡Hasta que nos veamos por allí. Madre...!
El motor arranca.

Alfonso se asoma a la ventanilla y dice a la gente que rodea la furgoneta:
• Si yo fuese el Señor Obispo os daría la bendición.
Estas fueron las últimas palabras que escuché de sus labios; la última vez que pude verlo con vida.
En una nubecilla de polvo, la furgoneta se fue difuminando.

CON CRISTO REINARÁ

Hombre luchador.
Su última batalla la libró con la muerte. Su corazón estaba seriamente vulnerado. Cayó, mas no fue vencido.
Mañana suave de otoño. Sol limpio; naturaleza vestida de galas y belleza; fiesta de Cristo Rey. Había yo madrugado para distribuir el pan eucarístico entre los fieles. Era la primera vez que predicaba sobre la realeza de Jesús. A mediodía me avisa el compañero y amigo Ciriaco Asín:
Tienes que marchar a Estella: tu padre está muy grave.
Sé cuál es la verdad: mi padre ha muerto.

Él yacía con uniforme de servicio de la Guardia Civil; como en sus buenos tiempos militares. Sus sienes fueron por mi acariciadas. Como en las noches veraniegas. La última vez.

La prensa, "Hoja del lunes", del día siguiente decía así:
"En Estella falleció ayer, y causó su muerte honda pena, el Teniente de la Guardia Civil retirado, caballero mutilado de guerra por la Patria, Don Afanoso Lorenzo García. Todo el vecindario de aquella ciudad mostró su condolencia, así que la triste nueva fue conocida, ya que don Alfonso Lorenzo era estimadísimo y querido por todos cuantos le conocieron, uniendo a sus grandes virtudes una ejemplaridad y una caballerosidad verdaderamente admirables". Y daban desde allí la condolencia a toda la familia.

Sesenta y cinco años había cumplido. Vida dura y ejemplar la suya para todos sus hijos y nietos. Difícil igualarle en su tesón, empeño y voluntad. Casi imposible superarle. Amaba mucho la vida, mas en cualquier momento estaba dispuesto a entregarla por una causa grande.

Hoy se cumple el 53º aniversario de su salida hacia Dios. Descanse en paz mi padre.

Su biografía completa la puedes ver en mi web en la sección “Mis libros” Alfonso Lorenzo García, Teniente de la Guardia Civil.


José María Lorenzo Amelibia

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