La más tierna infancia
| José María Lorenzo Amelibia
La más tierna infancia
Durante muchos años me había despreocupado de los bebés; me contentaba con mirarlos con cariño y hacerles un arrumaco cuando contemplaba al hijo de alguno de mis amigos. Pero he llegado a ser abuelo y ahora todo va cambiando; he de tratarlos mucho, acariciarlos, colaborar en su educación, quererlos, ayudarles. Son una hermosura, un proyecto, lo más débil. Y a la vez dotados de inteligencia. Vienen al mundo sin saber nada, – ya lo decía un filósofo – “como tabla rasa en la que todavía nada se ha pintado”. Receptivos, con sus ojos bien abiertos y sus oídos siempre a la escucha. La responsabilidad de padres y educadores, enorme. Gozo, y preocupación para acertar en su desarrollo perfecto.
Bebé
Un recién nacido es absolutamente indefenso; solo, nada puede. Necesita el cuidado de dos, sus progenitores. En estos tiempos sabemos muchas cosas trascendentales con relación a la infancia. Los primeros cuatro o cinco años del ser humano son de una importancia extraordinaria. Casi todo se decide en este tiempo. Ante todo el sentimiento de seguridad en sí mismo; la fuerza interior que le permitirá valerse por sí mismo sin dificultad, y relacionarse con sus semejantes en esta especie de lucha implícita que – queramos o no – mantenemos entre los humanos.
La inteligencia se va desarrollando en la relación social. De todos es conocido el caso del “niño lobo”, aparecido en el bosque: al carecer de afecto y cuidados maternos, apenas se había desarrollado su mente; era un subnormal. Nos hace inteligentes el contacto con nuestros semejantes, intuir lo que dicen, hacen, piensan. El nene todo lo capta y archiva en su interior. En la mutua relación se va creando una fuente de energía que irá dando sentido a la propia vida. El apoyo social de la familia le hará más resistente en su psicología, e incluso le va a ayudar en su autoestima para poder en su día irrumpir en el mundo de los mayores.
La curiosidad del bebé le ayuda al perfecto desarrollo de su cerebro. Y desde allí va conquistando su ambiente: el amor de cuantos le rodean: el padre, la madre, abuelos, hermanitos… Las alabanzas que escucha – “guapo, listo, te comería, hermosura, amor”… – le ayudan a sentirse importante; y cuando llegue a mayor, demostrará, gracias a todo ello, su talla humana. Con el apoyo del entorno afectivo, el recién nacido puede madurar con perfección. La educación desde que el ser humano es concebido hasta los cinco años, imprime carácter. Sí, los más pequeños son los más débiles, pero con nuestra ayuda serán fuertes.
José María Lorenzo Amelibia
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