Morir matando o dar la vida amando

Ayer escribía sobre “uno de tantos”, “un limpio de corazón”, que después de haber vivido sembrando la paz con sencillez, se nos fue al cielo dejando una profunda experiencia de gozo, alegría y paz en quienes le conocimos.

Y mientras saboreaba la experiencia de un funeral que sabía a pascua, llega a mi bandeja de entrada una larga carta de alguien que, seguramente está resentida con la vida, y por eso se toma la libertad –o el atropello- de hacer una lectura fulminante, inmisericorde y subjetiva de quien o quienes vivimos la fe y la vocación contemplativa con gozo, con espíritu universal, incluyente y festivo; con quienes no marginamos a los “otros” a los que son diferentes o tienen otras creencias. Una carta en la que más que una corrección fraterna se evidenciaba un ataque fraticida, ¡eso sí, en defensa de unos conceptos intocables y de una manipulación extrema del evangelio leído al pie de la letra, ¡mántandole su espíritu!

Tuve que fregarme los ojos y releer con calma para darme cuenta que esa carta venenosa o corrosiva era la expresión de muchas frustraciones personales de quien “porque no vive, tampoco deja vivir”, y pensé que tendría un efecto mortal si yo, apartándome del Evangelio, respondía con el mismo tono, o al menos intentaba una “defensa”. Comprendí que lo mejor ante determinadas actitudes violentas y destructivas, es orar y callar, porque siempre la violencia engendra violencia, y porque sin duda, un corazón atormentado, del que nacen improperios y condenas, no está permeable para acoger razones, ni tan solo para recibir una mano tendida al diálogo o a la constatación de que la diferencia es una riqueza y no una agresión; una oportunidad, y nunca un muro infranqueable.

Esta madrugada me desperté pensando en el Evangelio de hoy, una mujer que no era del pueblo escogido, hace que Jesús elogie su fe y que manifieste explícitamente que el mensaje es para todos, también para los que “no son de los nuestros”. Un Evangelio en el que encuentro las bases del diálogo interreligioso abierto nada más y nada menos que por Jesús, que se "deja convencer" y que gracias a esta mujer explicita la universalidad de su mensaje y de su salvación.

Después recordé la “carta” y sentí pena, porque me resulta increíble pensar que pudiendo gozar de la vida, de la fe y de la vocación que homos recibido “para dar vida a los otros”, ocupemos tanto tiempo en lo que no construye a la caridad.

… Es bueno dar tiempo y dejar que las cosas reposen… y sobre todo, orar y callar, seguramente esa es una forma de poner la otra mejilla con humildad, que llevará a que el otro al cansarse de golpear a diestra y siniestra -sin encontrar resistencias-, tal vez exhausto, recapacite y encuentre la paz.

Quien muere matando, no hace más que desangrase por la herida de sus frustraciones, y eso sí que es digno de compasión más que de lástima. Por eso, hoy mi oración es: “Señor, danos un corazón misericordioso, capaz de amar lo que no es amable, y sobre todo, capaz de comprender y perdonar poniéndose en la piel del otro e intentando entender las sinrazones de su corazón endurecido tal ve por el fracaso, la soledad, el desamor, o por una profunda y no reconocida depresión.

“Maestro, ¿hasta cuántas veces hemos de perdonar? ¿hasta siete veces?. No te digo hasta siete veces, sino, hasta setenta veces siete”.

Que tengamos un buen domingo recordando que el Reino de los cielos es para todos, y que todos estamos invitados a celebrar la fe, y que todos hemos de hacer lo que esté a nuestro alcance para que nadie se quede fuera….¡atención, para que no echemos a nadie, esa no es nuestra tarea!

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