Mis hermanos los creyentes

Si he de decir algo que me marcó positivamente fue la presencia constante de mis amigos y comunidades, tanto de cristianos como de otras religiones. Cada día recibían en el convento llamada de miembros de la Iglesia de Filadelfia, de los musulmanes, de los Bahai, de Comunidades religiosas cristianas, de amigos…. Y aunque sabían que tenía prohibida las visitas, unos y otros no dejaban de interesarse.
El domingo a la tarde fue un día particularmente ecuménico e interreligioso. Estando, por primera vez sentada por un rato largo, vi cómo se abría la puerta de la habitación y entraba una comitiva de unas trece personas, hombre y mujeres, vestidos de gala. Era la comunidad de cristianos pentecostales de Ghana, se habían reunido a orar por mí, y querían orar conmigo. Cantaron como un susurro, invocaron a Dios, me impusieron las manos y marcharon. Antes me dijeron en su castellano básico, que aunque no sabían orar de manera que yo los entendiera, lo harían en su lengua, porque Dios, sí les entendía. Oraron con fe, y vivieron a ofrecerme lo único que tenían, que es a la vez toda su riqueza lejos de su patria: la fe en Dios que salva y ayuda. Me impresionó. Me sentí hermana de cada uno y recordé aquello de la carta de Santiago: “Si entre vosotros hay alguno enfermo, que haga llamar a los que presiden la comunidad, para que lo unjan en el nombre del Señor y para que oren por él” St 5,14.
Previamente me había visitado mi obispo con su secretario, gesto que agradecí y me hizo sentir miembro del Pueblo de Dios que peregrina en la Iglesia de Vic.
Nada más marchar los pentecostales, entró Sofía, la veterana de las mujeres musulmanas de Manresa, y acto seguido, una representación de la Mesquita y del Centro Cultural Islámico. Todos me aseguraban que habían pedido a Dios por mí, y les veía muy cercanos. A sus niños, mis amigos Fátima, Maimon, Hassan, Imam, Anás, etc. no les dejaron venir, pero no dejan de preguntar cada día en el convento por mi evolución.
Ayer vino Alfred de la Comunidad Brama Kumaris, y los hermanos de la fe Bahai no han dejado de hacerse presente llamando al Convento o acercándose para saber cómo me recupero.
Cada día venían del servicio Religioso los hermanos de San Juan de Dios, y coincidí en la hora de quirófano con un ex abat de Montserrat, con quien en la sala de reanimación, nos enviábamos ánimos mutuamente por medio de una enfermera amiga. En cuanto me quitaron los tubos, bajé a visitarle. Hoy ya estamos cada uno en su monasterio.
Una experiencia como ésta, fraguada en el dolor, ensancha el corazón y hace dar gracias a Dios porque es el Padre de todos, porque su familia es universal, y porque podemos queremos más allá de nuestras diferencias, porque en lo esencial estamos muy unidos.
Hemos hecho un camino juntos, queda un largo camino por recorrer, eso me anima a recuperar fuerzas para seguir sembrado con todos ellos, mis hermanos los creyentes de las diferentes confesiones, y con los católicos, el mensaje de la paz, porque creemos que la fraternidad es posible, porque el deseo de Jesús era que “todos seamos uno, como Él y el Padre son uno”.
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