¿Cómo te llamas?

Recuerdo que la segunda vez que me confesé, -la primera que lo hacía con un cura al que no conocía, cuando yo tenía 6 años, a la semana de hacer mi primera comunión- fui por el costado, y casi sin llegar a la rejilla pretendí “debutar” como penitente.

Tenía mi lista a punto, y sabía todos los detalles de las riñas con mis hermanos -y las razones que tenía para ello- y las “palabrotas” que les había dicho. También tenía claro que había desobedecido y que me había enfadado.

Me habían dejado muy claro cada uno de los pasos para “hacer una buena confesión”, y allí estaba lista para ello: ¡Y sólo para ello: para cumplirlos al pie de la letra!

Nada más abrirse la ventanilla, y supongo que al no ver a nadie del otro lado, o intuyendo “que no llegaba” se me dijo: Pasa por adelante. Así lo hice y devotamente me arrodillé, aunque comenzaba a no entender, ¡eso no estaba previsto en el guión!

Primera pregunta, antes del consabido y acostumbrado “ave María purísima”, que entonces se decía: "- Nena, ¿cómo te llamas?" Me quedé muda, pues allí yo iba a “decir” mis pecados, y eso, ¿a qué venía? ¿me habría equivocado? No lo sé, sí recuerdo que le dije: “- Padre, mi nombre no es pecado”. Me puse de pie, ¡y me fui!

Es verdad, mi nombre no era ningún pecado; como no era verdad que allí iba uno a “decir pecados”. No era eso lo más importante. Decididamente no me lo habían explicado bien, y sólo lo pude comprender con el tiempo. En todo caso “la confesión”, era un encuentro personal con el Dios de la vida que quería regalarme su misericordia, y por eso me "llamaba por mi nombre".

Mi nombre no era un pecado, pero sí era el indicativo de que Dios, cuando sale a nuestro encuentro –más que ir nosotros a Él- nos llama a cada uno por nuestro propio nombre, porque cada uno es único e irrepetible, y con cada uno tiene una historia y un proyecto de felicidad y plenitud.

Me gusta recordar aquel texto del génesis de la humanidad cuando nos dice la historia sagrada que Dios se paseaba al atardecer a la hora de la brisa con el hombre y que hablaba con él como con un amigo. Nos dice el libro del Génesis, que cuando Adán había pecado, “se escondió”, pero Dios no le echó en cara nada, simplemente le llamó y de dijo: “¿Dónde estás? ¿por qué te escondes?

¡Qué bueno pensar que hay “Alguien” que nos busca y nos espera, y no le importa “nuestra lista de pecados”, simplemente quiere “pasearse al aire de la brisa” y hablar con cada uno… llamarlo por su nombre y tratarlo ¡como con buen un amigo!

Cuándo a Pere Casaldàliga le preguntaron: “- ¿Cómo quieres que te recuerden?”. Él respondió: “-Como alguien que cree que Dios nos salva a todos y lo salva todo”.

Qué esa certeza nos convoqué cada día a hablar con Él, ¡como con un amigo!


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