En la mesa ‘Amazonía. La vida amenazada’, de Manos Unidas, junto a otros activistas Alberto Franco, defensor ambiental: “Los pueblos amazónicos son ricos que no pueden disfrutar de su riqueza”

Mesa redonda de Manos Unidas
Mesa redonda de Manos Unidas

“40 toneladas de mercurio al día van al río”, ha dicho Sánchez, señalando a los culpables: las empresas dedicadas a la extracción minera

Alberto Franco ha aludido a que, mientras el foco mediático se lo ha llevado el narcotráfico y la guerrilla, en Colombia se ha invisibilizado la corrupción en la extracción del carbón, el coltán, el petróleo...

Lucero Guillén ha detallado que tras “proyectos de interés nacional” se esconden concesiones de extracción sin consultar a los pueblos originarios que poseen esos territorios

“No podemos pensar que estamos lejos”. Con estas palabras Alberto Franco, misionero colombiano, animaba esta mañana en la mesa redonda ‘Amazonía. La vida amenazada’ a tomar conciencia de la crisis ambiental, y hacerlo globalmente. Entendiendo que ni la Antártida ni la Amazonía nos son ajenas, sino que todo está enlazado. El hombre con la naturaleza como entes biológicos, pero también, como realidades sociales, “los intereses económicos, políticos y religiosos con la violencia”.

Organizada por Manos Unidas, que colabora actualmente en 15 proyectos de desarrollo local, autonomía indígena y empoderamiento en la Amazonía brasileña, colombiana, ecuatoriana y peruana, la mesa redonda ha pretendido traer a España la agenda de soluciones a los problemas socioambientales planteados en el Sínodo de la Amazonía en el Vaticano.

Carlos García Paret, asesor de incidencia política y economía para múltiples organizaciones sociales y cooperante en la Amazonía brasileña durante 8 años, ha moderado la mesa y aprovechado para recordar el doble enfoque, humano y ecológico, del desafío amazónico. Humano porque las regiones que atraviesa el río Amazonas las habitan “30 millones de personas”; ecológico porque sus árboles, “como bombas de vapor de agua”, regulan el clima de todo el planeta.

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Pedro Sánchez, de la Red Iglesias y Minería y la REPAM, ha sido el primero en intervenir, acercando al auditorio, de nuevo, la doble vertiente del problema. Por un lado, la imagen de un delfín rosado, especie que solamente vive en el Amazonas y que ya se encuentra en peligro de extinción a causa del mercurio, que le ha intoxicado. “40 toneladas al día van al río”, ha dicho Sánchez, señalando a los culpables: las empresas dedicadas a la extracción minera. Por otro lado, el activista contra esta extracción ilegal y destructiva ha mencionado el testimonio de un hombre de 50 años con el que convive en las comunidades amazónicas, que padece “varios cánceres y ha perdido un ojo, por vivir rodeado de deshechos tóxicos”.

Las tragedias no son individuales, sino que pueblos enteros están teniendo que enfrentar las consecuencias de la minería. Que, cuando rompe diques, provoca desastres como el de Brumadinho, en Brasil. O que contamina “con plomo en la sangre a todos los niños de La Oroya, en Perú”

Ha sostenido que las tragedias no son individuales, sino que pueblos enteros están teniendo que enfrentar las consecuencias de la minería. Que, cuando rompe diques, provoca desastres como el de Brumadinho, en Brasil. O que contamina “con plomo en la sangre a todos los niños de La Oroya, en Perú”. Con la misma contundencia con la que ha identificado a los responsables, Pedro Sánchez ha propuesto la solución: la conversión ecológica por la que tanto lucha el Papa Francisco desde la publicación de Laudado Si’. La conversión pasa, a pequeña escala, por “dejar de consumir oro”, puesto que “para un anillo de bodas, se vierten 20 toneladas de residuos tóxicos”, ha apuntado. Y a nivel institucional, pasa por desinvertir: “Lo ha dicho Patricia Hualinga en el Sínodo: el Vaticano tiene acciones en empresas extractivas”.

Por su parte, Alberto Franco, de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, ha relacionado el conflicto armado en Colombia con el extractivismo, aludiendo a que mientras el foco mediático se lo ha llevado el narcotráfico y la guerrilla, se ha invisibilizado la corrupción en la extracción del carbón, el coltán, el petróleo, oro o uranio… o la plantación de palma. “En Colombia, desde los años ochenta hasta hoy, ha habido 7 millones de campesinos e indígenas desplazados de sus tierras”, ha explicado, mientras las multinacionales han ido obteniendo concesiones para la explotación y, además, ventajas tributarias. Franco, que en varias ocasiones ha sido amenazado por dar visibilidad a estas violaciones de derechos, ha continuado diciendo que “hay un sector que le tiene pánico a la verdad”, y por eso silencia a los defensores ambientales. “Protestamos porque los pueblos amazónicos son ricos que no pueden disfrutar de su riqueza”.

Lucero Guillén, en el centro

Por último, Lucero Guillén, coordinadora de Pastoral de la Tierra (iniciativa del Vicariato Apostólico de Yurimaguas), ha compartido su experiencia de 36 años de vida en la Amazonía peruana, así como de resistencia a desastres como el derrame de Chiriaco en 2016. Desde una perspectiva política, ha denunciado que los gobiernos agrofascistas “se acuerdan de nosotros para negarnos la existencia”. Por eso tras la oficialidad de los “proyectos de interés nacional” se esconden concesiones de extracción sin consultar a los pueblos originarios que poseen esos territorios. “No se actualizan los planos de nuestras comunidades para no reconocer nuestra titularidad del terreno. Se indemniza a los municipios, pero no a las comunidades damnificadas…”, ha detallado.

¿Qué hacer para cuidar el medio ante esta amenaza global? Los tres portavoces de este trabajo en la Amazonía coinciden: hacer política (tratados que protejan el territorio, y que se cumplan; no invertir en empresas de energías contaminantes…) y modificar el consumo. “Hacernos menos dependientes de lo que compramos y no morir en el corre-corre”, ha propuesto Guillén. ¿Y la Iglesia Católica? ¿Qué medidas debe tomar después de tantas palabras en el recientemente concluido Sínodo amazónico? “A veces le damos muchas vueltas a la teología”, ha opinado A. Franco, cuando, por el contrario, “el cristianismo es una cuestión práctica: somos seguidores de una víctima”. Los que reconozcan serlo, simplemente no pueden tolerar “que uno se quede con todo y los demás nada”.

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