"La fe es una provocación para quien se somete a ella" "El poder de la ley de segregación es vencido por el poder de la liberación"

Si quieres, puedes limpiarme
Si quieres, puedes limpiarme

"El hombre de rodillas es un muerto andante, apartado de toda consideración, de todo afecto"

"También se le considera impuro legal y religiosamente. Es despreciado por Dios y alejado de los hombres"

"Jesús necesita ensuciarse como el leproso para curarle. No quiere curarle sin implicarse físicamente"

Vemos a Jesús. No sabemos realmente lo que está haciendo. Marcos (1,40-45) no nos lo cuenta porque sólo le interesa encuadrar a un hombre que se le acerca de rodillas. Se trata de un leproso. La lepra es una enfermedad infecciosa granulomatosa crónica que afecta a la piel y a los nervios periféricos.

Este hombre de rodillas siente un entumecimiento general y tiene manchas cutáneas más claras que el color natural de su piel. También tiene lesiones pigmentadas que no cicatrizan. La falta de sensibilidad al tacto, al dolor y al calor aísla su cuerpo de las sensaciones físicas y le hace repulsivo para los demás. El hombre de rodillas es un muerto andante, apartado de toda consideración, de todo afecto.

También se le considera impuro legal y religiosamente. Es despreciado por Dios y alejado de los hombres. Incluso estaba obligado a gritar "¡impuro! ¡impuro!" si se cruzaba con alguien en su camino. La Ley sólo quería su muerte. Solo. Y nada más.

Marcos recoge las palabras de este zombi: "¡Si quieres, puedes purificarme!". No debería haberse acercado, pero "querer es poder", le recuerda a Jesús. Su tono es llamativo, ni quejumbroso ni victimista. Sabe que la voluntad de Jesús es suficiente: no tiene excusa. Enfrenta así a Dios con su responsabilidad por el simple hecho de creer en él. La fe es una provocación para quien se somete a ella.

Si quieres, puedes limpiarme

Hay un momento de suspense. ¿Qué sucederá? ¿Pronunciará Jesús una fórmula? Marcos entra por un momento en la psicología de Jesús y constata que está conmovido, es decir, literalmente, que "se le mueven las entrañas". En otros códices antiguos no se lee emoción, sino ira, como si esa enfermedad enfadara a Jesús.

¿Qué hace entonces? Lo que no debe: extiende la mano y lo toca. El leproso infecta y también es impuro, por lo que no se le debe tocar. Al tocarlo le dice: "¡Sí, queda limpio!".

Jesús pierde el equilibrio entre deber y esencialidad. Su palabra habría bastado, y habría podido tocarle y abrazarle quizá más tarde, una vez curado. No: lo toca, porque necesita poner sus dedos sobre su piel escamosa e hinchada, sobre sus infecciones y manchas. Necesita ensuciarse como el leproso para curarle. No quiere curarle sin implicarse físicamente.

El leproso había quebrantado la ley al acercarse a Jesús. Jesús había violado la ley al tocarlo. Ahora son dos ilegales, ambos en el mismo bando. Pero así es como el poder - "¡querer es poder!" - del cuerpo de Jesús se manifiesta. El poder de la ley de segregación es vencido por el poder de la liberación.

E inmediatamente la lepra "desaparece". Marcos no dice simplemente que el hombre "sana": nos habla del efecto en su piel. No hay necesidad de convalecencia, de una lenta recuperación, de cicatrices que caen con el tiempo. Nada de eso: en su piel ya no quedaba rastro del mal. Porque su verdadero mal era el horror, la deformación de su cuerpo, de su rostro. Jesús le rescata de su repugnancia.

Pero he aquí que Jesús resopla, lo regaña, "amonestándolo severamente", ¡e inmediatamente lo echa fuera! ¿Por qué? Le amenaza: "Mira que no digas nada a nadie". Le ordena que haga certificar legalmente su curación, pero que no diga nada de cómo fue curado.

Pero a él no le importa y va por ahí "divulgando el hecho". Y así, de repente, vemos "gente que viene de todas partes". Jesús ya no podía entrar en una ciudad porque enseguida se vio asediado, enjaulado por su propia celebridad. Así que decide huir a lugares desiertos, como polizón, huyendo de su propio poder incomprendido por las masas.

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