Silencio

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A colación de «Silencio», título del discurso leído por Juan Mayorga el día 19 de mayo de 2019, en su recepción como académico en la Real Academia Española, palabras de gran finura y altura, conmovedoras hasta el espasmo, y en el que recuerda a su predecesor en la silla M, el poeta Carlos Bousoño, conjuga y saltea en el texto entre el teatro y la poesía con una impresionante y rica intertextualidad.

Ello me ha recordado cómo todas las artes se mantienen en plena ebullición, con los mismos grados e intensidad que la pasión desprendida por quien las alimenta desde el silencio: teatro, poesía, literatura...

Silencio, palabra de la que nos advierte Mayorga de su «extraordinaria promiscuidad, que la convierte en fuente infinita, así como de hallazgos expresivos, de lugares comunes, cual si un magnetismo irresistible impulsase a cualquier otra a arrimársele para recibir algún reflejo de su carga aurática».

Pero si el silencio se proyecta sobre todo arte es en la contemplación —entrañable compañera— la que se eleva para gotear su savia desde la altura, con su magia trascendente, sobre todo arte que en sí mismo es inmaculado; porque el silencio no es la abstención del habla o del ruido, tampoco hago referencias al silencio cobarde ni al silencio cómplice del miedo, sino a la condición estructural del ser humano para contemplar —y gozar— de la creación y de las criaturas en un sentido extenso.

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Tampoco es baladí que una de las acepciones de la RAE se refiera a la contemplación como la «reflexión serena, detenida, profunda e íntima sobre la divinidad, sus atributos y los misterios de la fe». Es un camino que, en palabras de Machado, se hace al andar.

También nos recuerda el académico en su discurso que «contaba un amigo de Juan Rulfo que tenían la costumbre de juntarse 'a estar callados'». Ese «juntarse a estar callados» es lo que desde tiempo inmemorial han practicado los monjes y religiosos o cualesquiera comunidades, o incluso más recientemente, aunque con otras finalidades otros grupos sociales. De esa experiencia es de donde podemos asumir, como nos recuerda de nuevo Mayoral, la afirmación de Eliot y Bousoño de que el verdadero poeta no compone en verso libre, porque la poesía siempre ha de estar determinada por la ley del ritmo. Ello significaría, en nuestro caso, que el silencio y la contemplación no son para uno mismo, sino para el otro, no para rimar sino para empatizar.

A la postre, el silencio no es una idea o un fenómeno, sino más bien una actitud deferente y creativa que surge de la profundidad del ser humano, alimentado con los pliegues del alma que rebosa hasta regurgitar en la contemplación. Contemplación que, como he sostenido en alguna ocasión, solo es tal si no desea ni tiene por fin el poseer.

La Laudato Si´ es una muestra de que desde el silencio contemplativo se puede clamar y denunciar la inequidad y destruir los muros de toda vergüenza. Solo desde la contemplación se puede accionar y acariciar un mundo arañado cada vez más desvalido, porque como dice en su apartado 85 «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa». Es iniciar el camino del silencio.

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También, como dijo san Juan de la Cruz, en su obra Dichos de luz y amor: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma». Es por lo que insisto en que el silencio es el trayecto hacia la realización de uno mismo, porque el silencio es el encuentro.

En estos días calurosos y de sol impenitente, en los días vacacionales en los que las luces y el ruido nos rodean,  es necesario beber del agua que sacia toda sed. Que cada cual le ponga un nombre, pero el poema Psalle et sile, de Calderón de la Barca, nos indica que: «el idioma de Dios es el silencio».

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