Francisco en Polonia. Ante el ícono de la libertad.

Guillermo Gazanini Espinoza / 28 de julio.- Polonia aceptó el cristianismo en el año 967 cuando las misiones desde la Bohemia influyeron en la conversión de Mieczyslaw, el fundador del estado polaco. Su matrimonio con la hermana del duque de la Bohemia, Boleslao II, favoreció la expansión cristiana en la Pomerania, Silesia y Cracovia. A la conversión de los soberanos, siguió la de los súbditos. Su más preciado ícono es el de la Virgen negra de Czestochowa; la tradición atribuye su hechura a la mismísima mano del evangelista Lucas aunque con un intricado histórico que hunde sus raíces en el imperio bizantino y hasta su proclamación como madre, patrona y protectora de Polonia hecha en 1656. Unida siempre a Jasna Gora, el santuario-fortaleza que le resguarda, lugar de monjes y de guerreros quienes defendieron el suelo patrio contra los suecos en 1655-1656 ha resistido hasta la última lucha contra la fiereza del comunismo ateo y hoy contra el secularismo, el precio de la emancipación del régimen soviético.
Se dice que Paulo VI quiso viajar hasta Jasna Gora para tributar a la Virgen negra una Rosa de Oro como lo había hecho con otras advocaciones de la Madre de Cristo; el régimen opresor de la República Popular de Polonia no permitió al Papa Montini llegar hasta los pies de la Madona, representaría una agitación en medio de las revoluciones al seno del bloque soviético como la Primavera reprimida por el Pacto de Varsovia en 1968.
Era cuestión de tiempo hasta que en 1979 Juan Pablo II fue electo Pontífice. Ese sería el año que aceleró el curso de la agitación al seno del comunismo enfrentado por figuras heroicas como los cardenales Frantisek Tomasek, Arzobispo de Praga (1889-1992), Stephen Spieha (1867-1951), arzobispo de Cracovia quien ordenó sacerdote a Juan Pablo II o el gran mentor de Karol Wojtyla, obispo de la resistencia contra el comunismo, Stefan Wyszyński (1901-1981), el Primado de Polonia.
Juan Pablo II visitó Polonia en nueve ocasiones. En agosto de 1991, realizó una peregrinación a Hungría y Polonia. La cita principal fue la VI Jornada Mundial de la Juventud para poner a los jóvenes de Europa bajo la protección de la Virgen negra. Era el primer encuentro libre después del colapso del bloque soviético cuando Polonia agitó los aires nuevos en 1989 siguiendo alzamientos y revoluciones, a veces violentas, que derivaron en la caída entre 1989-1991.
Esa Jornada Mundial de la Juventud en Czestochowa representó la felicidad por la nueva libertad al amparo de la Virgen negra. Era el epicentro que anunció al mundo la reunión libre de la juventud antes separada por muros e ideologías. Con razón, Juan Pablo II, el 15 de agosto de 1991, en la misa de la VI Jornada Mundial, quiso llamarle nuevo pentecostés de la historia contemporánea. La homilía, cargada de alusiones bíblicas, en lucha apocalíptica contra el padre de la mentira y el gran triunfo de la Mujer vestida de Sol, no pueden ser sino las metáforas del fin del sistema alienante y corruptor que sometió al ser humano. La gran victoria, como diría Juan Pablo II, implicó el retorno a Dios, pero que enfrenta un gran drama: “Nuestro siglo ha sido y sigue siendo un campo de batalla donde se libra esa lucha. Generaciones enteras han sido envueltas en semejante lucha, de la que todos y cada uno de nosotros somos los auténticos protagonistas: todo hombre, en la realidad de la creación a imagen y semejanza de Dios, que sufre, al mismo tiempo, la tentación de transformar esa imagen y semejanza en un reto dirigido a su Creador y Redentor. La tentación de rechazarlo. La tentación de vivir su propia vida aquí en la tierra, como «si Dios no existiera». (Juan Pablo II. Homilía en ocasión de la VI Jornada Mundial de la Juventud, 15 de agosto de 1991, Czestochowa, Polonia)
Sin embargo, la libertad parece sucumbir a la tentación de vivir aquí en la tierra como si Dios no existiera. Y es que la descristianizada Europa, las afrentas contra la dignidad humana y de los valores cristianos parecen ocupar el lugar del materialismo en las formas del vacío, del sin sentido y desesperanza. Cuando Benedicto XVI visitó Polonia en mayo de 2006, advertía a los jóvenes sobre los peligros del secularismo que saca a Dios de la vida. Bajo el lema constante de “Permanecer firmes en la fe”, la Polonia semper fidelis debería asentar la casa sobre roca; el Papa emérito dirigía su exhorto para abrir los ojos y mantener viva la llama del cristianismo que los emancipó: “No se necesita una gran agudeza para descubrir las múltiples manifestaciones del rechazo de Jesús, incluso donde Dios nos ha concedido crecer. Muchas veces Jesús es ignorado, es escarnecido, es proclamado rey del pasado, pero no del hoy y mucho menos del mañana; es arrumbado en el armario de cuestiones y de personas de las que no se debería hablar en voz alta y en público…” (Benedicto XVI. Discurso a los jóvenes, Cracovia, sábado 27 de mayo de 2006) Y en íntima conexión con esa lucha y drama, ante los dilemas y paradojas, Benedicto XVI rogó a los polacos a compartir “con los demás pueblos de Europa y del mundo el tesoro de la fe, también en consideración del recuerdo de vuestro compatriota que, como Sucesor de san Pedro, hizo esto con extraordinaria fuerza y eficacia”. (Benedicto XVI. Homilía en la celebración eucarística, Cracovia, sábado 28 de mayo de 2006)
Siguiendo los pasos de sus predecesores, el Papa Francisco se postra ante el símbolo de la libertad del pueblo polaco en un mundo distinto y más violento. Si Juan Pablo II combatió en la guerra fría, Francisco vuelve a recordar “el estado de guerra” que vivimos causa del odio. Su peregrinación al corazón de Europa recuerda cuáles son las raíces del continente y porqué la razón de existir.
En íntima conexión, aquel discurso escatológico de Juan Pablo II reverbera en las palabras del Pontífice argentino cuando la Virgen intercede ante su Hijo para hacer nuevas las cosas en Cristo. Francisco se postró ante la Virgen negra de Czestochowa para enseñar que Ella es cercana, Ella es un símbolo de libertad ante las nuevas formas de destrucción del ser humano, Ella es “causa de nuestra alegría, que lleva la paz en medio de la abundancia del pecado y de los sobresaltos de la historia”. (Francisco. Homilía en ocasión de la misa por el 1050 aniversario del bautismo de Polonia, Czestochowa, 28 de julio, 2016).