#sentipensares Descolonizando la Culpa desde el feminismo*

El sentimiento de no ser seres humanos completos hace a las mujeres sentirse vulnerables, incapacitadas para salir adelante sino es de la mano de un hombre

#Sentipensares

Introducción

El motivo de escribir este artículo breve tiene como finalidad acompañar especialmente a mujeres y a personas de la diversidad sexual que por diferentes causas han sentido culpabilidad y necesitan liberarse de esta carga, pues les impide continuar con su vida. Una de las muchas razones de la culpa es el imaginario religioso que contribuye a una moral rígida sobre los cuerpos y sexualidades de las mujeres, especialmente a mujeres que se han visto en la necesidad de ejercer el derecho a decidir y han elegido abortar. La idea que Dios no las perdonará nunca y que las castigará ha sido un discurso de odio que las llena de terror y temor, este discurso es utilizado por muchos sectores religiosos a quienes les interesa mostrar una imagen castigadora del Dios monoteísta, patriarcal- machista, que ciertamente, no es el Dios de Jesús de Nazaret, sino el Dios de sus prejuicios. Aprovecho para recordar que el propio Jesús no ejerció un juicio, ni palabras de odio y violencia hacia las mujeres o hacia otras personas, al contrario, fue un hombre que pudo superar a la propia cultura patriarcal de su tiempo.

La culpa

¿Qué es la culpa? ¿Por qué es importante abordar este tema? ¿Cómo se instala la culpa en el imaginario de las mujeres creyentes en las religiones monoteístas y cómo influye ésta en la toma de decisiones en la vida cotidiana? Abordar el tema de la culpa es importante por varias razones: en primer lugar, la culpa oprime a las mujeres, las censura, las excluye del ámbito de la bondad y las categoriza y prejuzga  como ‘malas’, pecadoras o sucias. En segundo lugar, la culpa es un ardid de la mentalidad patriarcal para impedir a las mujeres hacerse cargo de ellas mismas, de lo que acontece en sus cuerpos, afectos, relaciones, sexualidades y de su realidad. En tercer lugar, coloca la imagen de Dios o a la divinidad desde los paradigmas del patriarcado y en contra de las mujeres bajo la mirada del castigo y del juicio. Y finalmente, nubla la capacidad de reflexión, inteligencia y discernimiento de las mujeres para tomar decisiones y ejercer su libertad de conciencia.

La culpa es un sentimiento infligido, es decir instalado en nuestra conciencia por agentes externos. No nacimos con culpa, la aprendimos a través del pensamiento religioso, por eso es importante deconstruirla. La culpa es una emoción alimentada siempre por el recuerdo (una imagen) de una acción, omisión o pensamiento que está fuera de la voluntad de Dios u otra persona y que resulta en daño para otro y para si mismo porque ejerce de mecanismo de autodesprecio. Este mecanismo de autodesprecio en palabras como ‘no valgo nada’, ‘no soy digna’, ‘no merezco la bendición de Dios’, ‘soy una mala mujer o mala madre’, ‘Dios me va castigar o me castigó’, entre otras, merma constantemente la autoestima de las mujeres hasta aniquilar el amor por sí mismas y las coloca constantemente en seres para los demás, lo cual termina siendo una terrible violencia contra ellas. La culpa es un sentimiento aprendido e instalado en nuestro inconsciente en la infancia y la mayoría de las veces es imaginario. Este sentimiento no solo se aprende en los espacios religiosos, sino en el imaginario socio-cultural más de corte tradicional como son las sociedades mayormente estructuradas jerárquicamente, como lo es el caso de la sociedad mexicana. La culpa evita hacernos cargo de la realidad y es un sentimiento que nos lacera. Para Rocío Hernández y Berenice  Pacheco: “En una sociedad basada en las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres y, asimismo, en la lógica de premio/castigo, la culpa se fundamenta en el sentir martirológico que obstaculiza la asunción responsable de nuestras acciones y omisiones y, por lo tanto, ser las constructoras de nuestra propia historia y destino” (Mela y Salazar 2009). El sentir martirologio es inculcado por la conciencia religiosa moralista-patriarcal y se fundamenta en los principios que las mujeres somos malas y no merecemos el amor a pesar de todo lo que hagamos; y que nuestros deseos y el derecho al placer no existen, por lo tanto, cualquier sufrimiento es merecido y nunca será suficiente para agradar a la divinidad.

La culpa llegó con el colonizador cristiano, pues los pueblos de Abya Yala no tenían conciencia de lo que era ‘pecado’, este concepto lo trajo el colonizador desde una mirada moralista somatofóbica (miedo al cuerpo) y hedonofobica (miedo al placer), y  desde la erotofobia (miedo al erotismo) propia de la moral medieval, y primero tuvieron que enseñar a los habitantes de estas tierras lo que ellos entendían por pecado y así instalaron la culpa en torno al cuerpo y a la sexualidad, especialmente asociado al territorio cuerpo de las mujeres colonizadas. Marcela Lagarde afirma que la culpa en las mujeres desarrolla tres manifestaciones: el no sentirse seres humanos completos, tener una identidad estereotipada y el no sentirse en capacidad de cumplir con todas las expectativas sociales. De este modo, “las enormes contradicciones emanadas de sus modos de vida generan en ellas rabia, dolor y agresión que no encuentran cause positivo de expresión”. (Lagarde 2003)

El sentimiento de no ser seres humanos completos hace a las mujeres sentirse vulnerables, incapacitadas para salir adelante sino es de la mano de un hombre o tomar decisiones siempre guiadas por un hombre, y sí las toman sin su consentimiento, pues entonces han tomado malas decisiones y son culpables. La incompletud hace sentir a las mujeres miedo y terror a la soledad, como si esta fuera mala; lo que no se alcanza a descubrir es que la soledad es muy necesaria para tomar decisiones, reflexionar y pensar sobre su propia vida, pues  es en la soledad donde se encuentran a sí mismas y pueden recuperar el amor propio tan necesario para las mujeres.

La culpa coloca una identidad estereotipada en las mujeres, es decir, no se conciben sin una pareja, sin ser madres, esposas, hijas de y en función siempre de. Sobre todo en el estereotipo de ser buenas, pero ¿qué significa ser buenas mujeres? Desde la lógica patriarcal la bondad está definida como sometimiento, abnegación, obediencia, subyugación, no tener opinión propia, no rebelarse, incapacidad de cuestionar, asumir y consentir todo tipo  de violencias. Y quienes osan no cumplir estos mandatos de género entonces son tildadas de malas mujeres incapaces de cumplir las expectativas sociales.

La culpa  tiene como objetivo discapacitar a las mujeres para la autoestima, les nubla el entendimiento y les impide ver la realidad tal cual es, así como mirar hacia nuevos horizontes y posibles soluciones a una problemática determinada. Demanda cumplir estereotipos de género desde una demanda patriarcal, lo cual genera una profunda frustración en las mujeres. El sentimiento de culpa ejerce como sistema detonante de control de la capacidad de tomar decisiones. “La culpa generada a lo interno de la psique ocurre como producto de un conflicto paradójico: a partir del surgir y resurgir de la naturaleza instintiva salvaje femenina, a pesar del trabajo castrador de la sociedad. Estos deseos de recuperación de lo femenino producen sentimientos de culpa, en tanto la mujer no inicie un proceso de recuperación de la voluntad de vivir una vida más allá de los límites sociales impuestos”. (Mela y Salazar 2009)

2) El discernimiento feminista Vs. Culpa

La palabra discernir es sinónimo de juicio, perspicaz, distinguir, comprender, es decir, cuando una persona discierne algo debe de comprender, distinguir lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto y ser prudente en su manera de actuar. Las mujeres nos constituimos en sujetos éticos y morales cuando somos capaces de emitir el juicio por cuyo medio percibimos y declaramos la diferencia que existe entre varias cosas. Sin embargo, a lo largo de la historia hemos sido puestas en la lupa de la sospecha por parte del patriarcado que no nos ha considerado: primero, seres racionales; segundo, no somos sujetos morales al igual que los hombres; y tercero, las mujeres están discapacitadas para tomar decisiones, luego entonces hay que decirles qué deben hacer.

“A lo largo de la historia de la ética occidental, el estatus moral de las mujeres ha sido un tema de discusión persistente, aunque rara vez central. Unas cuantas voces aisladas han defendido que ellas son pares morales de los hombres, pero la mayoría de las figuras dominantes dentro de la tradición ha dado argumentos ingeniosos para justificar la subordinación de las mismas. A pesar de la historia de esta controversia, la expresión ética feminista no se acuñó sino hasta los años 80, luego de que la segunda ola se había adentrado en las academias estadounidenses —y en menor medida en las de Europa occidental— a través de un conjunto crítico de filósofas para quienes el estatus de las mujeres era una inquietud ética importante. El surgimiento de esta expresión no solo puso en evidencia que era indispensable prestar atención a las mujeres y al género para comprender de forma adecuada muchas cuestiones propias de la ética práctica, sino que además reflejó la creencia reciente de que la subordinación de las mujeres tiene consecuencias profundas en la teoría ética, las cuales hasta entonces habían sido ignoradas”. (Jaggar Abril, 2014)

Las mujeres no hemos sido consideradas personas éticas y se ha recurrido a la culpa y al pensamiento religioso monoteísta y patriarcal para afirmarlo, así como a una interpretación de corte fundamentalista de los textos bíblicos. Sostengo que es a través del ejercicio del discernimiento como las mujeres podemos desinstalar la culpa porque hacemos el ejercicio de autoreflexión y apelamos a nuestra propia capacidad de decidir.

Los sentimientos de culpa son instalados por la violencia de género, es decir, la culpa es instalada a partir de un discurso, lenguaje, forma de pensar o creencias violentas. Un acontecimiento traumático puede causar que se desarrollen sentimientos severos de culpa, la cual se convierte en razonamiento dominante, especialmente para las mujeres, pues es interesante cómo los hombres en su mayoría no cargan con esos sentimientos de culpa. Se ha reportado en la literatura científica la existencia de factores asociados con  una  mayor  predisposición  a  experimentar  sentimientos de culpa,  como  el maltrato infantil, el estilo educativo de los progenitores y  los mandatos de género.

La mayoría de mujeres que tienen sentimientos de culpa son personas víctimas de violencia, maltrato, carecen de autoestima y han establecido situaciones de co-dependencia emocional con sus agresores o provienen de relaciones dominantes. Las religiones monoteístas o por lo menos el cristianismo son religiones de corte sacrificial basada en un principio de trascendencia, este principio a su vez está fundado en el principio del ‘pater arche’, es decir en la aparente superioridad creadora del hombre y en el carácter masculino de la creación. (Werlhof 2010)

La relación trascendental patriarcal es la formulación de un sistema ideológico que parte de la fe en la violencia, me explico, el sacrificio es un acto donde debe haber una víctima para la expiación, debe ser cruento, sangriento y violento. Hay un sujeto que ejerce de autoridad para hacer el sacrificio, esta persona llamada sacerdote casi siempre es un hombre. La autoridad con la cual dicha persona hace este acto es asignada por un colectivo, es decir la comunidad, quien se siente representada por este acto violento que además es considerado sagrado, y por sagrado entendemos que merece un respeto excepcional porque es divino o relacionado con la divinidad y sus misterios, lo que lo hace intocable, incuestionable y único. Sin embargo, no hay que olvidar que estamos hablando de un acto de violencia colectiva que pretende exorcizar nuestros miedos a la ‘otredad’. Miedo a los cuerpos diversos, a las sexualidades diversas, a las otras culturas, a la diversidad que posee otras características que desde el esquema hegemónico vemos como amenazas. Para un sacrificio violento se requiere de una corporalidad considerada ‘pura’ o víctima inocente, que sea capaz de limpiar al sistema patriarcal de sus propias violencias. Siempre que hay un acto violento sacrificial hay también algo de la violencia colectiva que participa en una especie de pacto también colectivo que permite no hacernos responsables, ni co-responsables de los males sociales.

En el caso de la violencia hacia las mujeres además de ser un pacto patriarcal entre sistemas como lo son el capitalismo neoliberal, el cristianismo y el mercado, también hay una colectividad llamada comunidad quien ejerce de mediación para asignar autoridad a estos tres sistemas que ejercen de sacerdocio sacrificial sobre los cuerpos de mujeres, niñ@s y personas sexualmente diversas.

El cristianismo ha sido en gran parte responsable de mantener una formación sobre la victimez de los cuerpos ‘puros’ de las mujeres, todo el adoctrinamiento en torno a la pureza del matrimonio, a la pureza virginal, a la inocencia de la víctima es para ‘prepararla’ para el sacrificio.

La teología sacrificial ha contribuido para mantener la violencia contra los cuerpos y sexualidades de las mujeres. “La teología de la cruz como amor que se da así mismo es todavía más perjudicial que la de la obediencia, puesto que opera inconscientemente junto con la cultural vocación ‘femenina’ a sacrificarse por el bien de sus familias. De este modo, hace que la explotación de todas las mujeres, en nombre del amor y del sacrificio de si misma, sea psíquicamente aceptable y religiosamente queda justificado”  (Reid. 2009)

Los discursos patriarcales como cumplir con el deber sagrado, el auto sacrificio y la castidad; dispensar protección y placer, no en recibirlos, vivir a la sombra, literalmente y en sentido figurado, de tus hombres, padre, novio, marido, hijo, tus chicos y tu familia contribuyen a forma víctimas expiatorias de la violencia: Los mandamientos del marianismo (Rosa María Gil y Carmen Inoa Vasquez):

Los mandamientos para construir una víctima son:

  1. No olvidarás tu lugar de mujer
  2. No abandonarás la tradición
  3. No te quedarás soltera, ni serás autónoma económicamente, ni de mentalidad independiente.
  4. No pondrás en primer lugar tus necesidades
  5. No desearás otra cosa en la vida que ser ama de casa
  6. No olvidarás que el sexo es para tener bebés, no para sentir placer
  7. No serás infeliz con tu marido, ni lo criticarás por su infidelidad, por apostar, por sus abusos verbales o físico o porque consuma alcohol o drogas
  8. No pedirás ayuda
  9. No hablarás de problemas personales fuera de casa
  10. No cambiarás aquellas cosas que te hacen infeliz, aunque de hecho puedas cambiarlas

Necesitamos descolonizar estas ideas porque las ideas de victima inocente y de la redención como sufrimiento libremente elegido, potencian que las sociedades capitalistas y militares convenzan a la gente para que acepten el sufrimiento, la guerra, la violencia y la muerte como nobles ideales por lo que muchos han muerto y por los que sigue mereciendo la pena morir (E. Schüssler).

Una manera de descolonizar la violencia y la culpa hacia las mujeres es superar la idea del rito sacrificial para dar paso a la festividad del banquete, pues mientras Caín ofrece sacrificios cruentos fruto de la violencia de la cacería, Abel ofrenda desde la vida, los frutos de la vida, en conexión con la tierra y la naturaleza, lo que la naturaleza le ofrece.

Las teólogas feministas no tenemos como punto de partida la cruz, sino la resurrección, pues la teología de la cruz es violenta para nuestros cuerpos, sexualidades y aniquila nuestra fuerza erótica, mientras que la resurrección es un vestido nuevo que va más con nosotras, pues la resurrección es algo que también experimentamos  por nuestro cuerpo y me refiero al acto menstrual, al resurgir mensualmente de una especie de muerte que experimentamos para rehacernos y cobrar nueva vida. En la resurrección no hay cuerpo de víctima sacrificial, hay una tumba vacía, y los cuerpo de las mujeres gloriosos, vigorosos y puestos en pie son los cuerpos por los que emerge el resucitado, es en estos cuerpos donde acontece la resurrección como un acto de disrupción y subversión contra la violencia patriarcal. Ante la tumba vacía ahora los cuerpos de las mujeres son huertos y viñas floridas, cuerpos eróticos, cuerpos vitales, cuerpos que transgreden los sistemas y que gritan un no contra la violencia.

El discernimiento desde la perspectiva feminista requiere al menos de los siguientes elementos: soledad, silencio-razonamiento y amor por sí mismas.

a) La soledad como un recurso indispensable para recuperar el tiempo personal y para poder ser una misma, descubrir las capacidades y potencialidades que tenemos como mujeres. La soledad es la gran amiga de las mujeres porque es en ella donde nos reencontamos con todos los límites y capacidades. La soledad es una fiel compañera. Sin embargo, dice Lagarde que: “ Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía, porque desde muy pequeñas y toda la vida se nos ha formado en el sentimiento de orfandad; porque se nos ha hecho profundamente dependientes de los demás y se nos ha hecho sentir que la soledad es negativa, alrededor de la cual hay toda clase de mitos. Esta construcción se refuerza con expresiones como las siguientes «¿Te vas a quedar solita?», «¿Por qué tan solitas muchachas?», hasta cuando vamos muchas mujeres juntas. La construcción de la relación entre los géneros tiene muchas implicaciones y una de ellas es que las mujeres no estamos hechas para estar solas de los hombres, sino que el sosiego de las mujeres depende de la presencia de los hombres, aún cuando sea como recuerdo”. (Lagarde, Claves Feministas para la autoestima de las mujeres 2020)

Aprender a vivir solas y en soledad es aprender a convivir con nuestras realidades y aprender a ser  compañeras de camino. Cuando las mujeres aprenden a vivir en soledad aprenden a ser autónomas, libres e independientes y a tomar decisiones, y muchas veces a cometer errores y aprender de ellos, por eso es que es tan peligrosa la soledad, pues nos capacita para la reflexión y la toma de decisiones.

 b) El silencio es indispensable para desarrollar y acrecentar nuestra capacidad  de razonamiento, y es que cuando las mujeres ejercen el derecho a senti-pensar, es entonces cuando se auto-afirman y conquistan la libertad perdida. Estar todo el tiempo ocupadas en trabajar, en labores de cuidado, proveyendo, atendiendo a los demás es tener la cabeza llena, y a la vez vacía del derecho a pensar en nosotras, por nosotras y para nosotras. El silencio nos ha de conducir a la reflexión de ¿quiénes somos?, ¿cómo nos definimos? ¿Qué queremos? ¿qué o a quién no queremos en nuestra vida? ¿cuáles son nuestros objetivos? ¿Qué tipo de vida queremos las mujeres? La reflexión nos capacita para ser libres y despierta en las mujeres el anhelo de profundizar en el conocimiento y en otras formas de saberes. Además que abre nuestras mentes para también abrir el corazón a mejores relaciones y situaciones de vida. El razonamiento fruto del silencio si está en el marco de un sentido crítico y aliado a una mirada crítica de género se convierte en una potente herramienta de autoliberación y de opción por sí misma y por las demás mujeres que están o han estado en situaciones parecidas, de esta manera se va construyendo la potencialidad de los saberes sororales.

c) Finalmente, el amor por si mismas es fruto de la soledad y el silencio del razonamiento crítico de género. Amarse a una misma es una tarea cotidiana de continuo aprendizaje que trastoca los mandatos de género que tradicionalmente aprendimos las mujeres desde nuestra infancia en las sociedades patriarcales. ¿Qué significa amarse a una misma? Pues significa romper con los mandamientos para construir una víctima que vimos en el apartado anterior:

  • Poner en primer lugar tus necesidades.
  • Tomar tiempos de descanso en soledad y silencio. Quedarte sola o no será tu decisión.
  • Tener amigas con las cuales compartir la vida y tomar tiempos de ocio con ellas o sin ellas.
  • Desearás, y gozarás con las cosas, personas y situaciones que te dan placer, satisfacción y gozo.
  • Evitarás a las personas que te hacen sufrir, llorar o sentirte menos persona o simplemente que ejercen alguna violencia sobre ti.
  • Pedirás ayuda cuando la necesites
  • Disfrutarás la sexualidad, potenciarás tu erotismo y te sentirás orgullosa de ser mujer.
  • Tomarás las decisiones por ti misma sin temor a equivocarte y si te equivocas, simplemente aprenderás de tus propios errores.
  • Nunca más te sentirás culpable.
  • Serás autónoma económicamente y de mentalidad independiente.

Amigarse con el propio cuerpo

La sociedad patriarcal ha mirado los cuerpos de las mujeres siempre como máquinas productoras de trabajo y reproductoras de hijos, y nos ha mirado desde la escasez, escasez de salario, escasez de libertad, escasez de capacidades para decidir, escasez de formación, escasez de educación, escasez de pensamiento propio, escasez de liderazgo, escasez de autonomía, y por último, en escasez de vida, por ello nos matan y permiten que nuestros cuerpos sean desechables. Una teología feminista encarnacional del cuerpo femenino no debe conducirnos hacia la carencia de vida, al sometimiento, a la dominación de nuestros cuerpos ‘como cuerpos sufrientes y heridos’ o como víctimas de, sino a la abundancia y reconocimiento de nuestros cuerpos vitales, gozosos, sensuales y placenteros de una vida en abundancia. Cuerpos proféticos que gritan justicia y claman libertad. Cuerpos de mujeres eróticos, poderosos, en los que se manifiesta la vida cristiana, capaces de revestirnos de Cristo de una manera transgresora y libre, siempre en abundancia. Es en el cuerpo donde acontece toda nuestra vida y nuestras decisiones, es con el propio cuerpo con el que nos hermanamos con la creación entera. Superar la mirada culposa sobre nuestra corporalidad implica amigarse con el cuerpo que nacimos, vivimos y nos vamos a morir, sí es lo único con lo que llegamos a este mundo y el único compañero en el viaje final, nuestra eterna cómplice es la corporalidad, por ello es importante escuchar nuestros cuerpos, sus necesidades y sus hartazgos. Nuestros cuerpos son nómadas por que siempre caminan con nosotras, se adaptan, resisten, protestan y son disidentes de los moldes patriarcales. Necesitamos superar la culpa que ha recaído sobre nuestros cuerpos abyectos. No son cuerpos malditos, ni cuerpos pecaminosos. Somos cuerpos llenos de potencialidades diversas y desde lo que acontece en ellos es que decidimos sobre lo que queremos para nuestros cuerpos territorios. Apelamos al derecho de decir como la sulamita del cantar de los cantares: Mi viña (cuerpo) es mía y yo se lo doy a quien yo quiero. “Mi viña, mi propia viña es sólo mía; para ti, rey Salomón, las mil monedas; y da a los guardas doscientas por custodiar la cosecha” (cantares 8.12)

1 Marilú Rojas Salazar es Doctora en Teología Sistemática por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Teóloga Feminista y Profesora de asignatura en el Doctorado de estudios críticos de Género de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y de la Maestría en teología y mundo contemporáneo del departamento de Ciencias Religiosas. Es profesora de la maestría en estudios de género y teología en la comunidad teológica de México. Pertenece a TEIFEM (Teólogas e investigadoras Feministas de México). Directora de la revista Sophias (revista de reflexión interdisciplinar de teología feminista en México), miembro fundador de la Academia de teología en México de la UPM, miembro de la DARE (Discernment and Radical Engagement) que pertenece al Council for World Mission. Pertenece a la Red TEPALI (Teólogas, pastoras y lideresas cristianas). 

* Texto compartido por la autora y previamente publicado por Católicas por el Derecho a Decidir, México.

Bibliografía

Jaggar, Alison M. Abril, 2014. «Ética Feminista.» Debate Feminista 8-44.

Lagarde, Marcela. 2020. Claves Feministas para la autoestima de las mujeres. México: Siglo XXI.

—. 2003. Los cautiverios de las mujeres: madreesposas,monjas,putas y locas. México: UNAM.

Mela, Rocío Hernández, y Berenice Pacheco Salazar. 2009. «De la culpa a la Redención: hacia una nueva Psicología.» Ciencia y Sociedad 505-515.

Reid., Bárbara E. 2009. Reconsiderar la Cruz. Interpretación Latinoamericana del Nuevo Testamento. Navarra: Verbo Divino.

Werlhof, Claudia Von. 2010. ¡Madre tierra o muerte! Reflexiones para una teoría crítica del patriarcado. México: El rebozo.

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