#cuaresmafeminista2025 PEREGRINAR POR EL DESIERTO

| Elsa A. Tosi
Cuaresma, 40 días de preparación anteriores a Pascua. Un llamado a dejar el espacio habitual, desinstalarnos, para peregrinar por el desierto y hacerlo como Jesús lo hizo. Recluirse en el silencio, de modo que el espíritu amplíe su relación con Dios. Silencio productivo en términos de escucha del habla de Dios, que amorosamente señala rumbos e ilumina el camino, para lo que invita a volverse sobre sí mismo, mirar el propio corazón y comprobar si se vive con fidelidad evangélica como para avanzar por ese camino. Cuaresma es tiempo de examinar el corazón. “De la abundancia del corazón habla tu boca” (Lucas 6,45) “Donde está tu tesoro está tu corazón” (Mateo 6,21).. Allí se van anidando nuestras preferencias, nuestras opciones, aquello que valoramos y que es en definitiva lo que hace evidente nuestro real sentido de vida. No es el que frecuentemente aparentamos, sino el que realmente se expresa como síntesis de mente y corazón, como síntesis de nuestros sentipensares que muchas veces están fuera de la órbita en la que decimos transitar. Porque cuando hablamos del corazón, no es referencia solo a lo afectivo, a lo emocional; somos seres con cuerpo, mente y espíritu y nos manifestamos desde esa tríada. Bueno es hacerlo siempre desde la esperanza como nos recuerda el Papa Francisco: “La muerte ha sido vencida” (1Co 15,54)…él es el garante de nuestra esperanza en la gran promesa de la vida eterna”.
En Cuaresma se inaugura un tiempo preparatorio de introspección, reflexión, discernimiento para indagar sobre nuestro ser y estar en el mundo, nuestras aspiraciones, nuestra coherencia de vida con la fe y los valores éticos y espirituales a los que adherimos.
El peregrinaje por el desierto es también una convocatoria abierta a todo/a el/la que tiene ansias de superación, de despojarse del lastre de los superfluo y trivial y retomar o encontrar el camino de la realización a través de opciones éticas evangélicas orientadoras de la conducta. Y esto hacerlo desde la certeza de Dios Misericordioso que sabe de nuestras deserciones, fragilidades, pero también sabe de los esfuerzos por superarlas, aunque no se logre. De un Dios que siempre da oportunidades, que no se vuelca a la condena sino que está siempre listo para el rescate y el perdón. Nuestro Dios es siempre rescatador, siempre está en la búsqueda de quien lo necesita aunque el necesitado no tome conciencia de ello. Es el Dios del rescate prodigo, porque no abandona, sigue siempre acompañando.
Ir al desierto, lugar casi inhabitado, inhóspito, árido, donde la vida parece detenerse y donde se abre un espacio inmenso, que aparece sin fronteras, y sin salida.
Por lo tanto, hacemos este peregrinaje, a través de un “desierto” árido, como muchas veces es árida nuestra vida, sin brillo, opacada por la falta de proyectos, sin superación, anclada en los fracasos, apegada a lo vano y carente de principios a la hora de las opciones, desvalorizando al diferente, imponiendo nuestras ideas, dándole primacía al propio bien-estar sin considerar el mal-estar de los otros.
Sumada a la revisión personal, emerge la revisión social de nuestra vida que no podemos obviar. Somos parte de esta humanidad que atraviesa una crisis global signada por los cambios climáticos, las guerras en sus distintos frentes, los desplazamientos migratorios forzados, las innovaciones tecnológicas, la violencia en sus múltiples caras. En el silencio del desierto llega el eco de las voces no escuchadas de los sufrientes del mundo. Voces que esperan ser oídas, que cuestionan, voces que esperan respuestas. Voces que se escuchan aunque a veces pretendamos que el “ruido” las apague. Voces que se multiplican clamando por una infinitud de necesidades básicas no cubiertas. Entre ellas las voces de las mujeres que padecen violencia de todo tipo, desvalorizadas, sumidas muchas en la pobreza, abandonas, descalificadas, mutiladas, comerciadas como moneda de cambio, esclavizadas por los traficantes de la muerte.
Pero al mismo tiempo el desierto no carece de cierta belleza propia, con su silencio atractivo que expande el alma. Como el desierto de arena con su color sepia homogéneo, de superficie plana y ondulante, cambiante según el viento que sopla sobre ella, que hace que se transforme de estática en dinámica en incasable danza como oleaje del mar y en la insólita aparición de los oasis, que son como enclaves de “agua viva” y esperanza donde retomar fuerzas para revificarse.
Así nosotros también podemos virar en el camino, descubriendo la belleza que ofrece esta semblanza del desierto, asumiendo su dinamismo que impulsa a revivir con la belleza de los dones que nos regaló Dios y ponerlos en acción, moviéndonos al cambio, a la renovación, llamándonos a recuperar la esperanza incorporándola a nuestro hacer, a vivir la solidaridad extendiendo nuestras manos en apertura fraterna, haciendo de nuestro peregrinaje tiempo de conversión y búsqueda de coherencia. A incrementar nuestro compromiso por el bien común en las distintas áreas en las que estamos involucradas, y en especial en lo que atañe a la recuperación de la dignidad y derechos de las mujeres. Desde un feminismo firme, batallador, comprometido, que no respira venganza ni agresión, sino que exige justicia ante una anquilosada cultura que perdura y que niega espacios indebidamente, subvalorando y postergando a las mujeres, dejándolas en el ostracismo, con su correlato de impedimentos para su desarrollo y para el ejercicio de su protagonismo en la construcción de la realidad temporal, de la que varones y mujeres son responsables.
Desde la fe, Cuaresma es tiempo de purificación y conversión, de gracia y bendición, de confianza en Dios Padre Misericordioso que nos ama.
En María de Magdala tenemos un ejemplo. Ella nos da su testimonio de discípula fiel, peregrinando por el desierto siguiendo las huellas del Señor, siendo capaz de superar fragilidades y adversidades, para transformar su vida amparada y sostenida por la fe y la esperanza, hechas desborde de amor y entrega en el servicio.
Cuaresma es la invitación que el Señor nos brinda para caminar hacia Jerusalén y acompañarlo en su peregrinaje no exento de enorme incomprensión, sufrimiento y dolor, pero con una culminación gloriosa que él Resucitado nos regala a todos/as.