#LectioDivinaFeminista De la servidumbre al discipulado

De la servidumbre al discipulado
De la servidumbre al discipulado

Ciclo B

5º Domingo Tiempo Ordinario

Marcos 1, 20-39

El evangelio del día de hoy, Marcos 1, 20-39, es un texto bíblico rico en detalles que nos muestra una jornada completa de Jesús. ¡Qué bien nos hace acompañar a Jesús en su cotidianidad para descubrir que su obrar está cargado de misericordia, compasión y sanación!

No obstante, en esta reflexión nos vamos a detener en los versículos 30 y 31, intentando superar desde nuestra mirada de mujer las tradicionales interpretaciones domésticas que con frecuencia se realizan de ellos. Estos dos versículos centran su atención en una mujer sin nombre, anónima como una de tantas en la historia, visibilizada solamente por la relación respecto a un varón “la suegra de Simón” y por su rol dentro del clan familiar relacionado con su maternidad “madre de la esposa de…”. En este punto, recuerdo algunas homilías en las que el imaginario negativo que se tiene de las suegras, como mujeres incómodas con quienes la relación es generalmente mala, se ha prestado para que algunos predicadores aprovechen para “dinamizar” sus reflexiones con algún típico chiste sobre suegras y en las que no pocos fieles tanto hombres como mujeres han respondido devotamente con grandes carcajadas.

Continuando el relato, el dato que ofrece el evangelista sobre ella es que está enferma, “yacía en la cama con fiebre”. Esta mujer estaba postrada y un signo de alerta que envía su cuerpo es el aumento de su temperatura corporal, indicando que algo no está bien. Al llegar aquí, nos surge la pregunta: ¿Cuáles son las fiebres que aparecen hoy en nosotras mujeres de este siglo alertando que el sistema en el que hemos sido educadas no está bien? ¿Cuáles son las fiebres que postran nuestra salud eclesial, social, política, nuestra autonomía, nuestra equidad de derechos?

Ahora bien, el versículo 31, muestra unos gestos humanos y sanadores de Jesús dignos de admirar: la cercanía, el contacto y el levantar. En este caso, para efectuar la sanación, no se requieren las palabras de Jesús, de hecho, no menciona ninguna expresión como “tu fe te ha salvado” “Que quieres que haga por ti…” sino que todo se da en el silencio fecundo de los gestos. Así vamos descubriendo un Jesús que, sin necesidad de discursos, se acerca a nuestra realidad de mujer, nos toma de la mano en los momentos de dolor, marginación, injusticia, sufrimiento y nos levanta “ἤγειρεν” nos “resucita” para convertirnos en sus discípulas.

Generalmente, se ha explicado que la suegra de Pedro, luego de su sanación, se puso a servirles, pero encerrando ese servicio en “atender domésticamente a los varones”, lo que esconde una “opresión oculta de servidumbre doméstica femenina” (Krause, 2004, p.58), es decir, nos invitan a imaginarnos a esta pobre señora sanada justo a tiempo para preparar la comida, el hospedaje y la casa y así todos pudieran estar bien servidos y se aplaude a esta mujer que se olvida de sí misma, de terminar de recuperarse, para sacrificarse en el servicio. Sin embargo, la palabra “διηκόνει” resulta ser más rica en significado, destacando cambios notables en las relaciones humanas, porque en la nueva familia de Jesús se pasa de la servidumbre y sumisión al discipulado, conquistando una auténtica sororidad y fraternidad. En este nuevo modo de concebir las relaciones, el servicio de la mujer no se va a reducir al ámbito privado y doméstico, por el contrario, se extiende al seguimiento, que, en palabras de Elisabeth Schüssler Fiorenza constituye un “discipulado de iguales”.

Aquí es importante insistir en el camino que lentamente y no sin pocos tropiezos va haciendo la Iglesia de visibilizar el aporte de la mujer dentro de ella, de manera que en virtud de su dignidad bautismal se pueda dar un tránsito de su presencia física y de servicios de cuidado a una presencia con voz y voto en los lugares donde se toman las decisiones. En este sentido, la Hna. Luz Mery Bermeo lo expresaba en la Lectio Divina del 28.01.2024, de Tras las Huellas de Sophía, en la que señalaba con esperanza: “Incluir nuestra voz, nuestra palabra, intuición y sensibilidad, seguro le aporta un sentido nuevo a todo lo que entra en contacto con nosotras”

En efecto, el Sínodo de la Sinodalidad ha abierto algunas puertas, pero la presencia femenina en los espacios de gobernanza sigue siendo desigual en relación con la participación masculina y clerical. De este modo, reclamamos junto a la teóloga española, Silvia Martínez (2020) cuando puntualiza que:

No es suficiente cumplir con la ‘cuota mínima’ de mujeres, sino que se deben dar pasos más allá para tender a un equilibro entre hombres y mujeres en los lugares de organización y decisión de la Iglesia. (pp. 354-355)

“Pasar de la servidumbre al servicio es asumir con determinación y dignidad la propia responsabilidad, que puede indicarse como ministerial en el léxico eclesial” (Simonelli y Scimmi, 2016, p.22). Es por esto que, de la mano de Ruah Divina, preguntémonos:

Como mujer, ¿de qué modo realizo mi servicio en la Iglesia? ¿Me siento sirvienta, servidora o discípula? Mi participación se desarrolla ¿en el ámbito público o solo en el doméstico? ¿Cómo experimento la participación que paulatinamente se la ha ido otorgando a la mujer en los lugares de decisión?

Teóloga Luz Milena López Jiménez.

Referencias:

Krause, D. (2004). La suegra de Simón Pedro, ¿discípula o sirvienta? Hermenéuticas bíblicas feministas y la interpretación de Marcos 1, 29-31, en Amy-Jill Levine (ed.), En clave de mujer, una compañera para Marcos, (pp. 55-75), Desclée De Brouwer.

Martínez, S. (2020). Hablar de sinodalidad es hablar de mujeres, en Rafael Luciani y Mª Teresa Compte (coords.), En camino hacia una Iglesia sinodal, (pp. 347-368), PPC. http://hdl.handle.net/11531/52844

Simonelli, C., Scimmi, M. (2016). ¿Mujeres diácono? El futuro en juego. San Pablo.

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