"Se calcula que actualmente, en la Diáspora viven siete millones de judíos" La rabina y la tierra de Israel (y IV)

Muro de las Lamentaciones
Muro de las Lamentaciones

"Se calcula que actualmente, en la Diáspora viven siete millones de judíos, con comportamientos de una pertenencia común: la bar-mitsva, Kippour, el recuerdo de la Shoah, la vigilancia ante el antisemitismo, el sostén al Estado de Israel y la solidaridad con los más pobres y el respeto de tradiciones familiares, como el recitado del Kaddish (Plegaria fúnebre)"

"Y aquí procede dejar muy claro que una cosa es el antisemitismo y otra la crítica política a Israel; son asuntos muy diferentes: la legítima crítica política y el antisemitismo u odio a lo judío"

I.- Introducción: 

Cuando un rabino, que es un sabio, un estudioso  y un maestro del judaísmo, habiendo estudiado la Biblia, el Talmud y la Cábala, escribe del Estado de Israel, lo hace con prudencia. Ese es el caso de Delphine Horvilleur, que es mujer rabina, sabia, estudiosa y maestra, a la que alguien llamó “rabina laica”, que trata del Estado de Israel, casi como de pasada, en el capítulo 5º de su libro Reflexiones sobre la cuestión del antisemita. En ese capítulo 5º, que titula La excepSIÓN judía, reconoce asistir desde hace algunas décadas “a una extraña mutación de significantes e imágenes”, dejando de ser Israel un refugio nacional a una minoría de judíos oprimidos, para convertirse en una potencia militar opresora. Israel pasó, según D. Horvilleur, de ser un proyecto emancipatorio, de ser un refugio u “hogar nacional” para judíos, a ser un sistema de opresión colonial

Reconoce la autora que el propio Estado de Israel tiene una responsabilidad en aquella mutación, a consecuencia de las decisiones políticas de sus dirigentes políticos, y añade: “Hay una relación, pero quizás desproporcionada”. He ahí la prudencia, y pocas líneas después, aclara, también con cautela: “Hay que admitir que ciertos motivos de la crítica obsesiva a Israel replican elementos del discurso antisemita tradicional”. 

Delphine Horvilleur
Delphine Horvilleur

La constitución del Estado de Israel y la política que llevó a cabo desde hace setenta y cinco años, son motivo, ciertamente, de crítica, habiendo en ella mucho más, también de tradicionales motivaciones antisemitas. Quizás la experta judía no entra, como debería a mi juicio, a analizar tanto los motivos de la crítica política como esas llamadas motivaciones antisemitas, no bastando abstracciones o generalidades, como considerar a todo lo judío culpable de rupturas o violador de continuidades, rompiendo con su instalación en Palestina, la unidad e integridad del mundo árabe.

Y no hay respuesta concreta a la pregunta que la misma Horvilleur se hace: “¿Por qué la visita de personalidades israelíes, artistas, o escritores en los campus universitarios europeos o estadounidenses desencadena manifestaciones que no suscita ningún invitado ruso, chino o iraní?”. La pregunta es pertinente, pues también aquí, en España, hubo manifestaciones de ese tipo, protagonizadas por grupos de extrema izquierda, que proclamaron su solidaridad con la “causa palestina”, protestando por actuaciones de artistas israelíes en teatros españoles, y tratando de impedirlas: ejemplo de ello fueron las protestas en 2014 por la anunciada intervención de la compañía de música y danza israelí Sheketak en el Teatro Jovellanos de Gijón.  

II.- Dos hitos históricos: 

De los tres mil años de cultura judía, convendrá tener en cuenta, dos hitos históricos, muy importantes, entre otros muchos de la prolongada y variada historia del Judaísmo:

1º El de la destrucción del Segundo Templo en Jerusalén:

Fue el de la derrota judía en el año 70 de nuestra era, tan recordada por Horvilleur, arrasados primero el Templo y Jerusalén más tarde, el 26 de septiembre del año 70, por Tito, en tiempos del Imperio Romano gobernado por el Emperador Vespasiano, su padre, y muy conocedor de Judea. Una victoria romana (“Roma aplastó a Judea”) y humillante la Judea Capta, según las medallas conmemorativas, habiéndose celebrado en Roma la Gran Procesión Triunfal, de la que da testimonio un resto arqueológico: el famoso Arco de Tito. Años después ocurriría la revuelta Shimon bar Kosiba, en los años 132-135, que sería aplastada por el Emperador Adriano, llamando “Siria-Palestina” a la hasta entonces Provincia romana de Judea, castigando y humillando así a los judíos, que también perdieron la que fue su nación (la palabra “Palestina” procede de los antiguos enemigos de los judíos, los que muchos años antes fueron llamados “Los filisteos”). 

Judaísmo
Judaísmo

El Emperador Adriano, tan idealizado por la escritora Marguerite Yourcenar, fue el mismo que, además del cambio de nombre indicado, construyó en Jerusalén la llamada Aelia Capitolina, con templo para culto de Júpiter, excluyendo a los judíos. Ha de recordarse que la gran mayoría de los judíos de Palestina estuvo sometida al mando de gobernadores romanos, pues Judea propiamente dicha, Samaria e Idumea se convirtieron en provincia romana con el nombre de Judaea. Los romanos nunca entendieron a los judíos y su “monoteísmo rabioso” resultó incomprensible, por lo que pasaron a ser denominados perniciosa gens.   

Esos tiempos fueron los de la llamada Diaspora (dispersión), o emigración en masa de judíos camino del Exilio, lo cual no impidió -y esto se olvida con frecuencia- que otros miles permanecieran en la llamada Palestina, en localidades como Acre, Ascalon, Gaza, Ramleh, Tiberiades y otras ya de Judea, a excepción de Jerusalén, habiéndose prohibido a los judíos, una vez expulsados, regresar a ella, bajo pena de muerte por orden de Adriano. A la Diáspora nos referiremos más adelante. 

2º El de la creación del Estado de Israel.

Fue el 14 de mayo de 1948 cuando el israelí David Ben Gurión, jefe del gobierno provisional, proclamó solemnemente la Declaración de Independencia del Estado de Israel, unos meses después de que la ONU aprobara el llamado “plan de partición o de división” de Palestina, con dos entidades soberanas o Estados: el Estado Judío y el Estado Palestino, quedando excluida de la división la ciudad de Jerusalén, que permaneció como un “corpus separatum”, la llamada Yeroushalaïn o “tierra de paz”, también “Villa de la Alianza”, la ciudad de David, Rey que trasladó, hace tres mil años, la capitalidad del Reino de Judea a Jerusalén desde Hebrón. Y una Ciudad, que es Jerusalén, una de las tres “ciudades santas del Islam”, aunque, curiosamente, el Corán nunca la cita.   

Israel
Israel

Los árabes rechazaron de plano la partición de la ONU (ni Siria, ni Jordania ni Egipto desde 1948 a 1967 patrocinaron el Estado palestino, obsesionados en destruir el Estado judío), y es un hecho que la realidad geográfica actual, lo que es hoy Israel, ha ampliado los territorios respecto a lo que constaba en el inicial programa divisorio de la ONU, tanto por la política de hechos consumados de asentamientos de colonos judíos en tierras “palestinas” de Cisjordania, como por las conquistas territoriales en guerras sucesivas, posteriores a la Declaración de Independencia de 1948.

La idea inicial de Ben Gurión, de que Jerusalén representaba el corazón del Estado de Israel, se hizo real con ocasión de la guerra árabe-israelí de 1967, pasando a ser Jerusalén, desde entonces, la capital indivisible y eterna de Israel, habiendo, con anterioridad, oficializado el mismo Ben Gurión la transferencia de la capital de Tel Aviv a Jerusalén-Oeste. Israel, que carece de Constitución, en su Ley fundamental, la llamada “Ley del Estado-Nación” de 2018, tan discutida y polémica, dispone: Jerusalén, completa y unida, es la capital de Israel”.

Fue el 14 de mayo de 1948 cuando se produjo un cambio sustancial dentro del judaísmo, pues se alumbró un nuevo Estado independiente, que, como se dice en la Declaración de Independencia “Es en Eretz-Israel donde nació el pueblo judío” y “es de derecho natural del pueblo judío vivir independiente en un Estado soberano como los demás pueblos”. Ese trascendental cambio, tal vez, recuerde a otro muy importante en el judaísmo con motivo de la derrota y destrucción del año 70: la preponderancia del judaísmo rabínico, el culto sinagogal, mutando el sistema religioso dentro del judaísmo según Horvilleur. La pretensión sionista de tener un Estado-nación sobre la misma tierra de sus antecesores, la Tierra de Israel, se hizo realidad en 1948. La indicada Ley del Estado-Nación de 2018 dice que la tierra de Israel es la patria histórica del pueblo judío: en ella se estableció el Estado de Israel. 

Diáspora

III.- La Diáspora: 

El pueblo judío es el de los éxodos, los exilios, las salidas forzosas de sus tierras, viviendo en otras, ajenas. A la primera Diáspora, destrucción del Primer Templo por los babilonios muchos años antes de la era cristiana, siguió la segunda después de la destrucción del Segundo Templo en el año 70 de nuestra era, siendo el pueblo judío aplastado por los romanos en esa fecha y en los posteriores años (132-135), -los romanos mataron a una tercera parte del pueblo judío-, y los romanos nunca entendieron a los judíos con su singular monoteísmo. Así hasta 1948, fecha a partir de la cual muchos judíos retornaron a lo que llamaron Eretz Israel, la tierra de los antepasados, permanecieron otros muchos en la Diáspora, más dos mil años de exilio. Fuera de las tierras de Judea, los judíos, como escribe André Chouraqui, “tuvieron que hacer un  esfuerzo para no desaparecer, erigiendo en torno a ellos una barrera para conservar la lengua hebrea, hoy lengua viva en Israel, y el recuerdo del Templo”. 

A la conciencia del “exilio”, se sumó la hostilidad de los lugares de los nuevos asentamientos, reforzándose la cohesión del grupo judío y evitándose “asimilaciones” o pérdida de la identidad judía. Los judíos se encerraron en si mismos y siempre a la espera del lugar definitivo, la Tierra Prometida. “Idolatría de la identidad” que llamaron despectivamente algunos. Y si la identidad es necesidad consustancial a todos los pueblos, con más razón a un pueblo de tantas separaciones y tan diferenciado como es el judío, y cuya identidad parece nunca terminar.

 A esa búsqueda de la identidad judía dedica páginas Delphine Horvilleur en su último capítulo del libro Reflexiones sobre la cuestión antisemita. Tiene en cuenta “esa extraña capacidad histórica (obligada o elegida) del pueblo judío para habitar simultáneamente mundos y lenguas que terminaron haciendo cohabitar en él a la vez el mismo y el otro, el “nosotros” y el “ellos””. Y así llega a la autenticidad en la que la experiencia de lo ajeno estructura la propia existencia en un movimiento constante entre lo que es propio y lo que ese “propio” le debe al otro. Nunca la pureza parece ser total. 

Es en la Torah donde está escrita la epopeya de la Diáspora. En el número 28/64 del Deuteronomio está escrito lo que parece una maldición: “Yahveh te dispersará entre todos los pueblos, de un extremo a otro  de la tierras, y allí servirás a otros dioses, de madera y de piedra, desconocidos de ti y de tus padres”. En el número 30/3-5 del mismo Libro está escrito lo que parece una esperanza: “Yahveh tu Dios cambiará tu suerte, tendrá piedad de ti, y te reunirá de nuevo de en medio de todos los pueblos a donde Yahveh tu Dios te haya dispersado…te llevará otra vez a la tierra poseída por tus padres, para que también tú la poseas, te hará feliz y te multiplicará más que a tus padres”. 

Diáspora

Se calcula que actualmente, en la Diáspora viven siete millones de judíos, con comportamientos de una pertenencia común: la bar-mitsva, Kippour, el recuerdo de la Shoah, la vigilancia ante el antisemitismo, el sostén al Estado de Israel y la solidaridad con los más pobres y el respeto de tradiciones familiares, como el recitado del Kaddish (Plegaria fúnebre).  

La partida masiva de judíos que tuvo lugar con ocasión de la segunda Diáspora no significó de ninguna manera que los judíos se desvinculasen de Jerusalén o de la Tierra de Israel. Ya dijimos que una minoría se quedó allí, en Tierra Santa, antes de la llegada posterior de los musulmanes. Y siempre existieron lazos o vínculos entre las diferentes comunidades de la Diáspora y de la Tierra de Israel. Ese fue el caso de los emisarios de las comunidades judías de Palestina facilitando informaciones sobre la situación en la Tierra Prometida, recordando la promesa bíblica, mesiánica, sobre “El año próximo en Jerusalén”, y recibiendo regalos y donativos para hacerlos llegar a Israel. Y siempre con la presencia  activa de “Tierra de Israel” en la conciencia judía de la Diáspora, esperando el fin del exilio y la vuelta a Sión: “esquizofrenia” que Ben Gurión llamó a eso. 

IV.- El Estado de Israel:

El establecimiento de un Estado judío en Palestina, Estado independiente, en el siglo XX, supuso reconstruir lo arrasado por los romanos en los principios de la era cristiana; un pueblo el judío y en una tierra que fue judía, luego también ocupada por otros, los llamados palestinos, de plurales procedencias. Y los “problemas” para el pueblo judío, con una nueva estructura política y territorial, no se resolvieron sino que continuaron en forma de guerras. Norman Lebrecht en el libro Genio y ansiedad escribe: “El nacimiento del Estado de Israel marca el comienzo de un nuevo capítulo. No es el fin de la historia”.   

Libro Chouraqui
Libro Chouraqui

El llamado “misterio o milagro” del pueblo judío continuó en un tiempo de dualidades, la de judíos nacionales de un Estado y la de judíos de la Diáspora; también la de un Estado con dos legitimidades: una, la del pueblo judío, el pueblo de la Biblia y el de la Shoah, necesitado de protección después masacres y peripecias infinitas en Europa, quedando justificada la pretensión sionista de un “Hogar nacional”, y otra, la del pueblo palestino, la de los palestinos, cuyos antecesores nacieron allí, en esa misma tierra que antes fue Judea, que, como indica Georges Corm, “sociedades del próximo Oriente que fueron extrañas al antisemitismo europeo y al Holocausto, pero que han tenido que soportar las consecuencias”, pues los palestinos no fueron responsables de lo que ocurrió a los judíos en Europa. Edward Said, en 2012, escribió: “Los palestinos nos convertimos en las víctimas de las víctimas”.   

Y nuevamente ocurrió lo tan reiterado por Horvilleur sobre el pueblo judío: un pueblo que amenaza el Shalom, la plenitud, lo unificado, el todo dominado y unificado frente a las partes libres, siendo ese el resultado de un Estado judío, encajado o enquistado entre árabes palestinos, al que pretenden su aniquilamiento ahora los musulmanes, como antes lo pretendieron otros, los cristianos. Aquel odio a los judíos, antisemitismo y antijudaísmo, por amenazar supuestas integridades, está en los discursos de la extrema derecha, negacionistas o no, que ven amenazados por los judíos el orden establecido, incluido el “racial”, y también en los discursos de la extrema izquierda, a veces sin ser muy conscientes de su también antisemitismo, pero antisemitismo al fin y al cabo, pues los judíos, al considerarlos privilegiados, dominantes, nuevos colonizadores, artífices de una hegemonía USA en Oriente Medio, son un freno a las pretensiones revolucionarias y de izquierdas. Son clarificadoras las páginas que dedica Horvilleur al feminismo “progresista”, siempre del lado de los palestinos, y contrario aquel feminismo a los judíos por dominadores y privilegiados. 

“La animadversión  hacia los judíos -repite Lebrecht- por el mero hecho de ser judío, se ha convertido en un arma de nuestro tiempo”, bastando seguir en la prensa las noticias sobre atentados antisemitas en Europa y en Estados Unidos, con un incremento de los discursos de odio, germen de totalitarismos (Observatorio de Antisemitismo de la FCJE); unas veces protagonizados por la extrema derecha y otras por la extrema izquierda, la cual, bajo un pretendido apoyo al pueblo palestino, oculta su antisemitismo que también quiere el borrado del mapa del Estado de Israel. Eso en línea con los más radicales musulmanes, teóricos de la aniquilación de Israel, que antes eran unos y ahora son otros, aniquilación pretendida ahora mismo a base de las bombas atómicas por los ayatolás de Irán, país de persas que no árabes, y país de musulmanes chiítas, no sunitas como Siria, Jordania, Egipto y los árabes de Palestina. La fobia contra Israel, con un antisemitismo radical, desde el mundo árabe, repite las más duras descalificaciones y calumnias antijudías: autores de complots mundiales, responsables de crímenes rituales, asesinos de héroes y mártires del pueblo palestino, pasando del “judeicídio” (nazi) al “palestinicidio”. Un antisionismo radical que, como indicara Taguieff, en la perspectiva islamista, la “causa palestina” constituye a la vez un motivo de Jihad y un poderoso medio de atraer la simpatía de fracciones del mundo no musulmán.

Captura de pantalla 2023-03-27 a las 11.51.05
Captura de pantalla 2023-03-27 a las 11.51.05

    Razón tuvo Horvilleur para denunciar que en el rechazo a Israel tuvo mucho que ver la política realizada desde el Estado de Israel.  Y ciertamente que eso es trascendental, tanto de cara a los palestinos como a los judíos que permanecen en la Diáspora, no pudiéndose desligar las repercusiones muy directas, para la vida misma, que tienen en la Diáspora, lo que acontece en Israel. El mantenimiento del carácter democrático de la sociedad política israelí, rodeada de dictaduras árabes, junto al respeto a las resoluciones internacionales, de la ONU y/o de los Tribunales internacionales, son esenciales. Es preocupante hoy, para la Diáspora y para Israel, lo que está pasando con la reforma judicial pretendida por el Primer Ministro Netanyahu y su Gobierno, el más derechista de la Historia de Israel, con riesgo de que Israel se convierta, catastróficamente, en dictadura, y ponga en riesgo los fundamentos democráticos del Estado mismo. Responsabilidad que es de la ciudadanía que vota en unas elecciones libres, aunque “con eco”, como dije, en la Diáspora. 

Y aquí procede dejar muy claro que una cosa es el antisemitismo y otra la crítica política a Israel; son asuntos muy diferentes: la legítima crítica política y el antisemitismo u odio a lo judío. ¿Son acaso antisemitas los miles de manifestantes estos días en Jerusalén y en Tel Aviv protestando contra la política de Netanyanu, amenazando con dinamitar instituciones básicas para el control del poder político? El antisemitismo no es discrepancia política sino mucho más, un afán de aniquilamiento. Ha sido interesante ver, desde Tel Aviv, fotografías del Primer Ministro en carteles en que aparecen las palabras latinas “Imperator”, “Emperor of Judea”, “Bibius Caesar”, de recuerdos tan nefastos para los judíos, de una época, la del Imperio Romano, tan  trágica, como destacamos al principio. 

Si la judía Delphine Horvilleur, como ya hemos escrito en anterior artículo, concluye su libro Reflexiones sobre la cuestión antisemita, señalando las muchas dificultades para definir la esencia auténtica de su judeidad, el judío Eklie Wiesel, en su retahíla de grandes figuras de rabinato místico y jasídico, al final de contar la historia del vidente de Lublin o “la melancolía jasídica, se pregunta ¿Quién es judío? y responde: “aquel, aquella cuyo canto no puede ahogarlo el enemigo, sea quien sea este enemigo”.  

Diáspora

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