La sexualidad en el discurso de la iglesia católica "La Iglesia se ha apropiado del discurso sexual, transformándolo en una poderosa arma e instrumento de dominio"

El miedo al sexo
El miedo al sexo

"Por desgracia, la iglesia católica, con su forma obsesiva y restrictiva de presentar la sexualidad, contribuye a que esta sea vivida de manera conflictiva, generando grandes sufrimientos en quienes así la afrontan"

"La tesis que comparto es la que defendía el gran historiador y escritor estadounidense, John Boswell, para quien en los inicios del cristianismo, se produjo un cambio de mentalidad de la visión sexual que encontramos en la Biblia (Cf. J. Boswell, Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad"

"Las costumbres y planteamientos sexuales de la población, incluidas las usanzas cristianas, variaron con la caída del imperio romano y el surgimiento de los reinos bárbaros. Se fueron introduciendo una serie de tabúes, mitos y prejuicios en materia sexual que dieron origen a nuevos planteamientos sexuales en toda la población"

"La moral sexual cristiana no encuentra su origen en las enseñanzas bíblicas, sino que es fruto del pensamiento patrístico y de las aportaciones realizadas por teólogos medievales"

Hace varios días mantuve un interesante encuentro online con amigos y colegas del Colectivo, Teresa de Cepeda y Ahumada, de católicos LGBTIQ+ de México. En él abordé el tema de la sexualidad en el discurso de la iglesia católica. Puedes visualizar la conferencia completa, así como el interesante diálogo posterior que mantuvimos, en el vídeo que encabeza a este artículo.  

La sexualidad es una de las dimensiones más importantes del ser humano. Como ser sexuado, este debe conocer y gestionar su vida sexual si quiere llegar a ser una persona madura, estable y sana. La sexualidad juega un importantísimo papel en la vida de cada individuo, ya que le proporciona una serie de recursos y potencialidades que, integradas en un proyecto personal creador, transforma la vida sexual biológica y la convierte en instrumento de crecimiento humano, desarrollo espiritual y comunicación interpersonal. Como afirma el escritor, José Antonio Marina, la sexualidad ha de ser entendida como “el universo simbólico construido sobre la realidad biológica del sexo” (Cf. El rompecabezas de la sexualidad, Anagrama, Barcelona 2006, 31).

Por el contrario, vivir la propia sexualidad de manera represiva y enfermiza, sin integrarla adecuadamente, impide el desarrollo normal de una personalidad equilibrada, sana, plena y feliz. Por desgracia, la iglesia católica, con su forma obsesiva y restrictiva de presentar la sexualidad, contribuye a que esta sea vivida de manera conflictiva, generando grandes sufrimientos en quienes así la afrontan.

En este vídeo, me acercó a la visión que la iglesia católica tiene de la sexualidad humana y, consecuentemente, de la diversidad sexual y de género. Un discurso que nada tiene que ver con las enseñanzas bíblicas, sino que es fruto de influencias de corrientes de pensamiento extrabíblicas. La tesis que comparto es la que defendía el gran historiador y escritor estadounidense, John Boswell, para quien en los inicios del cristianismo, se produjo un cambio de mentalidad de la visión sexual que encontramos en la Biblia (Cf. J. Boswell, Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad. Los gais en Europa occidental desde el comienzo de la Era Cristiana hasta el siglo XIV, Muchnik Editores S.A., Barcelona 1993). Una forma de concebir la sexualidad que presupone una concepción antropológica que no aparece en la Sagrada Escritura, y que encuentra su origen en el pensamiento secular.

La mayoría de las sociedades romanas y griegas no tenían problema en admitir el valor de las relaciones sexuales, incluidas las prácticas homosexuales, ya que las consideraban un aspecto ordinario del erotismo humano. Hay un gran número de estudios e investigaciones que ponen de manifiesto, quela iglesia católica primitiva de los tres primeros siglos, siguió estos mismos planteamientos.

 La situación cambia a partir de las posturas que adoptan algunos legisladores y gobernantes romanos, tras la instauración del cristianismo como religión oficial del Imperio en el siglo IV. Es entonces, cuando el absolutismo autócrata de los gobernantes romanos, empieza a influir decisivamente en las costumbres sexuales populares y en las tomas de decisiones institucionales. El emperador, aconsejado e influenciado por los jerarcas y autoridades cristianas, comienza a ejercer un mayor control sobre aspectos personales de la vida de los ciudadanos, entre ellos, la moral sexual.

En los últimos tiempos del imperio romano, la influencia de algunas tradiciones filosóficas en el pensamiento cristiano, acrecienta la intolerancia al placer sexual e impone preceptos éticos cada vez más estrictos y contundentes. Las tradiciones ideológicas que más han influido en la moral sexual del cristianismo de todos los tiempos, han sido: el gnosticismo, las escuelas judeo-platónicas de Alejandría, el neoplatonismo, el estoicismo y el aristotelismo. Los planteamientos éticos que estas escuelas barajaban, incidieron en el cristianismo de forma tan vehemente, que lograron introducir en él prácticas y pensamientos que, hasta entonces, no existían. Es el caso del ascetismo, la moderación de los placeres, el rechazo de las pasiones, el control del deseo, así como la censura del erotismo y de la satisfacción sexual. El surgimiento y la consolidación del monacato en toda Europa afianzó estás prácticas ascéticas y privativas. De estas corrientes de pensamiento y espirituales, derivará la fuerte aversión al cuerpo, y a todo lo que tenga relación con él como la sexualidad, que expondrán y defenderán Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, y que terminarán convirtiéndose en doctrinas magisteriales de la iglesia católica.

Sexualidad
Sexualidad

Para el obispo de Hipona la materia es inferior al espíritu (Cf. Agustín, Confesiones II, 3; De nuptiis et concuposcentiis I, 16). Con ello incorpora a la enseñanza teológica cristiana, un principio procedente del neoplatonismo, con el que la reflexión ha quedado marcada para siempre. Se trata del dualismo entre cuerpo y alma, que tanto daño continúa haciendo en el campo de la sexualidad.

Para entenderlo mejor, distinguimos entre dualismo y dualidad. El dualismo implica una visión del ser humano en la que el cuerpo es algo intrínseco al alma, y la situación de unión de ambos elemento se considera depresiva, deficiente y degradante. Para el dualismo, el ideal es la liberación del alma del cuerpo, cárcel en la que se encuentra encerrada. De este ideal se colige la visión peyorativa y nefasta que Agustín tuvo de la sexualidad humana y que condicionó el cristianismo para siempre. Por el contrario, la antropología de dualidad o dual, que es la visión del hombre que encontramos en la Sagrada Escritura, subraya fuertemente la unidad personal del ser humano en su conjunto, sin estigmatizar ni despreciar el valor de la sexualidad humana, y de todo lo relacionado con la dimensión somática del individuo. Por desgracia, la visión semita fue desechada por los padres de la iglesia y se impuso, de manera tácita y exclusiva, la visión antropológica griega.

Además, encontramos otras fuentes de origen diverso que influyeron en el desprecio de la sexualidad y establecimiento de la fuerte homofobia eclesial. Como fueron creencias populares y mitos enraizados en sociedades religiosas ajenas a la tradición judeo-cristiana, estereotipos de género y sexo divulgados en culturas limítrofes al cristianismo, prácticas espirituales y ascéticas inspiradas en civilizaciones remotas y religiones atávicas.

Tampoco debemos olvidar que las costumbres y planteamientos sexuales de la población, incluidas las usanzas cristianas, variaron con la caída del imperio romano y el surgimiento de los reinos bárbaros. Se fueron introduciendo una serie de tabúes, mitos y prejuicios en materia sexual que dieron origen a nuevos planteamientos sexuales en toda la población. La creciente ruralización de los centros culturales hizo prosperar velozmente la denominada ética rural. Con ella se dio lugar a categorizaciones más rígidas de la satisfacción sexual, que excluían de las relaciones genitales el placer íntimo como bien positivo. Así hizo acto de aparición la intolerancia hacia lo que comenzó a considerarse desviación sexual, centralizando el fin de la sexualidad en la procreación, y desechándose rotundamente toda búsqueda de placer sexual, que pasó a ser ilegítima y pecaminosa.

Moral sexual
Moral sexual

El momento histórico decisivo, en el que se establece el paradigma sexual cristiano que hoy conocemos, fue el siglo XIII. Con el surgimiento y establecimiento de la escolástica, la reflexión teológica de Tomás de Aquino y de otros teólogos medievales (como Pedro Damián), queda consagrado por el magisterio católico el pensamiento sexual que la iglesia católica defiende hasta hoy.

Por eso, defiendo que la moral sexual cristiana no encuentra su origen en las enseñanzas bíblicas, sino que es fruto del pensamiento patrístico y de las aportaciones realizadas por teólogos medievales. Un discurso eclesial sobre la sexualidad que hunde sus raíces en mitos ancestrales, tabúes heredados, creencias populares y pensamientos filosóficos ajenos a la Biblia, y que continúan siendo el origen de la cultura teológica sexual cristiana que hoy conocemos. Una visión antropológica que menosprecia la materia y que, al considerarla inferior al espíritu, impone el desprecio del cuerpo y de la sexualidad, reduciéndola a su finalidad reproductiva.

Relegar la sexualidad al ámbito del matrimonio heterosexual y al ejercicio de la función reproductiva, condenando el valor del placer sexual, del erotismo, de las sensaciones y experiencias sexuales positivas y agradables, y del amor entre personas del mismo sexo, no son enseñanzas que encontramos en el pensamiento bíblico

Relegar la sexualidad al ámbito del matrimonio heterosexual y al ejercicio de la función reproductiva, condenando el valor del placer sexual, del erotismo, de las sensaciones y experiencias sexuales positivas y agradables, y del amor entre personas del mismo sexo, no son enseñanzas que encontramos en el pensamiento bíblico. Con su discurso la iglesia católica ha degradado el valor de la sexualidad humana, provocando grandes sufrimientos en millones de seres humanos y acarreando en sus vidas consecuencias trágicas, perniciosas e irreparables. Un sufrimiento y estigmatización que aún continúan padeciendo millones de creyentes LGBTIQ+, familiares y afines, en el seno de la iglesia católica.

Un sistema de moral sexual, represivo y enfermizo, basado en el cumplimiento legalista e hipócrita de normas diseñadas por varones célibes, misóginos y machistas, inspirados en corrientes filosóficas antiguas y medievales que nada tienen que ver con la Biblia. Un sistema moral con el que la iglesia católica lleva manipulando desde hace siglos la conciencia de infinidad de personas, a través del uso de resortes psicológicos y estrategias emocionales, testimonios silenciados, coacciones afectivas, declaraciones ocultas, miedos instintivos, procedimientos sigilosos, conductas encubiertas y un sinfín más de mecanismos engañosos y manipuladores, como el uso del miedo a la condenación eterna, con los que esta institución ha logrado mantener su férreo sistema moral coercitivo.

Y lo ha hecho, apropiándose del discurso sexual y transformándolo en una poderosa arma e instrumento de dominio. Sólo así se explica el hecho de que, después de tantos y tan graves abusos de poder, de conciencia y sexuales cometidos por miembros de la iglesia católica durante décadas, esta no haya llevado ante los tribunales civiles a quienes cometieron tales atrocidades. Está claro que la jerarquía española, amparándose en los Concordatos firmados entre el Estado vaticano y el Estado español en 1976 y 1979, no está dispuesta a hacer nada para denunciar estos casos ante la justicia civil. Con razón dijo Jesús, dirigiéndose a los maestros de la ley y fariseos, representantes y autoridades de la ekklesía de su tiempo, aquello de “echan cargas pesadas e insoportables sobre los hombros de los demás, pero ellos no están dispuestos a mover ni siquiera un dedo para llevarlas” (Mt 23, 4).

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