Mi homenaje a J.A.  Pagola por las contribuciones histórico-críticas capitales de su libro: "Jesús, Aproximación histórica", utilizadas con el necesario sentido de la verosimilitud del historiador veraz.

Mi homenaje a J.A.  Pagola por las contribuciones histórico-críticas capitales de su libro: "Jesús, Aproximación histórica", utilizadas con el necesario sentido de la verosimilitud del historiador veraz.

+ Un espacio sin dominación masculina, sin jerarquías establecidas por el varón. Un movimiento de seguidores donde no hay «padre». Sólo el del cielo

+  Discípulas de Jesús  más fieles que los hombres. El profeta del reino solo admite un discipulado de iguales.

+ + Su mejor amiga: María de Magdala. Esta mujer que no podía vivir sin Jesús es la primera en descubrirlo resucitado, lleno de vida

+ Un espacio sin dominación masculina, sin jerarquías establecidas por el varón. Un movimiento de seguidores donde no hay «padre». Solo el del cielo

Su experiencia de Dios Padre, defensor de los últimos, y su fe en la llegada de su reinado llevan a Jesús a comportarse de tal manera que su actuación pone en crisis costumbres, tradiciones y prácticas que oprimían a la mujer 41. Jesús no puede suprimir el carácter abrumadoramente patriarcal de aquella sociedad. Es sencillamente imposible. Sin embargo, introduce unas bases nuevas y una actitud capaces de «despatriarcalizar» la sociedad: nadie puede en nombre de Dios defender o justificar la prepotencia de los varones, ni el sometimiento de las mujeres a su poder patriarcal.

Jesús lo subvierte todo al promover unas relaciones fundadas en que todas las personas, mujeres y varones, son creadas y amadas por Dios: él las acoge en su reino como hijos e hijas de igual dignidad 42. Jesús ve a todos como personas igualmente responsables ante Dios.

Nunca le habla a nadie a partir de su función de varón o de mujer. No es posible encontrar en él exhortaciones para concretar los deberes de los varones por una parte y los deberes de las mujeres por otra, como es corriente entre rabinos judíos y como ocurrirá también en las primeras comunidades cristianas, cuando se reglamenten los deberes domésticos del varón, y especialmente de la mujer. Jesús llama a todos, mujeres y varones, a vivir como hijos e hijas del Padre, sin proponer una especie de «segunda moral» más específica y exclusiva para mujeres y para varones 43.

Probablemente, lo que más hace sufrir a las mujeres no es vivir al servicio de su esposo y de sus hijos, sino saber que, en cualquier momento, su esposo las puede repudiar abandonándolas a su suerte. Este derecho del varón se basa nada menos que en la ley: «Si resulta que la mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que no le agrada, le redactará un acta de repudio, se lo pondrá en la mano y la echará de casa» 44.

Ya antes de nacer Jesús, los expertos de la ley discutían vivamente sobre el modo de interpretar estas palabras. Según los seguidores de Shammai, solo se podía repudiar a la esposa en caso de adulterio; según la escuela de Hillel, bastaba con encontrar en la esposa «algo desagradable», por ejemplo que se le había quemado la comida. Al parecer, en tiempos de Jesús era esta tendencia la que se iba imponiendo.

Más tarde, Rabí Aqiba daría un paso más: para repudiar a la esposa basta que al marido le guste más otra mujer. Mientras los doctos varones discutían, las mujeres no podían alzar su voz para defender sus derechos.

En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». La pregunta es totalmente machista, pues la mujer no tenía posibilidad alguna de repudiar a su esposo.

Jesús sorprende a todos con su respuesta. Las mujeres que lo escuchan no se lo pueden creer. Según él, si el repudio está en la ley, es por la «dureza de corazón» de los varones y su actitud machista, pero el proyecto original de Dios no fue un matrimonio patriarcal. Dios ha creado al varón y a la mujer para que sean «una sola carne», como personas llamadas a compartir su amor, su intimidad y su vida entera en comunión total. Por eso, «lo que Dios ha unido, que no lo separe el varón» 45.

Una vez más, Jesús toma posición a favor de las víctimas, poniendo fin al privilegio de los varones para repudiar a las esposas a su antojo y exigiendo para las mujeres una vida más segura, digna y estable.

Dios no quiere estructuras que generen superioridad del varón y sumisión de la mujer. En el reino de Dios tendrán que desaparecer 46. Esto es precisamente lo que Jesús promueve dentro de esa «nueva familia» que está formando con sus seguidores al servicio del reino de Dios. Una familia no patriarcal donde todos son hermanos y hermanas. Una comunidad sin dominación masculina y sin jerarquías establecidas por el varón.

Un movimiento de seguidores donde no hay «padre». Solo el del cielo. No sabemos dónde ni cuándo fue. Las fuentes cristianas han conservado un episodio significativo en la vida de Jesús. Después de romper con su familia, Jesús se encuentra rodeado de un grupo de seguidores sentados en corro a su alrededor, +++ , formando con él un grupo bien definido: mujeres y hombres sentados, sin ninguna superioridad de unos sobre otros, sin nadie que eleve su autoridad sobre los demás, todos escuchando su palabra y buscando juntos la voluntad de Dios. De pronto avisan a Jesús de que han llegado su madre y sus hermanos con la intención de llevárselo, pues piensan que está loco. Se quedan «fuera», tal vez para no mezclarse con ese grupo extraño que rodea a su pariente. Mirando en torno suyo, como era tal vez su costumbre, y contemplando a quienes considera ya su nueva familia, Jesús reacciona así: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» 47. En esta nueva familia de sus seguidores no hay padres. Solo el del cielo. Nadie ha de ocupar su lugar. En el reino de Dios no es posible reproducir las relaciones patriarcales. Todos han de sentarse en corro en torno a Jesús, renunciando al poder y dominio sobre los demás para vivir al servicio de los más débiles e indefensos

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+ Discípulas de Jesús y más fieles que los hombres. El profeta del reino solo admite un discipulado de iguales.

Las mujeres siguieron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, y no le abandonaron ni en el momento de su ejecución. Escuchaban su mensaje, aprendían de él y le seguían de cerca, lo mismo que los discípulos varones.

El hecho es incontestable 54 y, al mismo tiempo, sorprendente, pues, en los años treinta y todavía más tarde, a las mujeres no les estaba permitido estudiar la ley con un rabí. No solo eso. Viajar por el campo siguiendo a un varón y dormir en descampado junto a un grupo de hombres era probablemente un escándalo.

En Galilea no se había conocido algo parecido. El espectáculo de un grupo de mujeres, en algunos casos sin compañía de sus maridos, algunas de ellas antiguas endemoniadas, siguiendo a un varón célibe que las acepta en su entorno junto a sus discípulos varones no podía sino despertar recelo.

¿Quiénes eran estas mujeres? ¿Qué hacían entre aquellos hombres? ¿Se dedicaban a servirles realizando tareas propias de mujeres como cocinar, preparar la mesa, servir los alimentos, traer agua, limpiarles los pies? ¿Eran discípulas de Jesús en el mismo plano y con los mismos derechos que los discípulos varones? 55

Las mujeres formaron parte del grupo que seguía a Jesús desde el principio. Probablemente algunas lo hicieron acompañando a sus esposos 56. Otras eran mujeres solas, sin compañía de ningún varón.

Nunca se dice que Jesús las llamara individualmente, como, al parecer, lo hizo con algunos de los Doce, no con todos. Probablemente se acercaron ellas mismas, atraídas por su persona, pero nunca se hubieran atrevido a seguir con él si Jesús no las hubiera invitado a quedarse. En ningún momento las excluye o aparta en razón de su sexo o por motivos de impureza. Son «hermanas» que pertenecen a la nueva familia que va creando Jesús, y son tenidas en cuenta lo mismo que los «hermanos» 57.

El profeta del reino solo admite un discipulado de iguales. Conocemos el nombre de algunas. No son las únicas ni mucho menos 58.

María de Magdala ocupa un lugar preeminente, pues viene citada casi siempre en primer lugar, como Pedro entre los varones. Hay un grupo de tres mujeres que, al parecer, son las más cercanas a Jesús: María de Magdala, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, lo mismo que entre los varones hay tres que gozan de una amistad especial: Pedro, Santiago y Juan.

Conocemos también el nombre de otras mujeres muy queridas por Jesús, como las hermanas Marta y María, que lo acogían en su casa de Betania siempre que subía a Jerusalén, y le escuchaban con verdadero placer, aunque, al parecer, no le acompañaron en sus correrías 59.

Estas mujeres que siguieron a Jesús hasta Jerusalén tuvieron una presencia muy significativa durante los últimos días de su vida. Cada vez hay menos dudas de que tomaron parte en la última cena. ¿Por qué iban a estar ausentes de esa cena de despedida ellas que, de ordinario, comían con Jesús?, ¿quién iba a preparar y servir debidamente el banquete sin la ayuda de las mujeres?

Su exclusión es todavía más absurda si se trató de una cena pascual, uno de los banquetes a los que asistían las mujeres. ¿Dónde habrían podido comer la Pascua ellas solas en la ciudad de Jerusalén? 60

En esa casa de la última cena se reunieron siempre los discípulos esos días, incluso después de la crucifixión de Jesús, pero no solo los Doce, sino «en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» 61.

La reacción de los discípulos y las discípulas ante la ejecución de Jesús fue diferente. Mientras los varones huyen, las mujeres permanecen fieles y, a pesar de que los romanos no permiten ninguna interferencia en su criminal trabajo, asisten «desde lejos» a su crucifixión y observan más tarde el lugar de su enterramiento 62.

Pero, sin duda, lo más llamativo es su protagonismo en el origen de la fe pascual. El anuncio primero de la resurrección de Jesús está ligado a las mujeres 63.

¿Fueron ellas las primeras en experimentar a Jesús resucitado? No es fácil decir algo con seguridad.

Probablemente María de Magdala tuvo un protagonismo grande. En la comunidad cristiana circularon dos tradiciones: la que atribuye a María de Magdala la primera experiencia y la que da primacía a Pedro 64. No es posible afirmar más con certeza.

Si María ocupa el primer lugar en el grupo de mujeres, y Pedro en el de varones, se debe probablemente a que a ambos se les atribuía un papel importante en el origen de la fe en Jesús resucitado.

La presencia de las mujeres en el grupo de discípulos no es secundaria o marginal. Al contrario. En muchos aspectos, ellas son modelo del verdadero discipulado.

Las mujeres no discuten, como los varones, sobre quién tendrá más poder en el reino de Dios. Están acostumbradas a ocupar siempre el último lugar. Lo suyo es «servir» 65. De hecho, eran seguramente las que más se ocupaban de «servir a la mesa» y de otras tareas semejantes, pero no hemos de ver en su servicio un quehacer que les corresponde a ellas, según una distribución lógica del trabajo dentro del grupo. Para Jesús, este servicio es modelo de lo que ha de ser la actuación de todo discípulo: «¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» 66.

Tal vez, en alguna ocasión, el mismo Jesús se pone a servir uniéndose a las mujeres e indicando a todos la orientación que debe tener su vida de discípulos.

Según las fuentes, la actuación de las mujeres fue modelo de discipulado para los varones por su entrega, su actitud de servicio y su fidelidad total a Jesús hasta el final, sin traicionarlo, negarlo ni abandonarlo.

Sin embargo, nunca se llama a estas mujeres «discípulas», por la sencilla razón de que no existía en arameo una palabra para nombrarlas así. Por eso tampoco los evangelios griegos hablan de discípulas.

El fenómeno de unas mujeres integradas en el grupo de discípulos de Jesús era tan nuevo, que todavía no existía un lenguaje adecuado para expresarlo 67. No se les llama discípulas, pero Jesús las ve y las trata como tales.

No pudo enviarlas, sin embargo, por los campos de Galilea a anunciar el reino de Dios por los lugares por donde él iba a pasar. Su palabra hubiera sido rechazada. A las mujeres no se les permitía siquiera leer la Palabra de Dios; no podían hablar en público. ¿Cómo iban a escuchar los varones su mensaje del reino de Dios? Si esto no era imaginable, ¿pudo enviarlas junto a los varones? Si realmente en algún momento Jesús envió discípulos «de dos en dos» 68, no se puede descartar que tal vez enviara también alguna pareja de esposos o de un varón y una mujer. Ciertamente, solo en compañía de varones podían las mujeres viajar con seguridad por Galilea. L

o que sí sabemos es que, en los primeros años de la misión cristiana, la mayoría de los apóstoles, los hermanos del Señor, y en concreto Cefas, viajaban llevando consigo una «esposa» o una «mujer creyente» 69.

Es normal, por otra parte, que no encontremos el nombre de ninguna mujer entre los «Doce» discípulos elegidos por Jesús para sugerir la restauración de Israel. Este número simbólico apunta al pueblo judío, formado por doce tribus que, según la tradición, descendían de los doce hijos varones de Jacob.

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+ Su mejor amiga: María de Magdala. Esta mujer que no podía vivir sin Jesús es la primera en descubrirlo resucitado, lleno de vida

Jesús trató con afecto a mujeres muy cercanas a él, como Salomé o María, la madre de Santiago y José. Tuvo amigas muy queridas, como Marta y María, las hermanas de Lázaro 70. Pero su amiga más entrañable y querida es María, una mujer oriunda de Magdala. Ella ocupa un lugar especial en su corazón y en el grupo de discípulos. Nunca aparece, como otras mujeres, vinculada a un varón. Magdalena es de Jesús. A él le sigue fielmente hasta el final, liderando al resto de discípulas. Ella es seguramente la primera en encontrarse con Jesús resucitado, aunque Pablo no le dedique ni una sola palabra en su lista de testigos de la resurrección.

María había nacido en Magdala, la antigua Tariquea, una ciudad situada junto al lago de Genesaret, a unos cinco kilómetros al norte de Tiberíades, famosa por su industria de salazones y conservas de pescado. Jesús pasaba por Magdala cuando iba de Nazaret a Cafarnaún.

De la vida de María no sabemos nada. Solo se nos da una breve referencia que, sin embargo, arroja no poca luz sobre su relación con Jesús. Era una mujer «poseída por espíritus malignos» y Jesús la curó «expulsando de ella siete demonios» 71. Este hecho fue el comienzo de todo.

Antes de conocer a Jesús, María vivía desquiciada por completo, desgarrada interiormente, sin identidad propia, víctima indefensa de fuerzas malignas que la destruían. No sabía lo que era vivir de manera sana.

Encontrarse con Jesús es para ella comenzar a vivir. Por vez primera se encuentra con un hombre que la ama por sí misma, desde el amor y la ternura de Dios. En él descubre su centro. En adelante no sabrá vivir sin él. En Jesús halla todo lo que necesita para ser una mujer sana y viva.

De otros se dice que lo dejaron todo para seguir a Jesús. María no tenía nada que dejar. Jesús es el único que la puede hacer vivir. Jamás un hombre se le había acercado así. Nadie la había mirado de esa manera. Había pasado muchos años en la oscuridad, privada de la bendición de Dios. Ahora lo siente más cercano que nunca gracias a la presencia curadora de Jesús.

Según una tradición cristiana, María es la primera en encontrarse con el resucitado y en comunicar su experiencia a los discípulos, que no le dan crédito alguno. Así lo resume una tradición de segunda mano que combina materiales provenientes de fuentes anteriores: Jesús resucitado «se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no la creyeron» 72.

El evangelista Juan nos ha transmitido un cuidadoso relato sobre su encuentro con el resucitado 73. Para una mujer tan centrada en Jesús como María, su ejecución fue un trauma. Habían matado a quien era todo para ella. No podía dejar de amarlo; se aferraba a su persona; necesitaba agarrarse al menos a su cuerpo muerto. Tal vez un miedo se despertaba en su interior: sin Jesús podía caer de nuevo bajo la oscura opresión de las fuerzas del mal. Miraba el sepulcro vacío, pero era aún mayor el vacío que encontraba en su propio corazón. Nunca había sentido una soledad tan profunda.

Cuando Jesús se presenta ante ella, María, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Jesús la llama con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: «¡Miryam!». María se vuelve rápida: «¡Rabbuní!», «¡Maestro mío!».

Esta mujer que no podía vivir sin Jesús es la primera en descubrirlo lleno de vida 74.

Comienza para María una vida nueva. Puede seguir de nuevo a su querido Maestro, pero ya no será como en Galilea. El resucitado la envía a sus hermanos: «Vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios».

María tendrá que aprender a abrazarlo en sus hermanos y hermanas mientras les comunica que ya no hay un abismo entre Dios y los hombres. Unidos a Jesús, todos tienen a Dios como Padre 75.

María no fue olvidada entre los primeros cristianos 76. En los ambientes gnósticos del siglo II y III era presentada como una mujer que «había comprendido completamente» el misterio de Jesús y lo transmitía a los discípulos, aunque Pedro y otros no aceptaban «tener que escuchar a una mujer acerca de secretos que ellos ignoraban».

En estos escritos se narran episodios y se exponen discursos que solo pueden ser interpretados correctamente atendiendo a las doctrinas gnósticas. Es un error atribuirles un carácter histórico, aunque probablemente reflejan la importancia que tuvo María Magdalena en estos ambientes como «intérprete autorizada de Jesús».

También se puede intuir la rivalidad que seguramente existió, más que entre Pedro y María, entre los grupos que los habían escogido como prototipos y representantes de sus propias posturas 77.

Es conocido el desarrollo novelesco de recientes obras de ficción que hacen de María Magdalena la «compañera sexual» de Jesús. Los dos textos que se utilizan están tomados del Evangelio [apócrifo] de Felipe 78:

Había tres mujeres que siempre iban con el Señor: María su madre, su hermana [de su madre] y Magdalena, que era llamada su compañera, porque María era su hermana, su madre y su compañera. En cuanto a la sabiduría, que es llamada «la estéril», ella es madre de los ángeles y compañera del Salvador, María Magdalena. Cristo la amaba más que al resto de los discípulos y solía besarla en la boca a menudo 79.

No es ni científico ni honesto leer estos textos de manera «fundamentalista», sin analizar el significado gnóstico del «beso santo» como sacramento de la reunificación del varón y la mujer en Cristo 80 y sin estudiar la presentación que se hace de María Magdalena como «personificación» de la Sabiduría 81.

A partir sobre todo del siglo IV, la imagen de María Magdalena va ir cambiando rápidamente. Gregorio de Nisa y Agustín de Hipona expondrán que María ha sido la primera en recibir la gracia de la resurrección de Jesús, porque la mujer fue la primera en introducir el pecado en el mundo.

Pronto María es confundida con la «pecadora» del relato de Lucas 7,36-50, convirtiéndose así en una «prostituta». La leyenda denigratoria irá creciendo. Jerarcas, teólogos y artistas, todos ellos varones, harán de la Magdalena una mujer lasciva y lujuriosa, poseída por los «siete demonios» o pecados capitales. Solo más tarde, arrepentida y perdonada por Jesús, dedicará su vida entera a hacer penitencia.

La Iglesia de Oriente no ha conocido esta imagen falsa y legendaria de Magdalena, prostituta y penitente. Siempre la ha venerado como seguidora fiel de Jesús y testigo eminente del Señor resucitado.

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Fuente: Pagola, José Antonio. Jesús. Aproximación histórica (GP Actualidad nº 100) (Spanish Edition) (pp. 230-242). PPC Editorial. Édition du Kindle.

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