Ayúdanos, Jesús de todos, a vivir, acogiendo tu vida como verdad de nuestra vida “Nada puede separarnos del amor de Dios” (Domingo 32º TO C 06.11.2022)

Nuestra esperanza está fundada en el Amor divino

Comentario: “No es Dios de muertos..., porque para él todos están vivos” (Lc 20,27-38)

Leemos una controversia de Jesús con los saduceos. Partido político, al que pertenecían la mayoría de los sacerdotes de algo rango, desaparecido con la destrucción de Jerusalén (70 d.C.). No son muchos, pero son cultos, ricos e influyentes. El Nuevo Testamento los nombra 12 veces, en ocasiones unidos con los fariseos. Criticados por Juan Bautista (Mt 3,7-10) y por Jesús por su hipocresía (Mt 16,1-12). Acosan a los Apóstoles y “tratan de matarlos” (He 4,1-22; 5,17-33). De ninguno consta su entrada en la Iglesia. Según Flavio Josefo (Antig. 20.9.1), fueron responsables de la muerte de Santiago, hermano del Señor.

La idea de la resurrecciónmadura en el siglo II a.C. (2Mac 7,9; 12,38-46; Dan 12,2). Es fruto de la reflexión sobre el poder divino y la injusticia de la vida. Si Dios llama a existir de la nada, puede llamar a existir también tras la muerte. Así corrige la injusticia de la vida. Así creían los fariseos. Los saduceos aceptan como palabra divina sólo la ley escrita (Pentateuco). Por ello “sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus” (He 23,8). El alma muere con el cuerpo. Dios premia y castiga en esta vida. Poder, dinero, éxito... son premios a la bondad. Enfermedad, pobreza, fracaso... son castigos a la maldad. Unos saduceos se acercan y proponen a Jesús una hipótesis que ridiculiza la resurrección. Según la ley del levirato (Gn 38,8; Dt 25,5-9), los hermanos de uno que muere sin hijos deben casarse con la viuda para darle descendencia. Siete hermanos lo intentan sin éxito. “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?”.

Jesús llama “resurrección” a la vida gloriosa del “mundo futuro”: “En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección” (vv. 34-36). Cita el Éxodo (3,6) aceptado por los saduceos: “Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: `Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob´. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos” (v. 37s). 

El N. Testamento presenta el “mundo futuro como originado por el Amor del Padre. La Palabra, Verbo de Dios, se hace “carne”, llena de su Espíritu, habita entre nosotros y da su Espíritu a los que van creyendo en ella: “a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios... Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios” (Jn 1, 13). El Espíritu nos hace “nacer de nuevo” (Jn 3,7) y nos hace “ser uno en Cristo” (Gál 3,28), “semejantes a Dios porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,2). “Somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo” (Flp 3,20s).

Nuestra esperanza está fundada en el Amor: “ni muerte ni vida..., ni criatura alguna podrá apartarnos del Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 37-39). “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a nuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en nosotros” (Rm 8,11). El Espíritu divino ha hecho a Jesús “espíritu vivificante”(1Cor 15,45), amor, gloria, luz, presencia ilimitada, transparencia, “carne olvidada de sí misma” (Ireneo: Adv. Haer. V, 9, 2). Su Espíritu anima y fortalece para seguir su camino: “para esto habéis sido llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas” (1Pe 2,21). “Cristo resucitó, con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba, Padre!” (GS 22).

Oración: “no es Dios de muertos..., porque para él todos están vivos” (Lc 20,27-38)

Jesús resucitado, esta es hoy tu buena noticia:

el Padre del cielo “no es Dios de muertos, sino de vivos:

porque para él todos están vivos”.

Dios, tu Padre, nos ha bendecido en ti, Cristo

con toda clase de bendiciones espirituales...

Él nos eligió en ti, antes de la fundación del mundo, para que

fuésemos santos e intachables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado por medio tuyo,según el beneplácito de su voluntad,

a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia,

que tan generosamente nos ha concedido en ti, el Amado” (Ef 1,3-6).

Tu vida esla respuesta al Amor del Padre:

no andéis agobiados pensando qué vais a comer,

o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir...;

ya sabe vuestro Padre celestial

que tenéis necesidad de todo eso;

buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia;

y todo esto se os dará por añadidura” (Mt 31-33).

Realizar el reino de Dios es tu prioridad vital:

el reino de Dios no es comida y bebida,

sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

“Justicia” divina es amar como ama el Padre:

tratad a los demás como queréis que ellos os traten;

si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?...

si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?...

si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis?...;

amad a vuestros enemigos;

haced el bien y prestad sin esperar nada;

será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo,

porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.

Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,31-36).

Tú aceptaste su Espíritu de amor, de verdad, de vida...:

te tomaste en serio a las víctimas de la historia;

te identificaste con los hambrientos y sedientos;

acogiste y curaste a los marginados y enfermos;

te sentías libre de toda ley perjudicial al ser humano;

sólo obedecías al bien humano, como voluntad divina.

Ayúdanos, Jesús de todos, a vivir:

acogiendo tu vida como verdad de nuestra vida;

dando gracias por el Amor gratuito recibido;

haciendo el bien y ayudándonos mutuamente;

esos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebr 13,15s);

aceptando la cruz del amor productivo y gozoso;

trabajando por la reforma evangélica de nuestra Iglesia,

que respete los carismas y dignidad igualitaria;

amando la vida como Tú, Jesús de la libertad y el amor.

Preces de los Fieles (D. 32º  TO C 06.11.2022)

Jesús claramente creía en la resurrección, en la alegría plena y definitiva. Jesús quería adelantar esa vida en este mundo, cuidando y respetando la dignidad de todos. Pidamos incorporarnos a la resurrección diciendo: todos somos uno en Cristo Jesús (Gál 3,28).

Por la Iglesia:

- que su vida refleje la vida de amor y la alegría de Jesús;

- que en ella brille la igual dignidad, el diálogo, la libertad, el respeto...

Roguemos al Señor: todos somos uno en Cristo Jesús (Gál 3,28).

Por las intenciones del Papa (noviembre 2022):

- por “los niños que sufren, viven en las calles, víctimas de las guerras y huérfanos”,

- que “puedan acceder a la educación y redescubrir el afecto de una familia”.

Roguemos al Señor: todos somos uno en Cristo Jesús (Gál 3,28).

Por nuestra parroquia:

- que sea de verdad comunitaria, dialogal, participativa...;

- que esté atenta a los más necesitados...

Roguemos al Señor: todos somos uno en Cristo Jesús (Gál 3,28).

Por nuestra ciudad, pueblo, aldea:

- que cuidemos los bienes comunes: calles, parques, administración...;

- que haya respeto y honradez en nuestras relaciones.

Roguemos al Señor: todos somos uno en Cristo Jesús (Gál 3,28).

Por nuestro mundo:

- que terminen las guerras, la violencia de género, el maltrato...;

- que todos puedan trabajar dignamente, y vivir en paz.

Roguemos al Señor: todos somos uno en Cristo Jesús (Gál 3,28).

Por esta celebración:

- que haga crecer nuestra esperanza de vida bienaventurada;

- que sintamos el Espíritu de Jesús, inasequible al desaliento.

Roguemos al Señor: todos somos uno en Cristo Jesús (Gál 3,28).

Nosotros esperamos también la resurrección. Fortalece nuestro convencimiento de que “ni muerte ni vida..., ni criatura alguna nos separará del amor del Padre-Madre, manifestado en ti, Cristo, Jesús”, que vives por los siglos de los siglos.

Amén.

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