El centro de tu “casa” es la mesa compartida Tu reino está representado por la “casa familiar” (Domingo 34º TO C 23.11.2025)

Jesucristo, Rey del Universo

Comentario:El Padre nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor(Col 1,12-20)

Los primeros versículos 12-14 pertenecen a la introducción de la carta, donde, tras los saludos (1,1-2), se informa de acciones de gracias por la fe, la caridad y la esperanza, frutos de la primera evangelización, hecha por Epafras (1,3-8). Pide para los colosenses: conocimiento, sabiduría e inteligencia espiritual (1,9), conducta acorde (1,10), fortaleza, constancia y paciencia alegre (1,11).

El primer versículo leído invita a vivir agradecidos:Demos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz”. Lit.: “agradeciendo al Padre que nos ha capacitado para la porción del clero (εἰς τὴν μερίδα τοῦ Κλήρου) de los santos en la luz”. Aparece el término “clero” para designar a los cristianos. Κλήρος significa: “objeto para echar a suertes, piedrecita, tejuelo, sorteo, asignación por sorteo, parte de herencia, herencia, campo, finca”. En los siglos III y IV el grupo dirigente de la Iglesia se apropia en exclusiva de este término, erigiéndose ellos en “herencia” de Dios. San Jerónimo (342-420) dirá que “los clérigos se llaman así porque o son la `herencia´ del Señor o el Señor es su `herencia´”. San Agustín (354-430) dice que “se llaman así porque san Matías, el primer ordenado, lo fue por `suerte´; de modo que clérigos equivaldría a `herederos o sorteados´”. Es una tergiversación que perdura hoy. La verdad es que Dios Padre nos ha capacitado a todos para ser su “su suerte, su herencia, su clero, su pueblo”.

A todos el Padre: “nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor” (v. 13), “por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados” (v. 14). Por Jesús recibimos su Espíritu, que nos asegura que somos hijos de Dios. “Esta es la gracia en la cual nos encontramos” (Rm 5,2), escribe Pablo. Es la dignidad común, fundamental, básica. Las “otras dignidades” no tienen tal categoría; son “servicios” –eso significa “ministerios”- a la Iglesia, al Pueblo de Dios. Quienes desempeñan dichos servicios son servidores. Erigirse por encima, con atuendos y títulos (santidad, beatitud, eminencia, excelencia, reverencia…), contradice la voluntad de Jesús (Mt 20,26; Mc 10,43; Lc 22,26).

Los versículos siguientes (vv. 15-20) forman un himno cristológico. Canta la relación de Cristo con Dios creador (vv. 15-17) y con la Iglesia (vv. 18-20).

- “Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él” (vv. 15-17). Jesús se presenta como cara visible del Padre: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). El mismo evangelio dice: “a Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Jesús muestra el proyecto realizador de Dios. Seguir su camino, su verdad y su vida es realizarse de verdad como personas.

- “Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (vv. 18-20). Jesús es el “principio” de la nueva humanidad, de “la comunidad de personas que, reunidas en Cristo, son guiadas por el Espíritu Santo... y han recibido una noticia de salvación para proponer a todos” (GS 1).

Oración:El Padre nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor(Col 1,12-20)

Jesús del Reino del Amor:

hoy, al cerrar el año litúrgico, celebramos tu vida plena;

lo hacemos recordando la causa que te apasionó siempre;

la causa que avivó el Espíritu al bautizarte en el Jordán:

Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco

(Lc 3,22; Mt 3,17; Mc 1,11).

Incendiada tu alma por estas palabras:

volviste a Galilea con la fuerza del Espíritu…;

fuiste a Nazaret, donde te habías criado;

entraste en la sinagoga, como era tu costumbre los sábados;

y te pusiste en pie para hacer la lectura.

te entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo,

encontraste el pasaje donde estaba escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque él me ha ungido.

Me ha enviado a evangelizar a los pobres,

a proclamar a los cautivos la libertad,

y a los ciegos, la vista;

a poner en libertad a los oprimidos;

a proclamar el año de gracia del Señor».

Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que te ayudaba,

te sentaste.

Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en ti.

Y comenzaste a decirles:

«Hoy se ha cumplido esta Escritura

que acabáis de oír» (Lc 4,14-21).

Esta tarea, Jesús, fue la apuesta de tu vida:

reuniste un grupo para que vivieran así contigo;

les entregaste tu mismo Espíritu;

les encomendaste anunciar tu mismo Evangelio;

invitaste a todos a entrar en este modo de vida.

Hoy leemos tu misma invitación:

Dios Padre os ha hecho capaces de compartir

la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,

 y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor,

por cuya sangre hemos recibido la redención,

el perdón de los pecados” (Col 1,12-14).

El “Hijo de su amor” eres tú, Jesús de Nazaret:

Tú eres imagen del Dios invisible,

primogénito de toda criatura;

en ti fueron creadas todas las cosas…;

todo fue creado por ti y para ti.

Tú eres anterior a todo, y todo se mantiene en ti” (Col 1,15-17)

Tú, Cristo, eres nuestra “cabeza:

cabeza del cuerpo: de la Iglesia;

principio, primogénito de entre los muertos,

y así eres el primero en todo.

En ti quiso Dios que residiera toda la plenitud.

Y por ti y para ti quiso reconciliar todas las cosas,

las del cielo y las de la tierra,

haciendo la paz por la sangre de tu cruz” (Col 1,18-20).

Tu reino está representado por la “casa familiar”:

donde todos dan y reciben solidariamente;

donde todos son estimados por “ser”, no por “tener”;

donde reina el servicio gratuito, la generosidad sin límites;

donde todos tienen voz y voto, según tu Espíritu;

donde se busca la fraternidad universal.

El centro de tu “casa” es la mesa compartida:

no un banquete para el lucimiento y el lujo;

en tu mesa no hay “asientos de honor” (Lc 11,43; 14,7-14);

tu mesa acoge sin barreras de raza, sexo, cultura, religión...;

en tu mesa vivimos tu presencia real;

“comer-con” cualquiera expresa tu amor sin límites;

“gozos, esperanzas, tristezas, angustias,

sobre todo, de los más pobres, son nuestros” (GS 1).

Envía, Señor, tu Espíritu;

recrea en nosotros tu Reino.

rufo.go@hotmail.com

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