Voz que grita en el desierto (Después de meditar con los Obispos)



Pocas cosas más desagradables que gritar en el secarral, a la intemperie, con la arenisca en la garganta. La gran ventaja del desierto es que se escucha mejor, que uno puede refugiarse fácilmente en la sombra interior y descubrir oasis interminables.

Pero la voz pretende ser escuchada, regar el baldío y hacer resurgir la vida, aspiración básica de quien pretende evangelizar: "He venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).

Y ahí me duele. En este tiempo de esperanza me llega mucha desesperanza, mucha división, mucho sometimiento servil a la "casta sacerdotal" (¡flaco favor les hacemos!). He recibido muchos comentarios a la recién publicada "meditación sólo para Obispos". Unos pocos me fustigan, la mayoría corrobora la verdad de mis palabras, un solo obispo se digna contestar. Y este meditador de papel sigue rumiando los comentarios recibidos mientras se pregunta: ¿Qué les pasa a algunos católicos que no saben reconocer la Palabra de Dios o la ponen por debajo de los jerarcas? ¿Cómo es posible que algunos prefieran a Apolo, a Pablo, a Cefas, a Pio, antes que a nuestro Señor Jesucristo?

Algunos me confiesan el "sabor amargo" que mi meditación les ha dejado. Y les he respondido: es totalmente lógico. Cuando se contrasta la verdad de la realidad con la verdad de la Palabra, la amargura nos invade porque ambas verdades están muy distantes. No es "el mensajero" el que causa la amargura, sino nuestra incoherencia, especialmente la de quienes debieran ser ejemplo. "Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se salará? Para nada sirve ya, sino para tirarla y que la pise la gente" (Mt 5,13).

Algunos dejan caer que, en estos tiempos tan oscuros, cómo se me ocurre hablar de los signos de los obispos... Vivimos tiempos difíciles para quienes pretendemos sembrar humanidad, es cierto. Los políticos dan "licencia para matar" impunemente a los propios hijos y ocultar la irresponsable lujuria que ellos mismos promocionan. Los signos inocentes de la religión se hacen insufribles. Nuestros hijos se ven sometidos al adoctrinamiento materialista. La ambición de unos pocos hace tambalear la economía. Los pobres siguen olvidados… ¡Tiempos difíciles realmente!



Y yo me pregunto: ¿No será precisamente ahora cuando es imprescindible hablar con el ejemplo? ¿Ahora, que nos pretenden silenciar y marginar, no será el momento de la coherencia?

Entre nosotros podemos -debemos- decirnos las cosas con claridad y animarnos mutuamente a seguir el Camino de "realización del ser humano". A los políticos necios no se les puede predicar. A ellos se les habla con la contundencia del voto individual. Algo que, por desgracia, olvidan hoy algunos católicos que anteponen sus consignas partidistas a los principios humanos más básicos que, con toda lógica, defiende nuestra Iglesia. Por eso es tiempo de enarbolar los signos, de ser coherentes, de arrojar luz con el ejemplo. No basta ser cristiano o sacerdote u obispo. ¡Hay que visualizarlo!

Corren y correrán ríos de tinta por la pretensión materialista de retirar crucifijos. Antes de rasgarnos las vestiduras, habría que preguntar a los niños si alguien les ha enseñado a reparar en ese símbolo y en su significado. ¡Nos sorprenderíamos!

Lo digo porque hace años que, en una mayoría de colegios católicos, se quitaron los oratorios y los religiosos titulares se convirtieron en "enseñantes" en vez de "educadores y evangelizadores". Nuestros colegios católicos se han descafeinado. Nuestros sacerdotes y religiosos (ellos y ellas) han renunciado a los signos públicos de su consagración. Unos se han subido a la corbata laica de señoritos, otros al atuendo patán, otros a las joyas de baja densidad. Casi todos han renunciado a ser "signo", "testimonio" y "presencia" en el materialista ambiente humano actual. Los Obispos, por el contrario, no se apean de sus "contra signos" de señores feudales, príncipes y reyes. ¿Con qué autoridad, coherencia y lógica pueden -podemos- negar los argumentos materialistas?



Ayer me llegó este correo, uno de tantos: "¿Cómo te encuentras? No es pregunta retórica, es que me ha llegado muy dentro tu artículo sobre los Obispos, especialmente tu confesión: Tengo una tristeza inmensa, un profundo y continuo dolor. ¡Me veo tan unida en ese sentir!… Pero, a diferencia de ti, me voy anestesiando y cada vez me duele menos. Sin embargo, leyendo tu artículo, han vuelto las lágrimas a mis ojos, he vuelto a revivir ese dolor y esa pena. He caído en la cuenta de que hay algo más dentro de mí: mi pesimismo, ante lo que siento que no tiene solución. Los cambios no vendrán nunca de arriba, ni de los cargos, ni de las quejas, ni de las críticas, ni de las recomendaciones, etc. Tienen -tenemos- recursos para justificarlo todo ¡¡en nombre de Dios!! Éste es el supremo engaño, por el que se nos hace dificilísimo ver nuestra falta de coherencia".



No pretendo aumentar la amargura, ni sembrar desesperanza. Pretendo golpear los corazones y clamar de nuevo con el Bautista:"Preparad el camino del Señor, allanad sus sendas; que los valles se eleven, que los montes y colinas se abajen, que los caminos tortuosos se hagan rectos y los escabrosos llanos, para que todos vean la salvación de Dios" (Lc 3,4).

Son tiempos duros, en los que la autenticidad, la coherencia, la conversión nos reclaman. No podemos seguir manteniendo la luz oculta. Hay que reaccionar. "No se enciende una lámpara para ocultarla en una vasija, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a cuantos hay en la casa" (Mt 5,15).





Todavía es adviento, todavía hay espera, todavía es tiempo. No me dejéis gritando solo en el desierto. Ayudadme a no perder la esperanza, porque sin ella es imposible todo renacimiento, todo avance, toda Navidad.

Permitidme gritar con Pablo: "¡Que vuestra bondad sea notoria a todos los hombres!" (Flp 4,5) para que vuelva la alegría de la coherencia y la integridad. Y entonces "Alegraos en el Señor siempre; lo repito: alegraos" (Flp 4,4).

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