“Si Dios quiere”, una comedia sobre la secularización
Esta comedia veraniega es la primera obra, como cineasta, del guionista Edoardo Falcone, que obtuvo el David di Donatello al mejor director novel del año 2015. Comienza como una comedia italiana de estilo costumbrista que divierte al espectador para desembocar en un drama en torno al sentido de la vida.
Tommaso (Marco Giallini) es un cirujano de prestigio y de convicción atea. En el trabajo es exigente y autoritario, rol que sigue desempeñando en su familia. Su esposa (Laura Morante) encerrada en casa y deprimida necesita escapar de un hogar asfixiante. Su hija Bianca (Ilaria Spada, casada con un sinsustancia, vive enfrente y tampoco sabe qué hacer con su vida. Solo Andrea (Enrico Oetiker), sigue los pasos del padre como estudiante brillante que quiere hacer medicina. Pero todo se tuerce, cuando un día reúne a la familia y les comunica que quiere ser cura. Este acontecimiento hace que Tommaso inicie una cruzada para que su hijo abandone esta inesperada decisión. Esto le lleva a conocer a Don Pietro (Alessandro Gassman) y entre ellos se vivirá un verdadero duelo que tendrá muchos matices. El resto de la familia también evoluciona cada uno por su lado favoreciendo el enredo.
La primera parte resulta especialmente divertida. Destaca bien el mundo secularizado y bipolar de la sociedad italiana. Tommaso representa a los ateos convencidos, hijos de la evidencia científica que consideran la fe una reliquia para inmaduros. En el otro lado los creyentes, con inclinación bastante espontánea a la fe y al sentido de la vida, que prende con cierta facilidad en el joven Andrea y en otros miembros de su familia. La comicidad arranca al “salir del armario” el hijo y desplegarse la cadena de estereotipos respecto de los creyentes: infantiles, dogmáticos y autoritarios. Tommaso critica en los creyentes los defectos de que adolece apuntando, desde la exageración, a un forma de esperpento.
Interesante esta observación cómica del mundo secularizado. Hay un fondo, una figura diría Ludwig Wittgenstein, que se impone como una certeza evidente: no hay Dios. Esta ejecución de la trascendencia se perpetra en nombre de la sentencia de una supuesta verdad científica. Sin embargo, incurre en graves contradicciones. Afirmando la libertad, la conculca en nombre de una supuesta madurez de la postura materialista. Negando las imposiciones se cierra a mirar más allá de la incertidumbre de sus experimentos. Tras la acusación de cercenar la dimensión sexual acalla y eclipsa la dimensión espiritual. En este sentido la comedia es un género inmejorable para mostrar las contradicciones.
La parte más dramática de la película se despliega en la evolución de la relación entre Tommaso, como don Pepone redivivo, y el nuevo don Camilo, el sacerdote Pietro. Aquí el drama exige superar el esquematismo del esperpento que provoca la risa. Los dos antagonistas harán un camino de acercamiento. La opción del guion consiste en recobrar la figura del cura y mostrar el proceso de transformación del ateo. Sin embargo, la simplificación que para la comedia sirve hace aguas en el drama. Don Pietro, nombre que recuerda al cura entrañable de la resistencia de “Roma, ciudad abierta”, es un personaje íntegro que no se tambalea hasta el final. Tommaso es un desastre que no para de tambalearse hasta el final. Demasiado simple para sostener el drama.
Una apuesta interesante para reivindicar el mundo creyente en las sociedades secularizadas. Aunque don Camilo y don Pepone, los geniales personajes de Giovannino Guareschi, siguen siendo mejores referentes, también en tiempos postmodernos.