Control de natalidad

La cuestión de la regulación de la natalidad fue confiada por Pablo VI a la Comisión Pro Estudio de Población, Familia y Natalidad. En la comisión la mayoría juzgó que el control artificial de la natalidad tenía la misma moralidad que el control natural, con tal de que no fuera abortivo o con tal de que clínicamente no estuviera contraindicado (por ejemplo, por dañar a la mujer o al feto). Pues bien, el 25 de julio de 1968, Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae, optando por la posición minoritaria y aceptando sólo el control natural. La sorpresa fue grande. Quedaba ya muy lejos la obsoleta biología aristotélica y medieval, según la cual en el semen masculino estaría contenido todo el hombre en potencia, mientras la mujer permanecería pasiva en la generación. Hoy sabemos que el nuevo ser humano comienza con la fecundación del óvulo femenino (desde 1875, con Oskar Hertwing).

Según dice Arias , el cardenal Benelli estaba deshecho: el papa se había echado atrás en su decisión “tras mucha oración y meditación”.

En carta pastoral el obispo Luciani , luego papa Juan Pablo I, dijo a sus diocesanos: “Confieso que, aunque no revelándolo por escrito, albergaba la íntima esperanza de que las gravísimas dificultades existentes pudieran ser superadas y que la respuesta del maestro, que habla con especial carisma en nombre del Señor, pudiera coincidir, al menos en parte, con las esperanzas concebidas por muchos esposos, una vez constituida una adecuada comisión pontificia para examinar el asunto”.

En una conferencia sobre el amor conyugal y la educación familiar, que el obispo Luciani pronunció en Mogliano Véneto en mayo de 1968, dice al final: “Esperamos que el papa pueda decir una palabra liberadora”.

Una cosa es el mandamiento general Creced y multiplicaos (o una llamada profética a los pueblos que envejecen por su escasa natalidad) y otra muy distinta es el principio según el cual todo “acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida”, considerando “intrínsecamente mala” toda acción conyugal que pretenda un control artificial de la natalidad. Aquí el fariseísmo institucional remite al pasaje del evangelio que dice: Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.

Antes de que la comisión pontificia terminara sus trabajos, el cardenal Wojtyla envió al papa Pablo VI un documento sobre la contracepción, que reflejaba la posición adoptada en su libro Amor y responsabilidad. En realidad “las presiones sobre Pablo VI eran muy fuertes, de parte de los laicos (en general favorables a una disminución de las restricciones de la Iglesia), de parte de los cardenales Ottaviani y Wojtyla, los cuales habían preparado una extensa documentación teológica a favor de la prohibición, y de parte de la mayoría de la comisión papal de la que era copresidente el cardenal Julius Döpfner de Munich, el cual a su vez había promovido un grupo de trabajo que presentó una documentación a favor de la liberalización”.

El 24 de junio de 1966 la comisión papal presentó un informe de mayoría en el que se afirmaba que la oposición de la Iglesia a la contracepción “no podía ser sostenida con argumentos razonables” y que la práctica del control de la natalidad no era “intrínsecamente un mal”.

Dice Wojtyla en su libro Amor y responsabilidad: “Cuando el hombre y la mujer, que tienen relaciones conyugales, excluyen de manera absoluta o artificial la posibilidad de la paternidad o de la maternidad, la intención de cada uno de ellos se desvía por eso mismo de la persona y se concentra en el mero goce (erótico)”. No obstante, en determinadas circunstancias, los esposos pueden evitar la concepción acomodándose a los periodos de esterilidad de la mujer. No hacen más que conformarse con las reglas de la naturaleza: “la fecundidad periódica de la mujer es uno de los elementos de ese orden”.

Los contraceptivos, dice también, son siempre nocivos a la salud: “Los productos anticonceptivos biológicos pueden provocar, además de la esterilidad temporal, importantes cambios irreversibles en el organismo humano. Los productos químicos son por definición venenos, porque han de tener fuerza para destruir las células genitales; son, por lo tanto, también nocivos. Los medios mecánicos provocan, por una parte, lesiones debidas a la fricción de las vías genitales de la mujer por un cuerpo extraño y, por otra, quitan toda espontaneidad al acto sexual, lo cual resulta insoportable, sobre todo para la mujer. Lo demuestran las neurosis en la mujer, causadas precisamente por la utilización de estos medios brutales. Con más frecuencia quizá los cónyuges recurren a la interrupción de la relación (coitus interruptus), que practican sin conciencia sin darse cuenta de inmediato de las consecuencias enojosas, inevitables sin embargo. Es el hombre, sobre todo, la víctima, porque está sometido entonces en el curso de las relaciones conyugales a una tensión nerviosa que provoca un estado ansioso bien comprensible y que se traduce por una abreviación del acto y la ejaculatio praecox; a la larga, esto puede ser la causa de una impotencia total. Las consecuencias en la mujer son fáciles de prever, si se tiene en cuenta el hecho de que su ‘curva de excitación’ es más larga y más lenta. La interrupción de la relación la deja mucho más insatisfecha, lo cual - ya lo hemos dicho - provoca neurosis y puede llevar a la frigidez sexual”.

La mujer vista por el hombre con ojos de deseo, dirá ya de papa, es un objeto, no una persona. Este “adulterio del corazón” puede darse incluso dentro del matrimonio: “El adulterio en el corazón no sólo es cometido porque el hombre mira de ese modo a la mujer que no es su esposa, sino precisamente porque mira así a una mujer. Si mirase de ese modo a la mujer que es su esposa cometería también el mismo adulterio en el corazón”. Es, por tanto, el primer papa en la historia que ha llegado a condenar como “adulterio de corazón” el que un marido mire con deseo sexual a su propia mujer. Lo hizo durante la audiencia general del 8 de octubre de 1980.

La Humanae vitae, dice Juan Pablo II , había colocado el desafío moral de la castidad conyugal en el contexto, más bien negativo, de las prohibiciones. Sin embargo, en su teología del cuerpo el papa Wojtyla quiere plantearlo de forma positiva: cómo vivir castamente el amor sexual. Las reflexiones del papa (en total 129) fueron desarrolladas durante cuatro años en las catequesis de los miércoles: desde el 5 de septiembre de 1979 hasta el 28 de noviembre de 1984. Yo asistí a una de ellas, el 5 de mayo de 1982. El biógrafo Weigel hace esta aventurada afirmación, sin sonrojo alguno: “Tomados en su conjunto, estos ciento treinta discursos catequísticos constituyen una especie de bomba teológica de relojería, programada para estallar con resultados espectaculares en algún momento del tercer milenio de la Iglesia”. Tal cual.
Tras la publicación de la Humanae vitae, resulta sorprendente, la cifra de anulaciones matrimoniales ha alcanzado cotas desconocidas anteriormente en la historia de la Iglesia. En el sínodo de 1980 sobre el papel de la familia cristiana en el mundo moderno, el cardenal Pericle Felici dio la voz de alarma: dijo que las declaraciones de nulidad habían aumentado entre los años 1970-1980 en un 5000 por 100.

Posteriormente, “en 1989 fueron concedidas 78.200 anulaciones, 61.416 en EE.UU. En 1991 la cifra fue de 80.712 con 63.933 anulaciones en EE.UU. En 1992 fueron 76.829 de las cuales 59.030 en EE.UU”.

El papa Juan Pablo II “está preocupado por el escándalo que produce el ‘divorcio católico’ a través de tribunales poco rigurosos del propio país o de otro al que algunas parejas acuden para realizar un gesto hipócrita”. Sin embargo, las llamadas del papa a una mayor severidad por parte de los jueces eclesiásticos no han impedido que se vuelva actual la denuncia de Jesús: Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello.

Fuente: El día de la cuenta. D. Jesús López Saez

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