Eva y Ave: conclusión para el 8 de Diciembre

Desbrozado el terreno en los tres posts anteriores, de cara al 8 de diciembre, revisemos en el decálogo siguiente (si se disculpa un post largo) el modo de hablar en catequesis y homilías sobre María: novia, esposa, mujer y madre, símbolo de esperanza.

1. La fiesta de María Inmaculada invita a repensar desde la Biblia cómo hablar sobre María y la mujer, y su repercusión en el respeto a la mujer en la sociedad y en la iglesia.
2. Inmaculada ( 8 de diciembre) y Asunción (15 de agosto) son dos nociones-límite, como el cero y el infinito, metáforas de salvación y esperanza. Del principio al fin no hay punto donde no alcance la voluntad salvífica universal de Dios. Dos caras del mensaje: “Dios te ha amado, María, desde antes de nacer, y te ama tras la muerte, vives en Él para siempre” (cf. Eph 1,4). No sólo María. Ella es símbolo de lo que Dios quiere para todo el mundo: salvación, vida y esperanza. Ella participa, como prototipo, de la mirada divina amorosa desde el principio de la existencia. No hagamos de María caso aparte alejándola de la humanidad en pedestal inaccesible, como si no fuera mujer: cotidiana y creativa, novia y esposa, madre y viuda...
3. La lectura del Génesis sobre el origen del mal contrapone dos símbolos: la mujer, símbolo de vida y esperanza, y la serpiente, símbolo de engaño, mal y muerte. Evitemos lecturas equivocadas, que insultan a la mujer identificándola con la tentación. No leamos lo de la costilla de Adán como si fuera emblema de subordinación de la mujer. Según Mateo, Jesús lo cita (Mt 19, 9) para defender la igualdad de la mujer cuando se la discriminaba para el divorcio.
4. Arrastramos, desde san Agustín, la interpretación equivocada del pecado original como si estuviera relacionado con la procreación y transmitido por herencia. Unido esto a la discriminación de la mujer y a la obsesión en la iglesia con todo lo relativo a sexualidad, redujo la imagen de María a símbolo de pureza asexuada. Pero, en la Biblia, pureza significa más: honradez consigo mismo y con los demás, sinceridad ante Dios, justicia y solidaridad, ausencia de dobles intenciones, corazón leal, reflejo de la misericordia divina, etc. Por cierto, la biblia hebrea usa la metáfora del “útero de misericordia”. Lo dije en una homilía y alguien se ruborizó comentando: “Ha dicho “útero” desde el altar, en plena misa. ¡Qué atrevimiento!” (Tan condicionados estamos en la iglesia en temas de sexualidad y procreación).
5. La lectura de la presentación en el templo de Jesús recién nacido (Lc 1, 26-38) siembra confusión, por la idea mosaica sobre purificación de la madre tras dar a luz. A nivel popular, con insuficiente cultura bíblica, se confunden las nociones de “concepción inmaculada” y “nacimiento virginal”. Para más inri, la tradición inculcó la triple expresión “virgen antes del parto, en el parto y después del parto” (La iglesia y la teología nunca se comprometieron con la segunda y tercera parte –in partu, post partum- de esta afirmación, excepto el error del catecismo de Ripalda: decía que Jesús salió del vientre de su madre como a través de un cristal, “sin romperlo ni mancharlo”, lo cuál equivaldría a negar que es verdadero hombre, nacido de mujer, además de sugerir el tabú de que dar a luz mancha a la madre).
6. También el evangelio de la Anunciación (Lc 1, 26-38), si no se entiende lo mito-poético, engendra malentendidos. Al acentuar lo excepcional, se olvida lo principal: el Espíritu, que actúa en todo nacimiento. Tambien nuestros nacimientos fueron, a la vez, gracias a nuestros progenitores y por obra del Espíritu. María es símbolo de acogida del don de Dios a toda madre, que al dar a luz nueva vida ilumina la oscuridad de la vida.
7. Hay que explicar para adultos el sentido de la evolución del dogma y el condicionamiento histórico de las expresiones usadas en las formulaciones dogmáticas.
8. La definición de la Concepción Inmaculada presuponía una determinada manera de entender el pecado original. La presunta no intervención de José en el nacimiento de Jesús se debía a que se la creía incompatible con la divinidad de Jesús. El modo de hablar sobre la virginidad de María presuponía una determinada visión negativa de la sexualidad. El modo de hablar de nacimiento virginal presuponía los tabúes sobre la sangre como mancha. La insistencia en la virginidad post partum presuponía igualmente una mentalidad estrecha acerca de la sexualidad y las correspondientes discriminaciones de la mujer.
9. El que se revisen y depuren hoy crítica y hermnéuticamente todas estas expresiones es perfectamente compatible con seguir confesando, como confesamos, en el credo que Jesús, nacido de mujer (Gal 4,4), es verdadero hombre y verdadero Dios, es decir, manifestación decisiva y rostro de Dios en la historia humana.
10. No hemos destruído la pintura del fresco, sino quitado la cal y restaurado su vigor original. No somos fundamentalisas literalistas, sino críticos hermeneutas. Ni estamos fuera de la iglesia, ni se nos ocurre remotamente salirnos de ella. No estamos en la ultraderecha eclesiástica, sino en el centro eclesial (reconociendo que es un “centro izquierda”, arropado por el Vaticano II...). Como dijo Juan XXIII al comienzo del Concilio, una cosa es la sustancia de la fe y otra su envoltura circunstancial en cada época. Prosigamos con la tarea de reeducarnos en la adultez de la fe.
Volver arriba