Libelo póstumo

Quien en cambio no se ha salvado de los violentos agravios vaticanos ha sido el escritor José Saramago. Bueno, no el escritor, sino el cadáver (caliente) del escritor, lo que añade a la ofensa una chispa de cobardía y desprecio bastante sugerente. Cobardía, porque los muertos no tienen derecho de réplica, y desprecio porque al ataque inoportuno se suma un deseo ferviente de humillación más allá de la vida. No deben de estar en el Vaticano muy seguros de la inmortalidad del alma cuando esperan a la muerte para prorrumpir en descalificaciones sin miedo a ser refutados. ¡Menuda caridad! Igual, como castigo, Saramago no tendrá permiso para salir al valle de Josafat.
Gracias a un artículo del filósofo italiano Paolo d'Arcais publicado en El País nos hemos enterado de las descalificaciones literales contenidas en la vitriólica despedida del L'Osservatore Romano que firma un tal Claudio Toscani. Cito algunas: "Aunque haya fallecido a la respetable edad de 87 años, no podrá decirse de José Saramago que el destino le mantuvo con vida a toda costa"; su literatura tiene "una estructura autoritaria totalmente sometida al autor, más que a la voz narradora" (?); "un intento imaginativo que no se molesta en encubrir con la fantasía la impronta ideológica de eterno marxista"; "un tono de inevitable apocalipsis con un presagio perturbador que pretende celebrar el fracaso de un Creador y su creación" y "un descorazonador simplismo teológico".
El reverendo Toscani ha debido suspirar de alivio cuando por fin ha soltado la retahíla de frases que almacenaba en los intestinos desde hace tantos años. ¿Cómo no las expresó a su debido tiempo? Tenía derecho a hacerlo, desde luego, y a esperar contestación de la parte contraria. Nadie tiene que comulgar con Saramago. Incluso le asiste el derecho al desprecio, pero esa invención vaticana, el libelo póstumo, no tiene perdón de Dios.
Alejandro V. García (Diario de Sevilla)
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