Teología de J. Ortega y Gasset.


Evolución del cristianismo

3. Importancia del lenguaje en teología

Ante esta filosofía del lenguaje que nos ha dado Ortega, comprendemos mejor la crisis que la teología, o hablar de Dios, arrastra desde la Ilustración, por haber seguido utilizando hasta nuestros días el lenguaje de la Edad Media. Lo que quiere decir que el emisor del mensaje religioso no ha tenido en cuenta al receptor moderno inmerso de lleno en una cultura laica o secularizada.

El hombre medio que escucha hoy, y más los niños y los jóvenes, sienten gran dificultad para entender lo que está más allá y fuera del tiempo. Es un hombre que se ha liberado de la tutela religiosa y de una concepción cerrada del mundo propia de la metafísica, y vive volcado sobre un mundo que se mueve exclusivamente por motivaciones económicas y mercantiles. La religión hace tiempo que se ha esfumado de la sociedad actual. De ahí que el teólogo D. Bonhoeffer primero, y después Harvy Cox sintieran la necesidad de buscar un nuevo lenguaje para hablar de Dios al hombre laico o secularizado de hoy.

Esto es lo que H. Cox se propone en su obra La ciudad secular. La idea que planea sobre el libro es la siguiente: si el hombre tribal habló de Dios en un lenguaje mitológico y el de la Edad media lo hizo en términos metafísicos, el hombre tecnopolita de hoy sólo puede hacerlo en categorías políticas, porque la política ha sustituido a la metafísica como modo de captar la realidad. Es preciso aclarar que hablar políticamente de Dios no significa hablar de política, sino de temas que afecten a la vida del hombre-mujer en el mundo, entre los que está también la política.

El mismo Cox nos saca de dudas al respecto diciendo: hablamos políticamente de Dios siempre que ayudamos al prójimo a que sea el responsable, el agente adulto, el hombre plenamente posburgués y postribal que Dios espera que sea hoy día. Que se percate conscientemente de la trama de reciprocidad interhumana en que se desenvuelve su vida como hombre-mujer y como ciudadano, que arroje la ceguera de la adolescencia y participe en la creación de instrumentos de justicia humana y libertad de las que tanto carecemos.

No le hablamos de Dios intentando hacerle religioso, sino instándole a que llegue a la madurez como hombre y como mujer. En este hablar en términos políticos de Dios Cox argumenta con la misma palabra divina: cuando Dios habla siempre ocurre algo, su palabra trae luz a las tinieblas, discierne, cura, corta, no se reduce a frases y sílabas, sino que viene a ser como pies y manos. La palabra de Dios al hombre-mujer es Jesús de Nazaret .

Ciertamente, este discurso sobre Dios no es siempre bien acogido, porque no es bien interpretado y, sobre todo, porque muchos tienen interés en que siga siendo oculto y misterioso. Sin embargo, en Jesús Dios ha hablado al hombre con toda claridad y le ha enseñado a valerse sin él, a hacerse maduro y libre de las dependencias infantiles en palabras de Bonhoeffer .

Insistiendo en la importancia del lenguaje en la teología laica de hoy y con intención de disipar temores infundados en torno al término laicidad, digamos que los griegos llamaban al pueblo laos y a lo popular laicos (sustantivo el primero y adjetivo el segundo) y que el Dios bíblico es eminentemente popular, puesto que estaba junto a su pueblo a lo largo de su historia y como tal se manifestó en el Hijo.

Ahora bien, entre laico y eclesiástico se ha producido una fisura en el ser humano, por lo que pertenece a las iglesias cristianas y a la teología recomponer la unidad del hombre con el que Jesucristo se ha identificado, según la más genuina tradición judeocristiana.

En esta recomposición filosofico-teológica del ser del hombre, y muy particularmente del cristiano, el lenguaje desempeña un lugar insustituible. Ortega lo explica una vez más completando lo dicho en epígrafes anteriores, en el Prólogo para franceses de la Rebelión de las masas en los siguientes términos:

El lenguaje suele definirse como el medio que nos sirve para expresar nuestros pensamientos, aunque también se utiliza para ocultar lo que pensamos, para mentir. Pero de ordinario cuando el hombre se dispone a hablar lo hace porque cree que va a poder decir cuanto piensa, lo que no deja de ser una utopía, puesto que el lenguaje no da para tanto.

Y lo que es más importante: con frecuencia se olvida que todo auténtico decir no sólo dice algo, sino que dice algo a alguien. "En todo decir hay un emisor y un receptor, ninguno de los cuales son indiferentes al significado de las palabras...El lenguaje es por esencia diálogo y todas las otras formas de hablar disminuyen su eficacia".

Pero se ha abusado mucho de la palabra y como consecuencia ésta se ha desprestigiado. Se ha creído erróneamente que hablar era hablar urbi et orbi o, lo que es lo mismo, a todo el mundo y a nadie. Los profesionales de la palabra han abusado de ella sin respeto ni precauciones y la palabra "es un sacramento de muy delicada administración".
(Prólogo para franceces de La rebelión de las masas IV, 113-116).




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