La religión de la libertad

En el tema que traté ayer "el cristianismo es liberación", decía que sólo los que han entendido el cristianismo como la verdadera religión de la libertad han sido capaces de abogar por una sociedad de iguales y sin pivilegios. Su intención no es destruir nada, sino lberar a la humanidad siguiendo la libertad del Crucificado.

Al releerlo hoy he recordado una conferencia del arzobispo de Madrid D. Antonio Mª Rouco en la Cámara de Comercio sobre libertad y democracia en la Iglesia. De su disertación se acuñó una frase que los medios de comunicación entrecomillaron así: "En la Iglesia sólo hay libertad para ser santos". Esta afirmación así recogida entra en colisión con la amplitud de la libertad cristiana:

"No os dejeis someter bajo ningún yugo" -dice Pablo-
"porque para ser libres os ha liberado Cristo"
(Gál 5, 1). Pablo habla de libertad sin ningún tipo de reduccionismo, la libertad que anuncia no es sólo para las personas aisladas, sino para los pueblos. En cambio la libertad reducida al marco de la santidad no tiene esta amplitud paulina.

La frase acuñada del modo dicho pretende despojar a los cristianos de su envoltura mortal y humana y los cristianos no son ángeles, sino hombres con vocación de libertad. Me imagino que el conferenciante no quiso encerrar tan alta vocación en límite alguno. Ciertamente hay que rescatar la libertad de lo arbitrario, pero no se la puede reducir al ámbito interior, sería puro idealismo.

La tradición que se remonta a Jesús, primero en la comunidad judía y después en la helénica, considera la reducción de la libertad al ámbito de lo privado una forma de domesticarla o eclesializarla. A pesar de todo, la Iglesia ha sometido muchas veces la libertad del Espíritu en nombre del orden. Y ha renunciado a la libertad, abdicando de su misión profética, como se ve en la historia real.

Incluso en nombre del orden y la santidad, se ha matado la libertad de las personas más santas. El caso extremo se dió en el mismo Jesucristo. Y es sabido lo conflictiva que fue la obra de Pablo por su defensa enardecida de la libertad. Cuando llegaba a una ciudad inmediatamente provocaba divisiones. Pero no se dejaba intimidar, su libertad se lo impedía.

En definitiva, la libertad cristiana se recibe como un don y se sufre más que se aprende. Su historia "es un viacrucis, al que las Iglesias deberían volver la mirada con más vergüenza que orgullo"







(E. Kässemann).
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